El Modernismo fue parte de una lucha por definir la identidad, demoler el lenguaje y los sistemas cognoscitivos del imperio. Construir nuevos sistemas internos de referencia y formar un núcleo de concepciones (políticas, económicas, morales), cuya operación discursiva crearía estados y culturas nacionales.
Es y debe verse como una literatura de búsqueda continua, evolucionaria, de utopía y de realidades, de vueltas a las semillas históricas, a la de las auténticas instituciones nacionales, y a las raíces de la genuina experiencia cultural. Sus artistas anhelaban alcanzar un más allá o recobrar un centro perdido, y de ese modo llenar una carencia o una ausencia. En la labor de construir un universo, el conflicto más espinoso que enfrentaron los primeros escritores de la modernidad fue la lucha contra una sociedad mercantilista en la cual el idealismo había perdido su autoridad.
En sus narraciones –novelas, crónicas, cuentos– estos artistas asediados por el materialismo que minaba sus aspiraciones empíreas textualizaron sus desengaños y aspiraciones con signos ambiguos y conflictivos. Pero si estas narraciones se inician bajo el ascendiente del romanticismo, a medida que se afirma el nuevo estilo modernista se debilitan los códigos románticos y el imaginario idealista: ocurre que el ser se fragmenta frente la invasión de una sociedad hostil a las aspiraciones idealistas y busca, al principio, refugiarse en actitudes románticas, pero luego descubre un espacio alternativo de innovaciones narrativas que superan el sentimentalismo o la gracia. Este texto reconstruye las aspiraciones modernistas y deja al lector el redescubrimiento de un proyecto conceptual del universo, de la nación y del sujeto que en nuestros días retoma singular vigencia.
