¿Puede el chisme ser uno de los soportes del arte? ¿No hay en la manera en que se propagan los rumores una suerte de modelo formal de cómo se difunden y afianzan las obras artísticas? En la década de los años ochenta, Ulises Carrión completará el giro hacia una idea de arte posestético comprometido ya no con la autoría individual ni con la materialidad de la obra, sino con la pregunta de cómo incidir directamente en la cultura.
A través de experimentos con chismes sembrados y el uso del teléfono como vía de desinformación, o a través de festivales de cine cuyo fin es desnudar los mecanismos por los cuales el Gran Monstruo impone sus símbolos y los hace prevalecer en el imaginario, Carrión se revelará como un artista “contextual” (más que conceptual), interesado en la dimensión aleatoria, accidental, colaborativa y al cabo política del arte.
Incluye el “Diario de Ulises Carrión en México”, un recuento crítico e implacable de su regreso al país que, después de cerca de tres lustros de vivir en Holanda, alejado del mundo de la literatura, significará también una vuelta inusitada y audaz —una vuelta de tuerca— a la narrativa.