“Los grandes amantes no tienen hijos. Ni Isolda la de las blancas manos, ni Isolda la de los rubios cabellos tuvo hijos de Tristán; Nefertiti no dio hijos a Akenatón. La pasión que lo llena todo no obedece a las leyes de la Naturaleza sino a las del espíritu”, anota Inés Arredondo en “Amores”, el sexto de los nueve cuentos que conforman Los espejos (el tercero y último de sus libros publicados), al poner en entredicho el deseo de Miriam, el personaje principal del relato, quien pide a Teodoro su amante que le dé un hijo.
En Ataque a la piedad, novela donde los personajes viven abismados y actúan siempre bajo la pasión y el éxtasis que provoca el deseo, Aleyda Rojo retoma el precepto arredondiano y nos presenta a Gloria, una mujer bellísima a la que le ha sido negado el poder de engendrar; sin embargo —al igual que Miriam—, ella se resiste y pide a Dios que le conceda ser preñada por su amante: Hombre: el único, el gran fornicador, capaz de penetrar y diseminar su esperma entre todas las mujeres que habitan la Isla, un minúsculo territorio donde conviven por igual las pasiones terrenas y los poderes celestes y luciferinos. Dios y el Diablo, sin verse el rostro jamás, están ahí para mantener el equilibrio, siempre a punto de ser trastocado por el azar y los sueños tan auténticamente humanos. Gloria, hecha a imagen y semejanza de tantas otras mujeres, sin dejar de soñar con el amor único y exclusivo, se asume, gozosa y festiva, como una mujer creada para el placer y se rebela al dominio y al abandono de Hombre y busca otro cuerpo.