Desde aquellos años en que "el monstruo estaba al fin del mar", como dice el verso de Pessoa que cita Fernando Benítezm a los tiempos actuales en que hasta el fin del viento va el avión, las relaciónes entre América, México concretatamente, y Asia han corrido una suerte que bien visto responde menos a la paradoja que a la secreta constancia: dos mundos que acentúan sus diferencias no más de lo que reiteran su proximidad, sus sumilaridades vítales, sus culturas antíguas y sus afanes modernos. Es ya una historia ancestral, y renovada, sin embargo, todo los días: la Nao de China fue practicamente su piedra de fundación; bien puede ser su símbolo.
En la mezcla feliz de la crónica periodística y la investigación histórica, en el comercio de lo viejo con lo nuevo, de los navegantes míticos y los viajantes prácticos, el diario de viaje y la cita literaria pertinente, la viñeta trazada con elegancia y el juego de espejos dirigido a realidades que parecerían imposibilitarlo, La Nao de China de Fernando Benítez es un verdadero mosaico de mosaicos. China, Filipinas, Tailandia, Japón, países y ciudades del sudeste asiático vuelven a abrirse a los ojos de Benítez, para coprobar una vez más que los libros de aventuras no tienen por qué estar reñidos con el tiempo moderno; y más aún, que desde los tiempos de Colón y Andrés de Urdaneta, el registro minucioso de la realidad bien pude se otra de las ramas de la literatura fantástica.