"La Ciudad de México es un lugar donde pasan cosas a diario. Y antes, pasaban otras. Y más antes, otrs, temibles, tremendas. Aquí entre el musgo acuático, era capital de sangre. De los templos redondos y cuadrados que copiaban los sagrados cerros, sanbgre; sus canales regaban sus huertos de sangre. Sangre preciosa para alimentar la voracidad de los que aquí eran dioses, que eran como nuestras madres y como nuestros padres [la fragilidad del universo explicaba su sed inagotable]. Sangre propia, sangre de otros, ofrecida, con motivo de esta o de otra mexica ocasión, bajo el dosel de la sangre de los cuatrocientos, y de muchos otros, capturados en florida guerra, para ser rayados, eventrados, descarnados. Unos para honrar a otros daban su sangre hasta empaparlo todo. Hasta los españoles se espantaron; ellos, los teules, que venían tintos. Y aun así asintieron con los escandalizados tezcocanos al ver cómo hacían los aztecas en sus fiestas, risa de tanta de tanta sangre humana"
Vampiros aztecas proviene de una tradicción literaria muy precisa: la que va del bachiller Sigüenza y Góngora al caballero Boturini y a las leyendas históricas mexicanas editadas por Frías, la línea que va de Tlactocatzine, del jardín de Flandes y Terra Nostra de Fuentes a Camera lucida de Elizondo y La puerta de piedra de Carrington. Consiste en la apropiación literaria, criolla, de la mitología ajena y propia de México-Tenochtitlan, transmutándola hasta que, en los humos que emanan del atanor, pudiera uno trazar en el aire una línea hasta Mallarmé, otra hasta Eisenstein, otra más hasta Murnau., Literatura caníbal, canibalizada: historia vuelta a pensar, sí, pero, más allá de ello. Vampiros aztecas es un inmenso entretenimiento.