La poesía de Carlos Montemayor gira especialmente en torno al recobramineto de una tierra primordial. Recuerdos siempre sensoriales, mundos y ensueños terrenales, se encaminan por el deseo de un retorno definitivo de la posesión duradera, de la presencia íntima y definitiva en el mundo. Mundo que es tierra elemental, despojada tanto de imágenes fulgurantes como de palabras lujuriosas, para ser limpio y exacto como el contacto con la tierra misma. Toda experiencia humana es sensual, telúrica, sonora, rescatando su imagen primordialmente terrena. El verso de gran aliento (cuya trama se forma por varios metros ocultos que otorgan un secreto rítmo al verso libre) se corresponde fielmente con su presencia en el poema largo, que consagra la voz solitaria con la exaltación de la naturaleza enriquecida con la nostalgia humana de la tierra perdida, de la vivienda tierra universal en cuyo suelo brota esta conciencia poética.