Hallándose la descolonización en América ante el problema de no poder ser recuperación de un pasado precolonial –siendo ése un pasado precolombino y autóctono–, tampoco puede prescindir de las estructuras y jerarquías coloniales, entre ellas, la lengua castellana. A esto se suma que los estados postcoloniales fueron entes políticos que aún no habían logrado una clara autodefinición –y esto ni a nivel de los terrenos, ni a nivel de los discursos–. De ahí que las prácticas simbólicas, tales como la prensa y la literatura, desempeñaron un papel clave en la constitución de estas comunidades postcoloniales, ya que crearon la ilusión de un espacio temporal común, compartido por los lectores a la hora de la lectura. Sin embargo, esta literatura no puede funcionar de una manera simple y unívoca: lo que sería lo propio –la cultura española, el indígena, el negro y “la chusma”– a menudo juega el papel del otro, mientras que el otro –la cultura francesa, anglosajona y, en el caso de Martí, también la estadounidense– funciona como instancia de identificación. Así nos encontramos ante dos fenómenos estudiados extensivamente en la teoría postcolonial –el othering y la mimicry–, que son los que constituyen, a menudo de una manera aporética, la escritura de la independencia.