De vez en cuando leemos un libro de cuyas páginas se desprende un aliento sublime. Sabemos que hemos sido tocados por ese fluido iridiscente e intuimos en su raíz u origen una poderosa, desbordante, conmovedora voluntad de forma; entendemos que hemos rozado la sabiduría y hemos vislumbrado una fuente de magia secular en la que las ideas, la experiencia, las texturas internas de las palabras se conjugan en los vértices y en las planicies, en la exuberancia y en los silencios de los textos. Si es un libro de poesía, nos encontramos ante un límite.
Guía de forasteros es uno de esos libros-límite. En los poemas de Jorge Ortega hay algo más que calidad literaria o maestría u oficio. Hay en este libro un sedimento trascendental que convierte la lectura en una puesta en encrucijada del ser mismo del lector y de la inteligencia que se enciende en el contacto con estos poemas. Decir que se trata de un extraordinario libro de poesía no basta para describirlo o valorarlo: significa simplemente encajarlo en un espacio que no le corresponde, pues en sus páginas ocurre nada menos que eso a lo que Nietzsche nos llamaba con una pasión arrasadora: la transvaloración, el proceso de transformación de la cultura en vida raigal, sin concesiones, restituida en su pureza desafiante.
En sus primeros libros Jorge Ortega había demostrado una espléndida conciencia poética y una forma única de componer. Con Guía de forasteros ha alcanzado una madurez que es una recuperación de la inocencia y un estado de extrema lucidez. Es al mismo tiempo una obra de una prodigalidad ejemplar y un hermoso objeto que uno desea conservar para siempre.