Las páginas que el padre Sahagún consagra a los otomíes en el texto náhuatl del Códice Florentino[1] reflejan la opinión –por cierto poco favorable– que los informantes aztecas de alto linaje tenían acerca de ese grupo étnico. Aunque reconocían que los otomíes tenían un modo de vivir civilizado (tlacanemiliztli) en su vestir, que las enaguas y los huipiles de sus mujeres eran de buena calidad (qualli in incue, in inuipil), que en sus pueblos tenían sacerdotes, que los jefes se adornaban con chalchihuitl, concha y hasta oro, por otra parte no dejaban de exponer los defectos intelectuales y morales de esos indígenas. El otomí típico era considerado como esencialmente estúpido, "cabeza pesada" (quatilacpol). La misma palabra "otomí" era tenida por un insulto. Los aztecas se reían de las costumbres otomíes: las muchachas que se adornaban con plumas las piernas y los brazos, las mujeres ancianas que se pintaban los dientes, los hombres perezosos y borrachos, comedores de lagartijas y de chapulines. Las costumbres matrimoniales y la vida sexual de los otomíes eran también objeto de críticas de parte de los aztecas.[2]
Al mismo tiempo se debe notar que a los otomíes se les reconocía valor como guerreros y como poetas. Otomitl era un título militar. Los otomíes formaban parte del ejército tlaxcalteca que opuso una fuerte resistencia a Cortés y a sus españoles.
En lo que toca a las actividades literarias, es interesante y hasta paradójico que los aztecas, a pesar de tener tan baja apreciación de los otomíes, admitían como digna de consideración una categoría de poemas, los otoncuicatl, "cantos otomíes".[3] Desgraciadamente no tenemos ningún texto de otoncuicatl ni en otomí ni en traducción náhuatl. En Sahagún,[4] otontecuti ycuic, está traducido de un original otomí o tal vez inspirado por los ritos relacionados con el culto del dios del fuego "señor otomí", es decir, la deidad que presidía a la fiesta del xócotl uetzi en el décimo mes del año religioso. La primera estrofa del himno es oscura, a tal grado que el sabio etnólogo alemán Seler no se arriesgó a traducirla. Pero se puede notar que la palabra onoalico, probablemente equivalente de nonoualco, significa "en el país de habla extranjera", y debe referirse a la región donde se hablaba otomí al norte de Tenochtitlan.
El pueblo otomí es, sin ninguna duda, uno de los más antiguos de México,[5] pero nunca llegó a construir su propio estado, con la sola y pasajera excepción de la pequeña ciudad de Xaltocan, entre los siglos xii y xiv. Es probable que se haya incorporado a culturas más desarrolladas, proporcionando productos agrícolas y mano de obra, por ejemplo, en Teotihuacan. En la época histórica más reciente, vemos a los otomíes sometidos al poder de los mexicas en las regiones de Xiquipilco, Huichapan, Jilotepec, o incorporados a Tlaxcala.[6] La conquista española determinó la extensión de los otomíes y de su idioma hacia el norte en los estados actuales de Querétaro y Guanajuato. La fundación de Querétaro, de San Juan del Río, de Tolimán, de San Miguel Allende, de San Luis de la Paz, de Tierra Blanca, se debe a indios de habla otomí de la región de Jilotepec y también de Tepotzotlán.[7]
A pesar de su antigüedad, los otomíes no han dejado ningún escrito precortesiano. Todos los documentos en lengua otomí que poseemos son, pues, posteriores a la conquista. Se pueden distinguir cuatro categorías de escritos en otomí: 1] Gramáticas, "artes" y diccionarios de esa lengua indígena. 2] Catecismos, oraciones. 3] Códices, o mejor dicho códice, ya que no se conoce sino un documento único, el Códice otomí de Huichapan. 4] Canciones, poemas y cuentos en el idioma hablado actualmente.
Primera categoría: Se trata de documentos cuyo interés lingüístico es, a veces, muy grande, pero no se pueden considerar como literarios. Nos limitaremos a enumerar a continuación los títulos de las obras de esta categoría, cuya identificación más detallada se encontrará en la bibliografía del presente trabajo:
Carceres, Pedro de, Arte de la lengua otomí (sin título): siglo xvi.
Es una recopilación desordenada en la que se mezclan otomí, náhuatl, atín y castellano, pero muy útil ya que es el documento más antiguo que conocemos.
Diccionario otomí. Manuscrito del siglo xvi o tal vez del principio del xvii, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de México. No tiene nombre de autor. Probablemente fue redactado por un misionero o sacerdote, pues contiene muchas palabras relacionadas con la religión católica.
Luces del otomí, gramática y vocabulario del siglo xviii. Anónimo.
Neve y Molina, Luis, Reglas de ortografía, diccionario y arte de la lengua othomí (1767).
Soriano, P. Juan Guadalupe, manuscrito de 1767-1768, obra de un misionero franciscano que se refiere particularmente a los idiomas pame y jonaz[8] y da también un vocabulario otomí.
Segunda categoría: Pater Noster en otomí del siglo xvi, publicado en la Colección Polidiómica Mexicana.
Sermonario en lengua otomí, manuscrito anónimo del siglo xvii. Contiene 23 sermones y exhortaciones contra la "idolatría" indígena.
Cuartilla en otomí con imágenes, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París.[9] Parece ser de fines del siglo xvii o de principios del xviii.[10] Contiene oraciones cristianas.
López Yepes, Joaquín, Catecismo y declaración de la doctrina cristiana en lengua otomí, 1826.
Pérez, Francisco, Catecismo, 1834.
Tercera categoría: El Códice otomí de Huichapan, único documento de esa índole. Contiene textos en otomí (también en latín y náhuatl), escritos en caracteres latinos y glifos pictográficos relacionados con el calendario y con topónimos. Manuscrito del siglo xvii.[11]
Cuarta categoría: Poemas, canciones y cuentos que constituyen la literatura oral de los otomíes. Tienen un carácter auténtico y espontáneo, distinto del aspecto artificial de los textos de sermonarios, doctrinas y oraciones.
Aunque la cultura otomí aparezca como muy limitada y pobre, es importante destacar el papel significativo que corresponde a la poesía popular en regiones de muy antiguo y numeroso poblamiento otomí como la de Ixmiquilpan, Hidalgo; o la de Santa Ana y San Pedro, cerca de Tulancingo.[12]
Es en la primera de esas zonas, entre Actopan y Zimapán, en los pueblos de Ixmiquilpan, Tasquillo y El Cardonal, donde la tradición de la poesía parece haberse conservado mejor. Quien conoce a los otomíes sabe que son particularmente reservados y discretos. No recitan los poemas tradicionales si no se encuentran en un ambiente de confianza. En la mayoría de los casos son hombres los que recitan los poemas en la región de Ixmiquilpan, pero ocasionalmente pueden ser las mujeres quienes lo hacen.
Exactamente como en la tradición náhuatl, el poema es un canto (azteca: cuicatl; otomí: tûhû). Lo cantan en un tono de melopea, mezzo voce, no valiéndose de ningún instrumento. Los poemas son muy breves, generalmente no tienen más de seis versos. Llamo versos a las frases separadas por una pausa marcada. No tienen rima, sino que están construidos sobre la base de una estructura muy sutil de asonancias. Dada la sintaxis del otomí, con sus numerosos sufijos y prefijos, los poetas (anónimos, por supuesto) han podido trabajar con paralelismos, ecos, correspondencias fonéticas y antítesis. A veces se establece un equilibrio estable de un extremo a otro de la breve pieza; otras, por el contrario, se rompe este equilibrio, y aparecen en unos versos paralelos, uno o dos versos con un ritmo totalmente distinto.
Tomemos como ejemplos dos cortos textos que harían pensar en ciertos poemas japoneses.[13]
Poema 1:
Numândé endönitho
Nurapaya enthöndrito,
Ayer florecía
Hoy se marchita.
Poema 2:
Bengui ridia gramehwini
Bengui rida grabwöshwini
Yastabâ rinana
Yastamaheni:
Haz a un lado tu vista iremos allá
Haz a un lado tu vista iremos por arriba
Antes que lo sepa tu madre
Estaremos lejos.
El primer poema ofrece un caso típico de paralelismo. En el segundo aparecen dos versos rigurosamente paralelos uno corto y otro todavía más breve. Con tres versos, otro poema, que numeraremos como 3, muy tradicional, produce la misma impresión de ruptura de ritmo:
Peí, peí, rizibida tö
Peí, peí, rizibida tö
Shanyêpü mazinkhû danei,
Toca, toca tu violincito, hijo
Toca, toca tu violincito, hijo
Allí viene mi hermanita a bailar.[14]
Los temas de la poesía tradicional otomí son pocos y se vuelven a encontrar en varios poemas o cantos. Entre ellos destaca una visión bastante sombría de la vida; el amor del hombre joven que quiere irse lejos con su amada, alejándola de su familia; la reacción del marido quien, abandonado por su esposa, quiere consolarse con la hermana de la infiel; el deseo de la joven, comparada con una flor en espera de ser cortada.
Damos a continuación algunos textos poéticos de la región del norte y noroeste de Hidalgo:
Poema 4. Canto de muchacha:
Zidöni zidöni didöngawa
Dadüki dadüki todané
Danyéa danyéa dadögagui.
Florecita, florecita, estoy floreciendo aquí.
Que me corte, que me corte, quien quiera.
Que venga, que venga, que me corte.
Poema 5. El marido abandonado:
Bimá mândé bizogawa
Hyeguidama gahôna man'á
Hyeguiadû bigota rakhû
Ayer se fue y me dejó aquí.
No importa que se vaya, buscaré otra.
Que se muera, buscaré a su hermana.
Que se muera se quedó su hermana.
Otra versión del mismo tema (que refleja sin duda cierta fragilidad del matrimonio) dice:
Bimá mândé bizogathó
Mashidadû gamá mangû
gahômba rakhu
Ayer se fue me dejó nomás.
Aunque se muera me voy a mi casa
Buscaré a su hermana.
Poema 6. El joven y la muchacha:
Habú grimá? Gamá razü
Too guipéwü? Tima zéhé
Shtapândi shtamewü, máha
Bengui rida rapwöshwini
Bengui rida shtapândi rinana
Yagapengui ta t'ashângû.
¿A dónde vas? Voy a cortar leña.
¿Con quién vas? Me voy sola.
Si lo hubiera sabido, me hubiera ido contigo...; ivamos!
Vuelve tus ojos, vamos (los dos) para arriba[15]
Vuelve tus ojos. Cuando sepa tu madre
Ya habrás vuelto a la Casa Blanca.
Poema 7. El amante desesperado:
Dimâi dimâi pero nugué hinguimâki
Nubü dahánda ridáda dabwörakwé
Anúa dinega hindranambai gueto dimâí
Ata guöidái mabehnyâ
Mashi dabwörekwé too dabwörakwe.
Te quiero, te quiero, pero tú no me quieres.
Si nos ve tu papá se enojará
Yo no acepto que te golpée, porque te quiero
Hasta que yo te haga mi mujer
Que se enoje quien se enoje.
También hay poemas cortos que se refieren sencillamente a la vida cotidiana, a los pequeños incidentes que se producen en la familia, por ejemplo:
Poema 8:
Râká mazirônkhwa nkhû
Râká mazirônkhwa nkhû
Hingorangué dazügagá,
Dame mi ayatito hermana
Dame mi ayatito hermana
Que no me regañen por eso.
Hay que recordar que los otomíes utilizan los magueyes más que cualquier otro indígena y extraen de las pencas unas fibras con las que las mujeres tejen finísimos ayates (rônkhwa).
Poema 9. Diálogo agrio:
Yadamága yoshkibéngui
Toodabéngui tegratz'oyo
Ya me voy, no te acuerdes de mí.
¿Quién va a acordarse de ti? No eres sino un comilón.
Poema 10. Relaciones matrimoniales:
Shipá mazimané
Shama gödané
Nguetho mazümpané
Yashtadû ratsé.
Háblale a mi comadrita
A ver si quiere
Porque mi compadrito
Está muerto de frío.
Fuera de la región de Actopan y Zimapán pero siempre en el mismo estado de Hidalgo, en el borde de la meseta junto a las Tierras Calientes, las mujeres de San Pedro Tlachichilco y de Santa Ana Hueytlálopam, hábiles tejedoras llenas de autoridad, siguen representando una tradición poética otomí muy particular. Sus poemas son canciones festivas. No se trata en ellas de amor, huidas, de matrimonios felices o desgraciados, sino de aguardiente (pathé), que sustituye al sêy (pulque) en aquella zona. Lo más curioso es que la melodía de esas canciones es pura, cristalina, delicada, mientras que los textos son incoherentes y triviales. La verdad es que las mujeres aceptan cantar sólo después de haber ingerido varios tragos de aguardiente.
Los cuentos son textos narrativos de varias dimensiones que pueden reflejar actividades de la vida de cada día o acontecimientos más o menos fantásticos.
Weitlaner[16] ha dejado constancia de varios fragmentos relacionados con la vida indígena.
1] Yadama kart'öhö shamá indazüki ramûhû
Ditsû dazaqui komangû bizá madâphri
(...) Biêhê razuwê bizá
Mibeni ra boedz'é nerannyâshû
Bisipi gatorângö bizogui hödzerandóyo
Me voy al cerro a ver si no me alcanza el lobo.
Tengo miedo que me coma como comió mi res.
Vino la fiera y se comió (la res).
Estaban tiradas las costillas y la cabeza.
Comió toda la carne y dejó nomás los huesos.
2] Yadaagui madâmé mabâtsi yahobü
Kahéké raháy yawadhá.
Ya enterré mi marido, mis hijos ya no están
Voy a repartir la tierra y los magueyes.
3] Magahónga man'a dâme
Padabingui rishûdi damâni
Hintödamâga rahâi nugo bidû madada
Denúbia biwadi
Yanúga otho teguimânyhü
Voy a buscar otro marido
Para que me dé de comer mañana y pasado mañana.
No dirá nada la gente (ya que) se murió mi papá.
Ahora se acabó.
A mí no tienen nada que decir.
Estos últimos párrafos arrojan luz sobre el estatuto tradicional de la mujer: viuda, "la gente" del pueblo la criticará si busca otro marido, pero el hecho de que su padre también desaparece obliga a admitir que se vuelva a casar.
El Instituto de Alfabetización para Indígenas Monolingües (Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital) ha publicado algunos cuentos en los que generalmente aparecen animales:[17] el conejo y la tortuga (ra jua ne ra xaha), el pollito (ra t'uni), el puerco (ra ts'udi), el gato (ra mixil), el perro (ra tsatyo), el coyote (ra mino). Es difícil determinar en qué medida esos cuentos reflejan una tradición propiamente indígena o si están solamente adaptados de la tradición europea.
Muy poco subsiste del folklore otomí, dado que ese pueblo indígena estuvo sometido a una evangelización particularmente activa y sus tradiciones han sufrido una presión muy fuerte. Su carácter fundamentalmente conservador ha mantenido muy vivo el idioma (aunque numerosos hispanismos se hayan introducido en la lengua cotidiana), pero las creencias antiguas aparentemente han desaparecido por completo.
Es, pues, interesante mencionar dos cuentos en otomí recogidos en la región de Ixtlahuaca, donde una fuerte población otomí vive al lado de una importante etnia mazahua. Los otomíes (nyâ nyû) y los mazahuas (nyâmphani), que hablan idiomas muy cercanos, a pesar de eso (¿o será por eso?) no tienen relaciones muy estrechas. Sea como sea, los cuentos otomíes[18] recogidos en el pueblito de San José del Sitio tienen como personalidad central un ser mítico llamado dok'inyö, palabra compuesta de do, piedra, y k'inyö, serpiente. Nuestro informante confesaba que no podía explicar el significado de una "serpiente de piedra". Tal vez, decía, esa extraña palabra quería indicar que se trataba de una serpiente que vivía entre las piedras, en los cerros. De todos modos, los cuentos muestran al dok 'inyö bajo la forma de un ser maléfico, que suele agredir a los niños, asaltar sexualmente a las mujeres y que tiene el poder mágico de adormecer irresistiblemente a sus víctimas. En el primer cuento, la serpiente logra consumir la leche que un recién nacido debería ingerir y de ese modo causa la muerte del niño. En el segundo, el animal mítico tiene relaciones sexuales con una mujer adormecida por su poder mágico.
Extractos del cuento 1:
Narbenyö mibwö nartsiweni. Marlsizo. binamhwöto binini, bindodyo Kakhwa mizoni... (los hombres de la familia sospechan que algo anormal está sucediendo). Khö nyöhö ambibwöpothi mimpodihö a ver temitsöhö bwö mizônkarlsiweni... Bishotsö ködâtû nigué khabidotihö nardok'inyö, martsömpi kishiba karbenyö... yahingazo kartsiweni bidû.
Una mujer tenía un bebé. Era bonito. Empezó a enfermarse, adelgazaba y lloraba... los hombres se quedaban afuera de la casa y vigilaban, a ver qué pasaba cuando el niño lloraba... Abrieron las cobijas y vieron una "Serpiente de piedra" que mamaba los senos de la mujer... el niño no se curó, murió.
Extractos del cuento 2:
(Una mujer cuyo marido es soldado debe llevarle alimentos a su campamento. En el camino, sin saber por qué, sucumbe al sueño, y llega muy tarde al campamento. El marido se enoja. La mujer informa a su padre, quien la sigue y observa la serpiente. Los soldados llegan hasta el lugar donde la mujer estaba dormida.) Yashkihöhö karbenyö kha kark'inyö sobreguegué bihyântihö. Kark'inyö biboy bidötaditho kö sûndado...
La mujer dormía y vieron que la serpiente estaba sobre ella. La serpiente se levantó e hizo huir a los soldados.
(Más tarde la mujer se queja de dolores abdominales. Le dan purgación.) [....] Bitoköbi kö mipetsi nigué chögué tsik'inyöto. Bwöho mik'âtikarbehnyoko eshpidû. Salió lo que tenía (en su vientre) y eran puras serpientitas. Cuando la mujer las vio murió al instante.
Es característica de la tendencia pesimista de los otomíes la doble conclusión: bidû, murió; eshpidû, murió inmediatamente.
Existe entre los mazahuas vecinos de los otomíes una creencia relativa a una víbora "alicante" que tiene poderes mágicos. "Puede chupar la sangre de los humanos o de los animales a distancia. Gusta de mamar las ubres de las vacas y los senos de las mujeres." Un cuento de San Pedro Potla relata que un mazahua
encontró a su mujer durmiendo en la cama mientras una víbora alicante mamaba los senos de la mujer. Entre tanto, el pequeño hijo del hombre lloraba ruidosamente porque la víbora metía su cola en la boquita del infante.[19] Viendo lo anterior, el hombre sacó una pistola de entre sus ropas y disparó matando a la víbora y a su mujer.[20]
La semejanza de la tradición mazahua con la de los otomíes es evidente, hasta el carácter sombrío de la conclusión. Parece que las víctimas de la serpiente mítica no pueden ni deben sobrevivir.
Comparada con las riquísimas culturas prehispánicas y con la brillante literatura náhuatl, la literatura otomí no deja de parecernos humilde y pobre. Es el espejo donde se refleja una cultura que nunca en su historia ha logrado sobrepasar el nivel de la aldea, de la milpa, de la pequeña casa campesina. El pueblo otomí no ha dejado monumentos, ni ha esculpido estatuas o bajorrelieves, ni ha escrito o pintado libros. Pero, como una flor delicada, una poesía, a la vez frágil y muy terrestre ha podido nacer en aquel suelo árido. Su mera existencia es uno de los milagros que la historia de México ofrece como contribución al tesoro común de la humanidad.
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