Juan Antonio Rosado | Angélica Tornero.
2004 / 04 oct 2018 09:04
El 13 de mayo de 1846, el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica declaró la guerra a México. Ésta terminaría dos años después, con la derrota de las fuerzas mexicanas y la proclamación del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. México cedía a Estados Unidos Arizona, California, Nuevo México, Utah, Nevada y regiones de Colorado.
Las leyes contenidas en el tratado, protectoras de los derechos de los mexicanos radicados en esos estados, fueron sistemáticamente violadas. Desde entonces, se vivirían años de restricciones y vejaciones. A los antiguos pobladores de estos territorios se les prohibió la práctica del idioma y de las costumbres; sus propiedades fueron arrebatadas por medios ilegales y sus derechos a la educación y al empleo fueron condicionados.
Algunos investigadores consideran la firma del Tratado de Guadalupe como el comienzo de la literatura chicana. Otros ubican la historia del movimiento binacional desde las postrimerías del siglo xvi.
El término chicano aparece en el siglo xx, a mediados de la década de los cincuenta. En un principio, se usaba en forma despectiva para identificar a las personas de clase baja que inmigraban a los Estados Unidos. A partir de los sesenta, el término adquirió una connotación positiva.
La literatura chicana incluye todos los géneros: cuento, novela, poesía y literatura dramática. Además, se considera dentro de este rubro a los escritores que abarcan la temática social y racial de los hispanos de Estados Unidos, así como los méxico-norteamericanos con interés por otros temas.
La literatura ha sido escrita tanto en inglés como en español. En las últimas dos décadas, dice el crítico Charles Tatum, un grupo escribe en el inglés literario común, otro en español, y un tercer grupo de escritores recurre a una mezcla natural de inglés y español llamado espanglés o spanglish, tex-mex o pocho.
El nacimiento de la literatura chicana, según opinión unánime de los críticos, se ubica a finales de la década de los cincuenta. No obstante, existen abundantes antecedentes que dan forma a la irrupción de obra chicana después de los años sesenta.
Ya en La Gaceta, de Santa Bárbara, en 1881, se publicaron las aventuras de Joaquín Murrieta, legendario rebelde social chicano. Se trata de una versión novelada que describe la infancia de Murrieta en Sonora, su viaje a California en su juventud (1850), el asesinato de su hermano por las autoridades, sus primeros encuentros con la ley y su vida de prófugo de la justicia.
Manuel M. Salazar dio a conocer en 1881 la primera novela chicana publicada: La historia de un caminante, o Gervacio y Aurora. En esta novela se relatan las aventuras amorosas de Gervacio. Más tarde, Eusebio Chacón publica dos novelas escritas en español, aparecidas en 1892: El hijo de la tempestad y Tras la tormenta, la calma. Aparece también en la escena Miguel Antonio, gobernador del territorio de Nuevo México de 1897 a 1906. Escribió, entre otros, el libro My life on the Frontier (1897), en el que describe sus experiencias de niño y de joven en Kansas, Colorado y Nuevo México. Andrew García escribió el libro Tough Trip Through Paradise, entre 1878 y 1879. El manuscrito fue rescatado en el siglo xx y publicado en 1967.
A principios del siglo, entre 1910 y 1929, Benjamín Padilla, bajo el seudónimo de Kaskabel, dio a conocer en periódicos estadounidenses numerosas estampas de la vida de aquellos pueblos de Texas, Nuevo México, Arizona y California. Escribió notas satíricas sobre asuntos relacionados con los estadounidenses: “Los celos de don Crispín” y “Los ricos pobres y las peladas ricas”, entre otras.
Contemporáneo de Kaskabel es Julio G. Arce, quien escribió, con el seudónimo de Jorge Ulica, en periódicos del suroeste y de California durante los años veinte. Bajo el título de Crónicas diabólicas se recogen los artículos en los que el autor critica la vida de los estadounidenses.
Figura importante de los años veinte es Daniel Venegas, autor de Las aventuras de don Chipote o Cuando los pericos mamen (publicada en 1928 por El Heraldo de México, de Los Angeles). Esta novela se considera el antecedente de la novelística chicana por su estilo, temática y género. El autor se asume expresamente como chicano, aunque no nació ni se nacionalizó en Estados Unidos. A decir del crítico Javier Díaz Perucho, si bien el autor emigró a California, donde ejerció, entre otros oficios, el periodismo en las páginas de El Heraldo de México y La opinión, además de haber sido fundador del semanario humorístico El Malcriado, no se ha comprobado que haya sido ciudadano estadounidense.
En la narrativa destacaron Felipe Maximiliano Chacón, con la novela Eustacio y Carlota (1924), en la que acude a formas del romanticismo decimonónico, Josefina Neggli, quién publicó Step Down, Elder Brother (1947) y Mario Suárez con Senior Garza (1947). Se escribieron también algunas leyendas populares, como Spanish Folk Poetry in New Mexico (1943), de Arthur Campa y With his pistol in his hand (1958), de Américo Paredes.
En esta época se editó gran cantidad de obra poética. Vicente Bernal escribió el libro de poesía Las primicias (1916) y Felipe Maximiliano Chacón, Poesía y prosa (1924). También publicaron Julio Flores, María Enriqueta Betanza, Antonio Plaza, Moisés Dantés, entre muchos otros.
El más conocido de los poetas religiosos fue Fray Angélico Chávez, quien publicó varios volúmenes: Arropado por el sol (1939), Once piezas líricas sobre la mujer y otros poemas (1945) y Poemas selectos con una Apología (1969).
También figuró la poesía social y de orgullo cultural como la de López Ayllón, de quien se destacan el elogio al idioma español, titulado Composición poética en loor del idioma castellano (1914) y el soneto “Mi raza” (1927).
La nueva faceta de la literatura chicana se inicia con la novela Pocho (1959), de José Antonio Villarreal. La novela de Villarreal es publicada por una connotada editorial, en tanto que las novelas habían sido presentadas de manera clandestina y prácticamente no se difundían. La novela de Villarreal abre camino de la novelística chicana hacia la industria editorial y su amplia difusión. Esta obra, a diferencia de lo escrito anteriormente, se aleja del documento de denuncia sociológico y crea personajes imaginarios con destinos individuales. Villarreal escribió también El quinto jinete (1974), única novela chicana escrita hasta ahora que se refiere al periodo anterior a la Revolución Mexicana.
Durante la década de los sesenta destaca la producción artística del grupo Teatro Campesino, fundado en 1965 por Luis Valdez. La compañía fue creada para apoyar la huelga de los vinicultores del Valle de San Joaquín. Algunas de las obras del grupo son Las dos caras del patroncito (1965), La Quinta Temporada (1966) y Los vendidos (1967). El Teatro Campesino es antecedente central en la creación de la literatura chicana contemporánea.
En los sesenta destaca la obra City of night (1964), de John Rechy, novela que aborda la homosexualidad. Más adelante, este autor publicó The Sexual Outlaw (1977), Rushes (1979), Bodies and Souls (1983), entre otras. También en esta década se publicó Plum Plum Pickers (1969), de Raymond Barrio, en la que se exponen los sufrimientos del campesino chicano. Richard Vázquez escribió Chicano (1970), novela en la que se narran sucesos posteriores a la Revolución, a lo largo de varias generaciones de chicanos. Otras obras de este autor son The Giant Killer (1978) y Another Land (1982).
Entre 1971 y 1975, se escribe una novela chicana con mayor madurez. En estos años destaca Tomás Rivera, quien escribió la segunda novela totalmente en español: …y se lo tragó la tierra (1971); es considerada una de las más importantes en la literatura chicana. También publicaron en estos años Arthur Tenorio, Blessing from Above (1971) y Ernesto Galarza, Barrio Boy (1971).
Óscar Zeta Acosta, abogado chicano, publicó The Autobiography of a Brown Buffalo (1972) y The Revolt of the Cockroach People (1973), que trataba de una odisea personal, con ánimo de descubrirse a sí mismo y encontrar su relación con el pasado cultural.
Rolando Hinojosa, con la novela Klail City y sus alrededores (1976), ganó el premio de novela otorgado por la Casa de las Américas, La Habana, en 1976. Más adelante publicó Mi Querido Rafa (1981), The Valley (1983), Partners in Crime (1984) y The Useless Servants (1993), entre otras.
Otro éxito de la narrativa chicana parece ser el de Alejandro Morales. Ha escrito, entre otros libros, Caras viejas y vino nuevo (1975), escrita en espanglés y publicada por Joaquín Mortiz; La verdad sin voz (1979), novela que relata la historia de un anglo en Texas, fusilado por la policía por ayudar a los inmigrantes mexicanos. Más tarde escribió Reto en el Paraíso (1983), The Brick People (1988) y The Rag Doll Plagues (1992), tal vez el único ejemplo de la ciencia ficción de chicana.
De Rudolfo Anaya se destacan Bless me, Última (1972), Heart of Aztlán (1976), Tortuga (1979) y Zia Summer (1995). Miguel Méndez publicó Peregrinos de Aztlán (1974), obra de difícil estructura y lenguaje. Ron Arias escribió The Road to Tamazunchale (1975), considerada una novela singular, que ha causado controversias en los círculos literarios chicanos. Entre los novelistas de las tres últimas décadas del siglo xx se encuentran Aristeo Brito, quien ha escrito El diablo en Texas (1976). El autor relata la adquisición sistemáticamente violenta e ilegal de tierras pertenecientes a mexicanos.
Orlando Romero escribió Nambé Year One (1976), novela llena de reminiscencias, ecos e imágenes de los días de infancia del narrador. Un año después, Nash Candelaria publicó Memories of the Alhambra (1977). Esta novela parece formar parte de una trilogía de la que se conoce sólo otra novela: Not by the Sword (1982).
Otro autor importante es Rubén Darío Sálaz, quien en su colección de Cuentos del sureste (1978) mira nostálgicamente hacia el pasado. Daniel Garza escribió Saturday Belongs to the Palomina (1972). Arturo Rocha Alvarado es autor de Crónica de Aztlán (1977). Saúl Sánchez publicó Hay Pesha Lichans tu di flac (1977), especie de transcripción fonética de una supuesta pronunciación chicana del juramento de lealtad a la bandera de Estados Unidos.
Entre los más recientes novelistas aparece Arturo Islas, que publica The Rain God (1984) y Sergio Elizondo, que publica en México Muerte de una estrella (1985), novela que denuncia la persecución policiaca racial. Abelardo Delgado, reconocido poeta chicano, incursiona en la novela con Letters to Louise (1982). David Rice escribió Give the Pig a Chance (1995) y Fausto Avendaño, el libro de cuentos El sueño de siempre y otros cuentos (1996). Entre las novelistas chicanas destacan Gina Valdez, quien ha escrito There Are no Madmen Here (1981), Bertha Ornelas, quien publicó Come Down from the Mound (1975), Isabella Ríos, con la novela Victum (1976), y Katherine Quintana Ranck, con Portrait of Doña Elena (1982). En años recientes, las mujeres han incursionado más en la novela. Ejemplo de ello son Sylvia López-Medina, con Cantora (1993), Ana Castillo, con Spogonia (1994), Demetria Martínez, con Mother Tongue (1994), Lucha Corpi, con Cactus Blood (1995) y Tina Juárez, con Call No Man Master (1995).
El cuento chicano se ha desarrollado de manera importante. Sabine Ulibarrí, poeta, ensayista y autora de cuentos, ocupa un lugar importante en las letras chicanas de hoy. Ha escrito originalmente en español y sus colecciones de cuentos aparecen en ediciones bilingües. Ha publicado Tierra amarilla: cuentos de Nuevo México (1971), Mi abuela fumaba puros (1977), Primeros encuentros (1982), Sueños/Dreams (1994), entre otros. En este género, Estela Portillo Trabley publicó el libro Rain of Scorpions (1975); Sandra Cisneros, The House of Mango Street (1983); Mary Helen Ponce, Recuerdo (1983); Helen Viramontes, The Moth (1985); Alicia Gaspar de Alba, The Mystery of Survival and Other Stories (1994); Patricia Martín Preciado, Songs my Mother Sang to Me (1993) y El milagro and Other Stories (1996). En cuanto a poesía, es abundante en las preferencias de los escritores chicanos. Durante los sesenta y a principios de los setenta, la tendencia central fue escribir poesía social, estridente y de denuncia. En este ámbito destacan, entre otros, poetas como Ricardo Sánchez con Hechizo Spells (1976), Luis O. Salinas, con Crazy Gypsy (1979), Rafael Jesús González, que escribió El hacedor de imágenes (1977), Leroy Quintanilla, con Hijo del pueblo (1976). Entre las mujeres poetas están Nina Serrano, con el libro Canciones del corazón, Dorinda Moreno, con su libro La mujer es la tierra, la tierra de vida (1975), Margarita Cota, con Noches despertando inconciencia (1975), Marina Rivera, quien publicó Sobra (1977), y Miriam Bornstein Somoza, con Bajo cubierta (1976), entre muchas otras. En los ochentas y noventas se publicaron, entre muchos otros libros de poesía, Fathers is a Pilow Tied to a Broom (1980) y Where Sparrows Work Hard (1981), de Gary Soto; Palabras de mediodía/ Noon Words, de Lucha Corpi (1980); Voces de la gente (1982), de Joe Olvera; Shaking off The Dark (1983), de Tino Villanueva; The Story of Home (1993), de Leroy Quintana; Loose Woman, de Sandra Cisneros (1994) y Night Train to Tuxtla (1994), de Juan Felipe Herrera.