Lo extremadamente bello, lo extremadamente grande, es naturalmente despiadado por inmerso, por no conocer los límites: es demoledor y terrible para quien se acerca a ello, como sucede con los ángeles y el mar, que en estos cuentos cobran para sí el concepto de sublime, como lo entendieron Kant y los románticos alemanes: lo absolutamente grande y, por tanto, lo absolutamente bello, perfecto y atroz. Los ángeles que habitan este libro son provocativos, sensuales, fácilmente corrompibles, perfectos en todo, hasta, cuando sucede, en la perversión. En este mundo angélico creado a lo largo de La línea perfecta del horizonte hay ángeles que ayudan, que son una verdadera bendición, pero también los hay bestiales, que viven por instintos, o despiadados. Pueden ser, algunas veces, perversos, muy pasionales, y otras, hacen las cosas fríamente, como un cirujano. En La línea perfecta del horizonte, lo natural, pueden aparecer seres fantásticos o alados, porque allí se funden los dos abismos, mar y cielo, los dos temas del autor de este libro. Es también esa línea perfecta del horizonte la que separa a la vida de la muerte, a lo real de lo irreal, al sueño de la vigilia. Donde el sol sangra largamente todas las tardes antes de morir, donde Will Rodríguez se instala, también, para escribir.
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