01 may 2019 / 05 jun 2019 00:04
La Biblioteca Americana es una de las más antiguas y prestigiosas colecciones del Fondo de Cultura Económica (fce), cuyos primeros títulos aparecieron en 1947 y sigue creciendo hasta nuestros días. Dedicada a publicar los grandes clásicos de la literatura y la historia latinoamericana, fue ideada por Daniel Cosío Villegas, director-fundador de esta casa editorial, y por el ilustre intelectual de origen dominicano Pedro Henríquez Ureña. Ellos la diseñaron como una colección-biblioteca que habría de reunir los autores y las obras de consulta fundamentales para una comprensión de la tradición literaria y de la literatura de ideas de la región: una biblioteca básica de las obras imprescindibles de nuestra América: una gran síntesis de nuestra producción escrita. La primera responsable de la puesta en marcha concreta de la serie fue Camila Henríquez Ureña, invitada por Cosío Villegas a hacerse cargo del lanzamiento de dicho proyecto editorial, según la sugerencia de su hermano Pedro, quien ya no pudo viajar a México y falleció pocos meses antes de la apertura de la Biblioteca Americana. En carta dirigida a Camila el 9 de enero de 1946, el director del Fondo le presenta sucintamente la historia y el sentido del proyecto:
Le he pedido a Pedro que haga para el Fondo de Cultura Económica el plan de una nueva Colección de libros que se publicarían como una biblioteca aparte bajo el nombre de Clásicos Americanos o la Tradición de América. Sería una colección enorme y tremendamente importante, y su fin principal sería hacer disponibles en una edición uniforme y relativamente barata los grandes tesoros literarios de nuestros países. Pedro ha trabajado con gran entusiasmo, y no necesito decirte que acepta nuestra idea, pues en realidad, él mismo había pensado hacer algo semejante en la Casa Losada. Tengo ya en mi poder una idea general del plan todo; hechas fichas concretas de varias obras y luego dos listas: una de los primeros 25 volúmenes y otra de los cien siguientes.[1]
El lanzamiento de la colección coincidió con un momento de expansión del fce por distintos países de América Latina, así como con la posibilidad de establecer en distintos puntos de nuestra región una red de estudiosos, consultores, traductores y especialistas de alto nivel preparados para llevar a cabo este gran programa editorial.
A los primeros volúmenes de la colección, que contribuyeron a fortalecer su perfil y que ya habían sido sugeridos desde la propuesta inicial, habrían de sumarse a lo largo de los años otros títulos, autores y modalidades no contemplados en el plan original, entre los que se cuenta el fundamental primer tomo de Alfonso Reyes-Pedro Henríquez Ureña, Correspondencia 1907-1914 editado por José Luis Martínez (1986), así como cuatro títulos del propio Henríquez Ureña en edición póstuma: Las corrientes literarias en la América hispánica (1949), Obra crítica (1960), Memorias. Diario. Notas de viaje (2000) y Desde Washington (2004). De consulta obligada para quien busque las principales obras de la antigüedad americana, como el Popol Vuh o El libro de los libros de Chilam Balam, así como varios de los grandes textos de la etapa de conquista y colonización, como la Historia natural y moral de las Indias de Joseph de Acosta, el Sumario de la natural historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo o La Florida del Inca, ha sido también de singular valor la iniciativa de publicar dentro de esta colección gran parte de las obras del padre Las Casas y las obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz o de Juan Ruiz de Alarcón. De singular importancia es también su edición de textos del siglo xix como la Filosofía del entendimiento de Andrés Bello o la Campaña en el Ejército Grande de Domingo Faustino Sarmiento, así como obras fundamentales de nuestra tradición literaria, como la María de Jorge Isaacs o las obras de Manuel Gutiérrez Nájera o Ramón López Velarde. Es también destacable el esfuerzo por dar difusión a grandes clásicos de la literatura brasileña: El sertanero de José de Alencar o Canaán de José Pereira da Graça Aranha.
El grupo fundacional de títulos, verdadera “masa crítica” de arranque conformada por autores y obras “clásicos” de las letras latinoamericanas de los siglos xvi a xx, se vio enriquecido por nuevas propuestas integradas por antologías y estudios críticos. Es así como la Biblioteca Americana alberga también algunos de los principales títulos del propio Pedro Henríquez Ureña, así como volúmenes preparados por connotados escritores e intelectuales, desde los destinados a Poesía gauchesca (1955) escritos en colaboración entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares hasta el dedicado a los Huehuehtlahtolli (2011) preparado por Miguel León Portilla. En 2006 se inauguró además una subserie, dedicada a la publicación de estudios y propuestas antológicas de la obra de grandes autores mexicanos del siglo xix. La colección ha obedecido siempre a rigurosas exigencias de calidad en cuanto a los criterios para la edición y estudio preliminar de los textos. Así lo confirma la participación de destacados editores, traductores y prologuistas de la talla de Agustín Millares Carlo, Lewis Hanke, Julio Le Riverend, Antonio Alatorre, Raimundo Lida, José Gaos, Edmundo O’ Gorman y muchos más. Hasta el momento en que se redacta esta entrada suman 79 títulos publicados.
De acuerdo con el Folleto que anuncia el lanzamiento de la Biblioteca Americana, publicado entre 1946 y 1947, dicha colección está destinada a la publicación de “clásicos americanos de todos los tiempos, de todos los países y de todos los géneros”, así como de los “libros sobre nuestra América escritos por autores extranjeros”:[2] se trata de un plan de publicación de las obras fundamentales preparadas por los autores más eminentes de la tradición hispanoamericana, a cargo además de los más prestigiosos conocedores de los distintos títulos y temas. En ese mismo, y muy sustancioso Folleto, se fijaron las características del nuevo proyecto a la vez que se anuncia un primer gran listado de autores y títulos, ordenados por épocas, géneros y países.
En cuanto al modo en que se fue perfilando el lugar de la cultura americana en la política editorial del Fondo, Gustavo Sorá escribe lo siguiente:
La política editorial del fce y las líneas del catálogo terminaron de delinearse hacia 1939, cuando la editorial se rodeó de los más destacados intelectuales y editores españoles que arribaron a México como republicanos exiliados […]. A partir de 1945, concretó proyectos editoriales para la imaginación de una cultura americana con el lanzamiento de las colecciones Tierra Firme y Biblioteca Americana. Estas fueron planificadas desde 1941, cuando Daniel Cosío Villegas inició un ciclo de viajes por América del Sur que generó un tejido de alianzas entre centenares de intelectuales convocados especialmente para escribir ensayos sobre las culturas y problemas específicos del continente. Esa experiencia posibilitó la fundación de una subsidiaria en Argentina, en 1945. Tal apuesta aceleró la consagración internacional de los proyectos del fce. En ese contexto emerge la figura de Arnaldo Orfila Reynal, director del sello entre 1948 y 1965.[3]
La biblioteca comenzó a planificarse en los primeros meses de 1945 y sólo dos años después –en un lapso increíblemente rápido, si se toma en cuenta la madurez de la propuesta y la alta calidad de las obras publicadas– aparecieron los cinco primeros títulos: Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché; Vida del almirante don Cristóbal Colón, escrita por su hijo don Hernando; Diálogo sobre la historia de la pintura en México de José Bernardo de Couto y Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla. A ellos se sumarán en 1948 la Filosofía del entendimiento de Andrés Bello y como nota curiosa podemos referirnos a un título que el fce publica ya en 1942, Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, del padre Las Casas, y que posteriormente figuró en el catálogo como parte de la serie.
Esta iniciativa retomó varios antecedentes parciales, ninguno de los cuales tenía tal magnitud en nuestro ámbito cultural, y fue precedente de colecciones futuras como la Biblioteca Ayacucho y la Colección Archivos de la unesco. A través de los valiosos testimonios de la correspondencia entre Daniel Cosío Villegas y Pedro Henríquez Ureña, así como la que paralelamente se establece entre el primero y Camila Henríquez Ureña (hoy resguardadas ambas en los archivos del fce) se pueden rastrear los orígenes de esta idea. La iniciativa de abrir esta nueva colección parte, como se dijo más arriba, de Daniel Cosío Villegas, director-fundador del fce, quien envía en los primeros meses de 1945 una primera carta a Pedro Henríquez Ureña para invitarlo a organizarla. La respuesta afirmativa de Henríquez Ureña no se hace esperar, posiblemente porque la propuesta de su antiguo amigo y directo del fce coincide con un viejo anhelo del intelectual dominicano, por entonces ya radicado en Argentina, quien en “Caminos de nuestra historia literaria”, ensayo publicado por primera vez en la revista Valoraciones de La Plata (1925), y recogido poco después en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), insistió en la necesidad de escribir historias de conjunto de la literatura americana y plantea la exigencia de “poner en circulación” tablas de valores que permitieran evaluar la producción literaria, así como trazar “constelaciones de clásicos” representativos de la experiencia y la expresión hispanoamericana.[4] Con ello religó sus intereses a los que ya en el siglo xix, poco después de consumada la independencia política, tuvieran Andrés Bello, Juan García del Río, Juan María Gutiérrez, y más cercanos a nosotros en el tiempo otras personalidades interesadas en hacer circular textos representativos de las letras americanas como José Martí, Rubén Darío, Rufino Blanco Fombona, Joaquín García Monge o el propio Alfonso Reyes, entre muchos otros, con el objeto de sentar las bases para refundar la tradición literaria en la región. Recordemos que los dos primeros adoptaron precisamente el título “Biblioteca Americana” para su repertorio, en un término que será por el que se inclinó finalmente el propio Henríquez Ureña como el definitivo para la colección.
El 30 de mayo de 1945 Cosío Villegas envió una nueva carta a su amigo en la que le dio algunos detalles sobre el plan, y a partir de allí cada nueva misiva ofreció más datos de la concepción, el diseño, la propuesta de títulos y las características que habría de cumplir: muy particularmente, las exigencias de rigor filológico para cada una de las ediciones y de alta calidad en la preparación de un prólogo por parte de un conocedor profundo del texto en cuestión, debían unirse a la alta calidad en impresión y encuadernación, a la vez que aspirar a costos accesibles al lector medio y amplia circulación por los distintos países de América Latina.
Historia y contexto de la colección
La iniciativa de armar una nueva colección surgió en los primeros meses de 1945, esto es, en fecha sorprendentemente cercana al fin de la segunda guerra mundial. Las circunstancias de la conflagración internacional habían dado lugar a un crecimiento de la industria editorial en distintos puntos de América Latina (particularmente México y Argentina). Por ese entonces el Fondo era ya una casa editorial consolidada, que había abierto una sucursal en Buenos Aires, Argentina, y Daniel Cosío Villegas había hecho ya un recorrido por distintos países de la región que le permitieron tener una perspectiva de las posibilidades de abrir una nueva colección de alcance continental. Por su parte, Pedro Henríquez Ureña, ya radicado en Argentina, se había integrado y había impulsado él mismo varios de los grandes proyectos característicos de la edad de oro de la industria editorial argentina, desde Losada hasta Sur. Por lo demás, la bonanza económica y el crecimiento del sector de lectores –particularmente proveniente del ámbito urbano y universitario en expansión– hacía esperar una buena recepción de la nueva serie.
En efecto, ya en los primeros años de la posguerra, cuando el Fondo se encuentra plenamente consolidado, se abrió la posibilidad de inaugurar nuevas colecciones y expandir los alcances de la distribución en el ámbito latinoamericano. La casa editora vivió un crecimiento sustancial: se multiplicarían títulos y se diversificarían las áreas de interés; se abrió su primera sucursal fuera de México, en la ciudad de Buenos Aires; se fortalecieron y ampliaron las colecciones, al tiempo que cambiaría radicalmente la relación en la proporción del número de obras traducidas de otras lenguas y las publicadas en español, así como entre las obras del campo de la economía y las ciencias sociales respecto de las de literatura y filosofía, con un número creciente de estas últimas.
Había llegado el momento de expandir el espectro de autores y temas con un sentido orgánico de colección-biblioteca; había llegado el momento de consolidar el proyecto de publicar de manera sistemática y en ediciones modernas de alto rigor académico y calidad de presentación, aunque a precios accesibles; había llegado el momento de dotar a Hispanoamérica de una biblioteca real y simbólica que permitiera alcanzar una visión de conjunto de nuestra producción literaria e intelectual, a la vez que generar una nueva idea no tradicionalista de la tradición en la que el propio fce habría de inscribirse con pleno liderazgo en la región.
Resulta de interés revisar los diferentes listados que se fueron elaborando a partir de las primeras conversaciones. En carta enviada desde el Instituto de Filología de Buenos Aires el 1º de julio de 1945, Henríquez Ureña sugirió una primera nómina de 53 obras, a la que añadió algunas acotaciones, comentarios, observaciones, que fueron ya contribuciones a un programa de historia de la literatura y de la cultura en América Latina. En ella aparecen ya autores que integrarían el catálogo definitivo (Cristóbal Colón, Oviedo, Las Casas, el Inca, Bello, Heredia, Olmedo), junto con otros que no llegaron a publicarse dentro del cuerpo de la serie, como Juan Bautista Alberdi, José Joaquín Fernández de Lizardi, Ignacio Ramírez, José Martí, Manuel José Othón, Justo Sierra, y varios científicos como Francisco José de Caldas, José de la Luz y Caballero, Florentino Ameghino, Felipe Poey, que tampoco aparecieron en la colección.
El 17 de julio de 1945 Henríquez Ureña envía a Cosío Villegas una propuesta ya mucho más armada; los títulos se acompañan con interesantes observaciones que no hacen sino confirmar su conocimiento estratégico de la historia editorial de cada uno de los títulos y su agudeza para proponer posibles prologuistas y anotadores:
- Cristóbal Colón. Diario del Descubrimiento y Cartas (según instrucciones enviadas antes, deben tomarse los textos de la publicación de la Raccolta).
- Hernán Cortés. Edición bajo el cuidado de Alfonso Caso.
- El Inca Garcilaso de la Vega. Comentarios Reales. Utilizar el texto publicado en Buenos Aires bajo el cuidado de Ángel Rosenblat.
- Juan Ruiz de Alarcón. Comedias [debería llegarse a publicarlas todas, en una serie de volúmenes]; el texto de la Biblioteca de Autores Españoles –Rivadeneyra– es muy bueno; si fuere posible, se consultaría el texto de las primitivas ediciones).
- Sor Francisca Josefa de la Concepción (“la Madre Castillo”). Vida.
- Sor Juana Inés de la Cruz. Poesías, teatro y prosa (debe llegar a publicarse todo; sería bueno encomendárselo a Toussaint).
- Francisco José de Caldas. De la influencia del clima en los seres organizados.
- Francisco Núñez de Pineda Bascuñán. Cautiverio feliz. Texto de la colección de Escritores de Chile.
- José Bernardo Couto. Diálogos sobre la historia de la pintura en México; con notas de Manuel Toussaint.
- Escritos de Bolívar.
- Machado de Assis. Una de las novelas (no reproducir el Don Casmurro, en traducción de un Sr. Mesa y López, en París; es muy mala; habría que hacer una traducción, pero no es difícil, si se encomienda a un buen escritor que evite las formas portuguesas como dijera por había dicho).
- Felipe Larrazábal. Vida de Bolívar. Evitar el texto publicado y alterado por Rufino Blanco Fombona.
- Andrés Bello. Filosofía del entendimiento. Tomar el texto de la edición vieja de Obras completas; no de la nueva, que tiene muchas erratas.
- Vicente Pérez Rosales. Recuerdos.
- Justo Sierra. Historia de México (para las escuelas primarias). Es una obra maestra.
- Sarmiento. Campaña del Ejército Grande (de las Obras completas).
- Alberdi. El crimen de la guerra.
- Montalvo. Geometría Moral.
- Gregorio Gutiérrez González. Memoria sobre el cultivo del maíz en Antióquia (no Antioquía) y poesías escogidas.
- Gertrudis Gómez de Avellaneda. Poesías.
- Manuel Ascensio Segura. Comedias.
- Eugenio María [de] Hostos. Si no parece práctico reproducir ahora la Moral social, de la cual hay dos ediciones de Buenos Aires, se haría un tomo de Ensayos. Pero es probable que las ediciones de Buenos Aires no dañen a una de México, que se vendería mucho en las Antillas.
- José Martí. Poesías escogidas (incluyendo completo el Ismaelillo y los Versos sencillos y quizá los Versos libres: eligiendo en lo demás).
- Florencio Sánchez. Los mejores dramas.
- Una obra de historiador chileno: Diego Barros Arana o Benjamín Vicuña Mackenna.[5]
Henríquez Ureña elaborará un tercer listado, que integra ya, por sugerencia de Cosío Villegas, autores de la tradición indígena, donde plantea “los primeros veinte y tantos autores que servirían para comenzar”:
1.- Popol Vuh.
2.- Sor Juana: las poesías –líricas– completas se han publicado hace poco en México; yo sugiero una edición de la obra en verso completa, es decir, incluyendo las comedias, los autos y los villancicos. […] Y a propósito: ¿no le has hablado de que te prepare los Diálogos sobre la pintura en México, de Couto? Creo que sería sensacional.
3.- Caldas
4.- Sarmiento: Campaña de[l] Ejército Grande.
5.- Vicente Pérez Rosales: Recuerdos del pasado.
6.- Bolívar: Escritos.
7.- Rubén Darío: Poesías.
8.- Manuel Ascencio Segura.
9.- Oviedo: Sumario de la historia natural de las Indias.
10.- Juan Ruiz de Alarcón: Teatro.
11.- Antonio Vieira.
12.- Gabriel René-Moreno: Últimos días coloniales en el Alto Perú.
13.- Lucio Victorio Mansilla: Indios ranqueles.
14.- Felipe Poey: Memorias sobre la historia natural de Cuba.
15.- Florencio Sánchez: Teatro.
16.- Chilam Balam.
17.- Pedro de Cieza de León.
18.- Fray José de Santa Rita Durao: Caramuru.
19.- Sor Francisca Josefa de la Concepción, “La madre Castillo”: Vida.
20.- Diego Barros Arana: Un decenio de la historia de Chile.
21.- Jorge Isaacs: María.
22.- Bello: Filosofía del entendimiento.
23.- Gertrudis Gómez [de] Avellaneda: Poesías.
24.- Gorostiza: Teatro.
25.- Olmedo: Poesías.
El “Plan de la Colección de Libros Clásicos de la América Latina” abarcaba las siguientes secciones:
- Literatura indígena
- Cronistas de Indias (europeos que escribieron sobre América)
- Época colonial: poesía y teatro
- Época colonial: prosa
- Época independiente: Historia y biografía
- Época independiente: Vida y ficción (novelas, cuentos, artículos de costumbres, memorias descriptivas de la vida social)
- Época independiente: Pensamiento y acción (pensadores; filósofos; políticos, etc.; críticos de literatura y de arte; ensayos; periodismo; oratoria)
- Época independiente: Poesía
- Época independiente: Teatro
(Todavía pudiera agregarse una sección más, de europeos que hayan escrito sobre América en el siglo xix, como Humboldt y Mme. Calderón de la Barca).
Una revisión de los títulos efectivamente publicados dentro de la Biblioteca Americana confirma que en buena medida se siguieron estos lineamientos, con un predominio de obras de carácter literario e histórico, aunque no faltaron algunos títulos de tema político, filosófico y artístico. Se respetó la idea de incorporar obras de procedencia prehispánica y cronistas de Indias, como el Popol Vuh en versión de Adrián Recinos, el Memorial de Sololá, la Historia natural y moral de las Indias de Joseph de Acosta con prólogo de Edmundo O’Gorman, Relaciones originales de Chalco Amaquemecan de Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin con prefacio de Ángel María Garibay, El libro de los libros de Chilam Balam, y recientemente los Huehuehtlahtolli editado por Miguel León Portilla. La colección tuvo a su cargo el valioso rescate de la obra de los autores de la etapa de conquista como Colón y Gaspar de Carvajal, y pensadores de la talla de Las Casas, cuya obra se hacía perentorio recuperar tomando en cuenta los juicios desfavorables vertidos por críticos como Menéndez Pidal: de allí también la importancia de que fuera prologada por Lewis Hanke. Recuperaron también con un gran trabajo de edición los grandes autores del barroco de Indias como Sor Juana, en ediciones a cargo de Antonio Alatorre y Alfonso Méndez Plancarte, o Juan Ruiz de Alarcón, a cargo de Agustín Millares Carlo. Se publicaron también viajeros, naturalistas y cronistas de los siglos xviii y xix, como Llave del Nuevo Mundo de José Martín Félix de Arrate con prólogo de Julio Le Riverend, Sumario de la natural historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo con introducción de José Miranda, La Florida del Inca Garcilaso de la Vega con prólogo de Aurelio Miró Quesada, Canaán de José Pereira da Graça Aranha con introducción de Antonio Alatorre, México, lo que fue y lo que es de Brantz Mayer, México en 1827 de Henry George Ward y Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla en edición de Julio Caillet-Bois. En cuanto a los grandes autores de nuestra tradición, se editaron, como estaba contemplado desde el plan inicial, la Filosofía del entendimiento de Andrés Bello con introducción de José Gaos, o la Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sudamérica de Sarmiento en edición de Tulio Halperin Donghi, así como algunas de las obras de Rubén Darío, mientras que en el caso de autores mexicanos como José Joaquín Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez o Justo Sierra, se publicaron ya dentro de una nueva serie, Viajes al siglo xix, que surgió como rama de la propia Biblioteca Americana, y que adoptó un formato diferente al contemplado originalmente: estudio preliminar, selección y ensayos críticos. Obras también imprescindibles, aunque de otro carácter, como la Bibliografía mexicana del siglo xvi. Catálogo razonado de libros impresos en México de 1539 a 1600 de Joaquín García Icazbalceta o la reciente Bibliografía novohispana de arte (dividida en dos tomos para tratar los siglos xvi y xvii y xviii respectivamente) de Guillermo Tovar y de Teresa, contribuyeron a dar una postura histórica y bibliográfica a la mirada del lector.
El formato de los libros que integraron la Biblioteca Americana siguió en cuanto a dimensiones el modelo de la colección Tierra Firme (22 x 15 cm). En los primeros años los volúmenes se encuadernaron con tapas empastadas y protegidas por una camisa adicional con solapas en las que se ofrecía un resumen del contenido de las obras, y los pliegos iban cosidos. Este estilo y formato se mantuvo por lo menos hasta la década de los ochenta. En años recientes se publicaron también libros en rústica y formato electrónico. Las portadas de las primeras ediciones en su mayor parte estuvieron ilustradas por Elvira Gascón, reconocida artista del exilio republicano, quien las dotó de una fuerte personalidad, con títulos presentados a dos tintas, con alternancia de azul y rojo, negro y verde, acompañados por una pequeña ventana que llevaba como ilustración un grabado de su autoría. Los tomos incluían la siguiente leyenda: “Biblioteca Americana. Proyectada por Pedro Henríquez Ureña y publicada en memoria suya”. Todos estos elementos reforzaron la unidad y dotaron de fuerte personalidad editorial a la serie. En muchos casos se agregó al cierre del volumen, impreso y encuadernado dentro del mismo, un listado impreso donde constaban “Otros títulos de la colección Biblioteca Americana”. A partir de los años setenta se modificó el estilo de la portada, como lo muestra el volumen dedicado a López Velarde.
En algunos casos, ciertos títulos “migraron” a otras colecciones, con el consiguiente cambio de formato. Tal fue el caso del Popol Vuh, editado por Adrián Recinos, publicado originariamente dentro de la Biblioteca Americana en 1947 y reeditado en 1953, y que pasó a la Colección Popular en 1960 y a la serie Lecturas Mexicanas (coedición con la Secretaría de Educación Pública) en 1984. Cabe destascar que el Popol Vuh y el Chilam Balam integraron la nómina de los cincuenta libros más vendidos del catálogo del fce.[7]
Para algunas obras –tales como Vida del almirante don Cristóbal Colón, escrita por su hijo don Hernando, La Florida del Inca Garcilaso de la Vega, Canaán de José Pereira da Graça Aranha y los dos volúmenes de Poesía gauchesca, entre otras, se utilizó papel cebolla, mientras que en los demás títulos consultados se prefirió el papel cultural.
La Serie Viajes al siglo xix estuvo conformada por libros empastados, cosidos y sin solapas. Cada ejemplar osciló entre las 400 y 500 páginas y sus medidas eran 23 x 17 cm. En este caso colaboraron como ilustradores Luis Rodríguez y Mayanín Ángeles.
Dadas las extraordinarias exigencias de rigor y calidad en la edición de los textos, en la selección de estudiosos a cargo de las mismas y de la preparación de los prólogos y traducciones, en el cuidado de la edición, no resulta sorprendente que el ritmo y la cantidad de títulos publicados a lo largo de las décadas no fuera tan alto y no superó los ochenta títulos en más de setenta años.
Tampoco deja de sorprendernos que el precio de venta de los volúmenes sea mucho más bajo que lo que sería de esperar dada la calidad y el cuidado con que se trabajó cada uno de los volúmenes. Así se planteaba ya desde el arranque de la colección: “No es nuestra intención hacer ediciones eruditas, pero sí nos proponemos evitar la superficialidad y negligencia, y alcanzar el justo medio: un tipo de edición que, siendo fiel y cuidadosa, sea bastante sencilla para lograr la mayor difusión posible”.[8]
El tiraje de las obras publicadas en los primeros años osciló entre los 3,000 y 4,000 ejemplares. Cabe destacar que esta colección apareció cuando ya se había establecido un fuerte vínculo entre las oficinas del fce y los talleres de la Gráfica Panamericana. Obras como Cuentos completos y Poesía de Rubén Darío, Poesía gauchesca y La Florida del Inca tiraron 4,000 ejemplares, mientras que los volúmenes dedicados a reunir la obra de Sor Juana tuvieron un tiraje de 5,000 ejemplares en su primera edición. El tiraje de las ediciones aparecidas del año 2000 a la fecha es en general de 2,000 ejemplares, con algunas pocas excepciones que alcanzaron los 3,000 ejemplares.
En años recientes el fce ha editado también en formato electrónico las Obras de Sor Juana, Viajes de un naturalista por el sur de México de Hans Friedrich Gadow, Las corrientes literarias en la América hispánica y Desde Washington de Pedro Henríquez Ureña, el Memorial de Sololá, Huehuehtlahtolli. Testimonios de la antigua palabra y Retórica cristiana de fray Diego Valadés, entre otras.
Cada ejemplar de la Serie Viajes al siglo xix tuvo un tiraje de 2,000 ejemplares y actualmente también se puede adquirir en formato electrónico.
En 1947, a casi dos años del fallecimiento de Henríquez Ureña y de la fundación de la filial argentina del fce, así como a muy pocos meses después de aparecidos los dos primeros títulos de la Biblioteca Americana, el joven intelectual argentino Gregorio Weinberg publicó en la revista Sur de Buenos Aires una nota donde saluda elogiosamente la colección:
Pedro Henríquez Ureña ha dejado en este catálogo, en la escrupulosa ordenación de los valiosos materiales, quizá lo mejor de su vida, fecunda y ejemplar en tantos sentidos, al ofrecernos una visión total, panorámica de la cultura americana como un proceso, lento y penoso… ¡Con qué lógica rigurosa, con qué mano inflexible y a la vez emocionada fue acumulando documentos para ese monumental proyecto, hoy felizmente en realización…!
Porque la verdad sea dicha, hasta el presente nadie había intentado síntesis alguna de semejante envergadura. Y nunca ninguna colección, de esto estamos absolutamente convencidos, estuvo llamada –por su oportunidad y su acertada concepción– a desempeñar un papel más decisivo en el inmaturo mundo de nuestra cultura.[9]
En distintas entregas de la Gaceta del fce animada por Arnaldo Orfila Reynal, se fue dando noticia de la aparición de distintos títulos de la serie.
En 1971, en el primer número de la nueva época de la Gaceta del fce, Hugo Latorre Cabal, nacido en Buga, Colombia, y exiliado en México, publicó “De Las Casas a Hilario Ascasubi. Los clásicos de la Biblioteca Americana”. Su nota abre con una reflexión sobre el significado del rescate de la obra de Las Casas dentro de la colección, y sigue con una valoración de toda la serie:
Un apretado inventario de las obras de la Biblioteca Americana daría material abrumador. La colección se inició hace veinticuatro años con las antiguas historias del Quiché, el Popol Vuh […]. Así ha venido rescatando y difundiendo la Biblioteca Americana los cimientos de nuestra cultura, guardados en libreros extraños u olvidados en archivos inaccesibles para nuestros estudiosos.
Se ha dicho que esta colección del Fondo de Cultura Económica alberga a los clásicos de América Latina… Con los nuestros [se refiere a los autores americanos] inaugura la Biblioteca Americana la travesía hacia la raíz del propio conocimiento que nos facilitará la ubicación que antes solía buscarse a ciegas, o que no se hallaba a locas, en el peor de los casos, con la demagogia.
Con tal criterio para el escogimiento de autores y títulos, fueron apareciendo la Vida del almirante don Cristóbal Colón, escrita por su hijo don Hernando, y El libro de los libros de Chilam Balam. Iberoamérica jánica que busca orientación con sus dos caras…[10]
Tras referirse a algunos títulos de la colección, la califica como “una de las más eficaces herramientas de trabajo para investigadores, catedráticos y estudiantes de las instituciones de cultura superior de América Latina”. En efecto, he aquí acertadamente retratado el perfil preponderante de los destinatarios de la serie. Latorre Cabal se refiere a los principales títulos que corresponden a la etapa colonial, republicana y se detiene en otra “sorpresiva obra”: la recopilación de Poesía gauchesca hecha por Borges y Bioy. La nota se cierra con estas palabras:
La Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica se ha interesado por difundir a los clásicos de nuestro Continente, desde fray Bartolomé de Las Casas hasta Hilario Ascasubi. Proporciona las claves para esclarecimientos que han comenzado a intentarse a la sombra de una bibliografía que los facilita por su rigor selectivo y su pulcritud en todos los vidriosos matices del difícil oficio de editor.[11]
Una década después, en 1980, Marcel Bataillon hizo una valoración de los alcances de la Biblioteca Americana. Para esa fecha, la sección de literatura prehispánica había publicado dos textos procedentes del maya y el maya-quiché; la sección de cronistas nos entregaba la vida de Colón, el Sumario de la natural historia de las Indias de Oviedo y se encontraba en preparación la Historia de las Indias de Fray Bartolomé de Las Casas. Dentro de la Biblioteca Americana se habían publicado también las obras de Palacios Rubios. En cuanto a letras coloniales, avanza la edición de las Obras Completas de Sor Juana y en cuanto a literatura moderna, los Cuentos completos de Darío. Y recuerda que la colección se extiende ahora a otro emprendimiento fundamental: la reedición de “obras maestras de la erudición hispanoamericana”,[12] como la Bibliografía mexicana del siglo xvi de Joaquín García Icazbalceta. Dice allí Bataillon:
Los que tenemos presente el inmenso programa trazado por Pedro Henríquez Ureña a la Biblioteca Americana, no podemos sentirnos defraudados ante las tres docenas escasas de volúmenes publicados o de próxima publicación. La misma amplitud de la empresa la libra de las tentaciones de la prisa. Y para permanecer fiel al espíritu del fundador, tiene que cumplir con sus exigencias de selección, rigor y pulcritud. En forma digna de su memoria se ha incluido en la colección una obra suya, que es mucho más de lo que promete el título, y que viene a ser como introducción y modelo de toda la Biblioteca.
En efecto, tal como plantea Bataillon, una empresa que se había fijado esos niveles de rigor y calidad editorial no podía sino exigir plazos mayores de los comunes, mediados además por el tiempo largo que por entonces implicaban las conversaciones, acuerdos y correspondencia con los distintos editores y prologuistas, algunos de ellos mexicanos, como Antonio Alatorre, o españoles del exilio, como Agustín Millares Carlo, y otros procedentes de distintos puntos de América Latina.
Bataillon, Marcel, “Biblioteca Americana”, en Libro conmemorativo del 45º Aniversario del Fondo de Cultura Económica, México, Fondo de Cultura Económica, 1980.
Díaz Arciniega, Víctor, Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1996), México, Fondo de Cultura Económica, 1996.
Henríquez Ureña, Camila, Folleto [de presentación d]el plan para una nueva colección de libros que se publicará bajo el título general de Biblioteca Americana, México, Fondo de Cultura Económica, s.f.
Henríquez Ureña, Pedro, “Caminos de nuestra historia literaria”, en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Buenos Aires, Babel, 1928.
Latorre Cabal, Hugo, “De Las Casas a Hilario Ascasubi. Los clásicos de la Biblioteca Americana”, en La Gaceta (Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica), núm. 1, nueva época, 197.
Sorá, Gustavo, “Semblanza de Fondo de Cultura Económica (1934- )”, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes-Portal Editores y Editoriales Iberoamericanas (siglos xix-xxi)-edi-red, en línea (consultado el 28 de abril del 2019).
Weinberg, Gregorio, “Sobre la Biblioteca Americana”, en Sur (Buenos Aires), año xvi, noviembre de 1947.
Weinberg, Liliana, Biblioteca Americana. Una poética de la cultura y una política de la lectura, México, Fondo de Cultura Económica (Centzontle), 2014.
“Colección Biblioteca Americana”, en Enciclopedia de la Literatura en México, México, Fundación para las Letras Mexicanas (flm). En línea (consultado el 29 de abril del 2019).
“Colección Biblioteca Americana. Serie Viajes al Siglo xix”, en Enciclopedia de la Literatura en México, México, Fundación para las Letras Mexicanas (flm). En línea (consultado el 29 de abril del 2019).
“Las colecciones del Fondo”, en Grupo Fondo de Cultura Económica, México, Fondo de Cultura Económica. En línea (consultado el 29 de abril del 2019).
Fondo de Cultura Económica, Catálogo histórico 1934-2009, México, Fondo de Cultura Económica, 2009.
Sorá, Gustavo, “Semblanza de Fondo de Cultura Económica (1934- )”, en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes-Portal Editores y Editoriales Iberoamericanas (siglos xix-xxi)-edi-red. En línea (consultado el 28 de abril del 2019).
Weinberg, Liliana, Biblioteca Americana. Una poética de la cultura y una política de la lectura, México, Fondo de Cultura Económica, 2014, 121 pp. Colección Centzontle. Libro electrónico.