Con Los árboles que poblarán el ártico, Antonio Deltoro depura su relación directa con la naturaleza y el mundo original. Se aleja al mismo tiempo de la retórica altisonante y del silencio estéril. No se trata de retirarse de la vida, sino de buscar las razones últimas de la existencia. Por eso su poesía consigue esa sensación de mundo recién creado que contagian las mañanas de sol o el olor de la tierra después de la lluvia. Dueño de su propia soledad, de su quietud, de su tiempo, el poeta relee la compañía leal de los árboles, las estaciones, los animales, las tormentas, los recuerdos, los libros, y escribe versos que contagian un sentimiento humano, una poderosa ética, sobre la conciencia del paso de la vida.
Antonio Deltoro ha registrado las más diversas gradaciones de la luz, sin evitar aquellas que colindan con la invisibilidad. Al adentrarse de lleno en zonas sombrías, sus poemas apuntan a la inminencia de un caos. De frente a una realidad erizada de malos agüeros, Deltoro aún halla motivos para persistir en el humor y la ligereza. Hay en estas páginas una rara simpatía con la fibra seductora del miedo. Hay, en la misma vertiente, un impulso simultáneo de salto y vuelo, método primordial y poderoso a la hora de sobreponerse a la pesadumbre y el desaliento. Aun los signos de la escritura se alzan aquí con ademán cercano a la levitación, al describir los movimientos de un ajedrez cósmico en que el Creador saca ventajas sobre sus criaturas, o al apuntar una paráfrasis que pone en crisis la voz sentenciosa del Eclesiastés: no hay llantos nuevos bajo el sol.
Cultivador del escepticismo fundado y de su complemento, el optimismo razonable y problemático, el autor de estas páginas lanza preguntas que intercambian caracteres ante el espejo y perfilan inquietantes paradojas: ¿para qué tanto buscar, si al fin y al cabo siempre se encuentra?; ¿para que ir a la búsqueda de “algo”, si en sentido estricto nunca se encuentra? Nada más ajeno a esta poética, sin embargo, que el recurso de la vaguedad. Por el contrario: aun ahí donde se empeña en transmitir la convicción de que a estas alturas de la historia resulta insostenible andar en pos de significaciones absolutas, Deltoro lo hace con una inmediatez que no excluye la precisión y el rigor. Al asumir la tentativa de expresar una realidad fragmentaria y misteriosa, huye de toda sentencia y echa mano de fórmulas más abiertas y sutiles, parientes del dicho y el refrán: toda fosa es fosa común, nos dice. Consciente de la vastedad del universo, atento a la singularidad de todos los seres que lo pueblan, el autor nos regala este libro misceláneo y único, en el que los asombros nacen “de lo imponderable de la poesía”.