Agustín Lara (1903-1970) fue fenómeno extremado por su fecundidad, por la variedad de sus temas y estilos, por la facilidad pegajosa de sus melodías y ritmos, por las sinuosas metáforas de sus letras, graciosas en sus disparates, y por su valiente cursilería. En su “época dorada”, de 1935 a 1945, México escuchaba arrobado cada semana, en la XEW, La Hora Íntima de Agustín Lara. “El mundo cultural, a partir de los treinta—comentó Carlos Monsiváis—, se asoma a Lara con dejo paternalista. Allí está ese ser inefable de hallazgos enloquecidos y logros melódicos y declaraciones hilarantes y halo populachero” (“Agustín Lara. El harem ilusorio...” Amor perdido, México, ERA, 1977, página 79). Sin embargo, desde 1971, Gabriel Zaid había incluido, en el Ómnibus de la poesía mexicana (México, Siglo XXI), en una amplia sección de “Poesía popular”, una selección de “Canciones románticas y modernistas (1850-1950)”, en las que incluyó tres de Agustín Lara: “Janitzio”, “Palmeras” y “Mujer”.
Sobre Agustín Lara en especial, existe un buen estudio técnico: Daniel Castañeda, Balance de Agustín Lara. Reencuentro con lo sentimental (1980), que reúne ensayos de Raymundo Ramos, Juan José Arreola, Carlos Monsiváis—un texto diferente al antes citado—, Griselda Álvarez y de otros, un apunte autobiográfico de Lara y numerosos testimonios de musas y los amigos del compositor.