Los personajes de esta tetralogía son enteros e inolvidables. Cada obra tiene los suyos propios, de acuerdo con la peripecia, aunque algunos saltan de una a otra narrativa como denominador común de un lugar que apenas se mueve en el tiempo.
Se habla de narrativa porque, a pesar de que la voluntad de Reynol parece orientada a la representación teatral, su dramaturgia ofrece la posibilidad de ser apreciada como un conjunto de cuentos cerrados, perfectos en su trazo, que en la suma total conformarían una novela de inevitable título: Agualeguas.
El fin es lo de menos. Como novela o como tetralogía dramatúrgica—a la manera de la Orestíada, la trilogía de Esquilo, por citar un ejemplo mayor—esta obra cumple un propósito literario de gran audacia. Un salto de altura.
Reynol Pérez Vázquez ha llegado en fin, con este trabajo, a una cima de su carrera. Ha vuelto a demostrar su talento, siempre en manifestación creciente. Es ya—gracias a la credencial de sus obras—uno de los grandes dramaturgos, escritores, del país. Lo celebramos con entusiasmo.
Vicente Leñero