El doctor Ricardo Villamonte nunca había visto el mar, pero tras establecerse en Puerto Marinero, pronto le aprendió los secretos. En ese pueblo remoto encontró amigos, pacientes, mujeres, una esposa, hijos, aventuras... una vida. Muy pronto, los lugareños empezaron a conocerlo como "Macho Viejo", y con el tiempo su edad le hizo justicia al apodo.
Macho Viejo supo hacerse amigo de los peces, efectuar operaciones prodigiosas, disfrutar de la contemplación del mar, dormir con sueño, comer con hambre y hacer el amor con ganas, pero un día siente que el espíritu de la juventud y la mejor parte de los placeres se le van escapando. Sabe que hay un cangrejo agazapado dentro de nosotros y algún día puede atenazarnos, y que en todo caso a la muerte no le faltan recursos: el machete vengativo, el accidente brutal, el tiburón sigiloso, o simplemente, que las apáticas estrellas se olviden de nosotros.