Jorge Valdés Díaz-Vélez es dueño de una lírica de calladas músicas en ritmos polifacéticos y de transmisión instantánea. Su poesía es de facil contagio, aunque sus hilos revelen prolongadas pausas de reflexión y sentimiento. Por lo leído en estas páginas confirmo que Valdés Díaz-Vélez no es solamente uno de los poetas más notables de México, sino de los pocos capaces de hacer volar una mariposa en medio de una página blanca con tan sólo entreverar sus sílabas. Un arte que podría llamarse origami verbal. Supongo que ha de ser más difícil cuajar un haikú que apresar la arquitectura de un soneto. Lo digo por envidia y asombro ante el anónimo japonés que lleva siglos dibujando en silencio un paisaje perfecto con tan sólo unos cuantos trazos de su pincel; el mismo que es capaz de expresar un inmenso párrafo de emociones con el discreto enigma que se encierra en diecisiete sílabas. Lo digo también por el sosegado tormento de imágenes y los susurros altisonantes que me regalan estas páginas que agradezco.