Los elefantes son contagiosos, que toma su nombre de un refrán de Paul Eluard, es una novela experimental en varios sentidos. Obra surrealista y dadaísta a la vez que punk, sátira ridícula a la vez que una tragedia severa, narración de lectura ágil y divertida, es también un retrato realista de la vida cultural de la ciudad de México, una metrópolis que nació en decadencia, donde el tiempo está congelado y que permanece idéntica a sí misma a lo largo de las épocas (o sexenios), una ciudad inmóvil, irreal, fantástica. El autor no tiene piedad para exhibir sus fobias ni vergüenza para mostrar sus filias, y ése es uno de sus puntos fuertes, pues la crítica y el halago trascienden, y en su pluma se convierten en reflexiones en torno al oficio mismo de escribir libros en este México de mafias culturales y literatura oficial, planteando un problema moral acerca de la creación estética. Por la novela pasan lista algunos de los escritores más representativos de la literatura moderna; no faltan Octavio Paz, Julio Cortázar ni García Márquez, por un lado, por otro, Rimbaud, Tzara o Breton, quienes sirven al autor para lanzar sus ácidos e hirientes comentarios, una crítica amarga a la mediocridad reinante, una parodia que toma la forma de una venganza. Pero no todo es maldad en este libro; hay en él una profunda ternura, unas evidentes y poderosas ganas de vivir y de amar. Los elefantes son contagiosos es también una novela amorosa, un retrato de la juventud y sus esperanzas, muchas veces fallidas. Ahí, radica la tragedia que es el fondo de la novela debut de Jorge Jaramillo. (René Avilés Fabila)