Silencio, tiempo: la vacilación del entorno frente al sueño que nunca permanece. Y la búsqueda del alba, del espejo que condensa los instantes. He aquí los temas fundamentales que Alicia Albornoz, poetisa ecuatoriana asentada en México desde hace muchos años, revela en Mañana repondré mis alas, donde lo infinito y lo inmutable se palpan, y concilian como elementos cotidianos. Transparencia y luminosidad, sí; territorios prodigiosos donde la visión de la maternidad se vuelve esbozo, memoria resplandeciente. La luz es constante referencia e inclusive se metamorfosea en portentoso aroma. Si en su primer poemario, denominado Líquido vuelo, la preocupación de la autora se articulaba en lo impermanente y lo inasible: el transcurrir del mundo, la exaltación de la existencia, la voracidad de los instantes, en este libro todo se vuelve vitalmente evanescente e intenso, incluso esperanzador, como el título mismo. Aquí el mutismo se vuelve movimiento y florece en las imágenes, en el transcurso que se cristaliza en ese espacio único, escritural, donde el verso habla y la imaginación razona y la inmovilidad rítmica, visual, de la acción lírica, se transforma en silencio dinámico.