Muchos lectores mexicanos, por razones que podría referir pero tampoco son tan difíciles de ver, han sido educados en la creencia de que la imaginación está reñida con la verdad. Se les dice que un texto narrativo es mejor en tanto más se apega, y con menos inventiva, a lo que percibimos como realidad (y sobre todo como realidad política, como sabe más de un visitante a las librerías de viejo y sus innumerables recuentos de actualidad candente y del todo olvidada). Esto ha ocasionado que el realismo sea la peor de las corrientes literarias del país…, o no, no digamos la peor: la más llena de textos malos y oportunistas, que hacen mucho mal a las grandes obras
(desde Al filo del agua de Agustín Yáñez hasta Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza) que historian, en efecto, la simple cotidianidad.
Por otro lado, no faltan autores mexicanos que ponen por delante la imaginación: la actividad de reinventar el mundo en vez de reproducirlo. Algunos de ellos han escrito libros que no pueden considerarse sino clásicos (desde El domador de almas de Amado Nervo hasta Los sueños de la Bella Durmiente de Emiliano González); una que
comienza su carrera es Alana Gómez Gray.
La Fortaleza hace honor a esa tradición secreta, a veces ninguneada, de lo fantástico mexicano, porque sus imágenes intrigantes o aterradoras o llenas de belleza se presentan de a poco, insidiosamente, en una serie de episodios que al comienzo parecen sólo un poco “raros” pero de pronto, cuando ya estamos enfrascados en la lectura, nos sumergen del todo en una realidad aparte, como la nuestra pero deformada por el sueño, que oculta las superficies y revela lo profundo. Y esa profundidad es la condición humana, con todo lo que tiene de brutal y de trascendente.
Alberto Chimal.