Juan Antonio Rosado | Angélica Tornero.
2004 / 11 oct 2018 09:50
Se llamó así al grupo integrado por cinco poetas mexicanos que en 1960 publicaron el volumen colectivo titulado La espiga amotinada, el cual reunía los siguientes libros: Puertas del mundo, de Juan Bañuelos; La voz desbocada, de Óscar Oliva; La rueda y el eco, de Jaime Augusto Shelley; Los soles de la noche, de Eraclio Zepeda, y El descenso, de Jaime Labastida. El prólogo al volumen común fue escrito por Agustí Bartra, quien un año antes había presentado un poema de cada uno de estos jóvenes en el suplemento La cultura en México. En él, Bartra afirma que la poesía de La espiga amotinada es, fundamentalmente, “una poesía de temas” que repudia el poema corto y el “juego estético” como finalidad en sí mismo. Y al referirse a las características del volumen común explica que “los cinco libros son como un largo poema estructurado por exigencias internas de unidad orgánica, como una gran imagen expandida que brota de experiencias” cuyo espíritu “se adhiere al destino del hombre”.
Cada uno de los libros que integraron el volumen colectivo estaba acompañado de un prólogo en el que cada poeta manifiesta sus opiniones sobre el quehacer poético. Bañuelos llama a su prólogo Sobre la tierra y afirma que se inclina por una “poesía de visiones”, por una poesía “profética” que persiga una “simultaneidad de tiempos o épocas para lograr una total experiencia del mundo”. Por su parte, Oliva aclara que el “encargo social” del poeta es “la necesidad y la obligación que tiene (…) de expresar todas las emociones, tragedias, alegrías, esperanzas y luchas de la sociedad en que vive. Saber comprender las angustias y ansias de libertad del hombre contemporáneo, y decir todo esto, siempre desde el lugar mismo de los acontecimientos”. En el prólogo a La rueda y el eco, Shelley aclara que cada poema es una pequeña odisea que no va más allá de lo cotidiano y que el mundo nunca es nuevo: lo que cambia es el oído que lo escucha y la voz de quien lo recrea. Mientras que en su prólogo Eraclio Zepeda cree que la poesía debe ser sencilla, sin rebuscamientos, pero portadora de una idea y de un sentimiento personal o colectivo. Finalmente, en su presentación, Labastida afirma: “Estoy por un arte que no olvide al hombre” y “Quisiera que una tarea nos fuese encomendada a los jóvenes: la transformación de una sociedad convertida en purgatorio.”
La publicación de La espiga amotinada fue seguida, tiempo después, de una entrevista realizada por Elena Poniatowska a los cinco poetas en El Rehilete, en agosto de 1961; en ella se confirma el carácter vanguardista del libro colectivo. Las opiniones de los propios autores respecto a su resolución por participar en los cambios del arte y la sociedad produjeron varias controversias entre sus críticos y lectores, desviando la atención de la obra hacia otros aspectos relacionados con sus posturas estéticas.
Cinco años más tarde, los integrantes de La espiga amotinada publicaron otro libro titulado Ocupación de la palabra (1965), esta vez editado sin prólogos ni comentarios preliminares. El volumen reúne los siguientes títulos: Escribo en las paredes, de Bañuelos; Áspera Cicatriz, de Oliva; Hierro nocturno, de Shelley; Relación de travesía, de Zepeda, y La feroz alegría, de Labastida. De acuerdo con los especialistas, el título de este libro es, en sí, un manifiesto, en la medida en que subraya la misión que debe tener la palabra, entendida por sus autores como signo poético, como poesía. En general, en este libro la posición del grupo frente al papel del arte y la poesía no presenta grandes cambios respecto a los expuesto en 1960 y al igual que La espiga amotinada, fue seguido de una entrevista realizada a los escritores por Thelma Nava y Miguel Donoso Pareja, editada en El Gallo Ilustrado en agosto de 1965. El grupo, ahora disperso, tuvo un importante papel dentro de las letras mexicanas, particularmente en la obra de poetas jóvenes. Sus miembros continúan publicando y colaborando de forma independiente en distintos órganos culturales del país.