El plano oblicuo es un homenaje al que, según Borges, «es el mejor prosista en lengua española del siglo XX», pues no solo es el primer libro de relatos de Alfonso Reyes sino, además, fue editado en España, durante aquel decenio de 1914 a 1924, cuando Reyes se instaló en Madrid y trabajó en el Centro de Estudios Históricos. Un tiempo que dejó una profunda huella en su obra, casi tanta como él en los literatos del momento. Baste recordar aquí su homenaje a Mallarmé en el Real Jardín Botánico de Madrid, al que acudieron Ortega y Gasset, Antonio Marichalar, Eugenio D’Ors, José Bergamín, Enrique Díez-Canedo, Mauricio Bacarisse, José Moreno Villa y Juan Ramón Jiménez.
Pues la gavilla de cuentos que constituyen El plano oblicuo son una magnífica, por primeriza, muestra de la insólita y excepcional prosa de Reyes, al punto que como dice Colinas en el prólogo, «me lleva a pensar que estos relatos comparten también las virtudes del ensayo o de la poesía. O de una erudición exquisita… Ese sentido de universalidad de la obra de Reyes que sólo puede sostenerse en una rica cultura y en el don natural de una fecunda expresividad». Para rematarse con «un autor originalísimo y lamentablemente aún por descubrir, entre nosotros los españoles.»