Desde la Conquista a nuestros días son numerosas las referencias a la Ciudad de México, además de monografías dedicadas a ciertos aspectos de la misma. Los conquistadores nos legaron imágenes rayanas en lo maravilloso: la ciudad que vio Bernal Díaz del Castillo, cuyos edificios en el agua le parecen encantamientos del Amadís, la de la segunda Carta de relación de Cortés, fascinado ante las lagunas, el tráfico de canoas, el mercado y las plazas; la de Cervantes de Salazar, primer cronista de la ciudad, y las que Artemio de Valle-Arizpe y Salvador Novo recopilaron en sus respectivas obras antológicas. Cronistas de Indias como Durán, Benavente, Sahagún, Torquemada y otros nos legaron un importante arsenal sobre su arquitectura, sus leyes, ritos, solemnidades y demás cuestiones de la urbe azteca antes de su destrucción.La ciudad que se reconstruyó sobre las ruinas indígenas y que llegó a ser la “ciudad de los palacios”, y la utilización sacra, lúdica o luctuosa que se hace del espacio urbano en sus fiestas, exequias, inundaciones, asepsia, alumbrado forman parte de este trabajo, para el que se han consultado actas de Cabildo, relaciones de fiestas, diarios, cedularios y pragmáticas, así como testimonios de viajeros y poetas que alabaron o vituperaron a la ciudad y que construyeron con sus metáforas una urbe alegórica. Este libro es una mezcla de discursos que permiten sentir la ciudad como ente vivo, hecho de varias piezas que se completan unas a otras para recomponer un mosaico ideal de lo que fue México-Tenochtitlan, la capital de la Nueva España.