Sin banda no hay paraíso. Con ella tampoco. Te chingas. Te aprieta el cuello el ritmo de la vida; te rompe toditita tu madre—con perdón de tu jefecita—y luego hasta te pide prestado para el aventón de regreso. Sí, ¿y qué? Mientras siga sonando la banda podrás cruzar el desamparo de tu pecho y soltar tu llanto, acá, bien machín. Este poemario te servirá de mapa y el Pávido Návido será tu guía, para cruzar el desierto del despecho, con la hebilla en la mano y la cabeza en alto. Ajusta tu sombrero, súbele a la tambora y pregúntate, como lo hace el poeta, si "¿todavía quieres que te llore o que te lleve flores al panteón?".