02 sep 2019
En la región de Cuetzalan,[1] Sierra Norte de Puebla, los nahuas –grupo que se autodenomina maseualmej (“maseuales”, “los que trabajan la tierra”) y hablan la lengua náhuat[2] o maseualtajtol– nombran al Diablo “Amokuali”. Esta advocación, si escrita en dos palabras, “amo kuali” (amo, “no”; kuali, “bien, bueno”; por consiguiente, “no bueno” y por extensión “malo”), designa a una categoría de entidades perjudiciales al ser humano, como los amo kuali ejekat (“mal aire”), los masakamej (“duendes”), los tekuani (“devoradores de gente”), etc. Sin embargo, tratándose de una sola palabra –Amokuali– hace referencia al demonio cristiano, quien es “el mero amo kuali”, la más hostil de todas las criaturas que habitan el cosmos nahua y por lo tanto el más temido.[3] Para no invocarlo por accidente, se evita decir su nombre, y es preferible referirse a él como “el okse” (“el otro”), quien habita el ok seko (“el otro lado”), en el Miktan, el “lugar de los muertos”, localizado en el piso inferior del Talokan, el mundo subterráneo que está debajo de nuestros pies, opuesto a Taltikpak, la superficie de la tierra, donde vivimos los humanos, los animales, las plantas, etc.
En San Miguel Tzinacapan, junta auxiliar del municipio de Cuetzalan del Progreso, el Amokuali está “debajo de los huaraches de San Miguelito”: “ yejua yon San Miguelito ipan taksatok, yej ipan taksatok yejua yon Amokuali ” (“le está pisoteando San Miguelito, él está pisando en el Amokuali”). La estatua en la iglesia lo confirma, San Miguel está apuntando su lanza al Demonio, sometido bajo sus pies, marcando el momento clave de la batalla cósmica entre el principio celeste y caliente, asumido por el santo, y el principio frío y terrestre que encarna el Diablo. Anualmente los san migueleños celebran a su santo patrono no solamente el 29 de septiembre, sino también el 20 de noviembre, cuando se revive y se actualiza “El Combate”, el episodio que marca la victoria del Ángel Miguel sobre Luzbel: “El Demonio, el Amokuali, es enemigo de Dios y por esto San Miguelito lo está pisando, él luchó por nosotros”. Esta lucha es narrada en los cuentos (sanilmej) maseuales,[4] además de que es escenificada en la danza de los migueles, una de las favoritas en las fiestas anuales de los maseualmej.
La historia del “Combate” comienza en el principio de los tiempos, durante una era “mítica”, cuando la humanidad todavía no existía, y vivían en la tierra solamente los “dioses”, entre ellos Dios y su adversario, el Diablo. Dios pretendía hacer el mundo (con el esfuerzo de su propio trabajo) y poner sobre la tierra los humanos para ser “sus hijos”, para que le veneren y le ofrenden. Sin embargo, Luzbel se opuso a la ley de Dios que estaba a punto de instaurarse e hizo de todo para que su opositor fallase en su acción creadora y así los humanos fueran “hijos” suyos. Fue necesario que Dios mandara llamar al Ángel Miguel para que interfiriera y controlara a Lucifer, ya que ningún otro de los arcángeles –como por ejemplo el Ángel Gabriel–, pudo detener el Rebelde, pese a los numerosos intentos fallidos para controlarlo. Así, gritando la frase “¡Quien como Dios!”, el Arcángel Miguel logró inmovilizar al Amokuali, pero no eliminarlo para siempre. Le encerró “en un cuartito”, donde actualmente sigue confinado, esperando llegar el día de su fiesta, aunque nadie nunca le avisa que ese día ha llegado para así evitar que él salga a causar acciones catastróficas –dada su naturaleza desequilibradora y caótica–, que pondrían en riesgo la misma existencia del mundo.[5] Aunque vencido, y obligado a aceptar el espacio que le fue asignado, el piso inferior del cosmos, el lugar oscuro y profundo en el interior de la tierra, el Diablo sigue ejerciendo influencia en la vida humana, pero de forma velada. Lo atestigua el hecho de que al referirse a la fiesta de San Miguel Arcángel, el Diablo presume:
Entonces tejua kiluia, tejua kiluia, tinechkitskiti nikuelita…
Entonces tú eres, me agarraste, me gusta…
para ijkon tineechpiati tatampa de motekak,
para eso me vas a tener debajo de tus huaraches,
pero cuando tej kiluia tiiluitis eski dia de mosanto
pero cuando llegue el día de tu fiesta, el día de tu santo,
amo tejuaok mitskalpanokiuej,
a ti ya no te irán a visitar,
nochi gente tein ualas nejua nechitakiuj,
todas las personas que vendrán, a mí me vendrán a ver,
uan nejua naechpipitsojteuas,
y a mí me darán el beso,
uan te kiluia amo mitschiuaskej cuenta
y a ti no te harán caso,
pos ta tej amo timotentokis maj mitspipitsokan, pero nej kemaj
pues tú no te acercarás para que te den el beso, pero yo sí,
kualkuiskej kiluia hasta tekolkaxit
traerán hasta el incensario,
kiluia nechpopochuiskej pero nejua pero tej kiluia amo,
incensarán, pero a mí, a ti no,
eski tejuan, eski dia de mosanto
será el día de tu santo,
pero nejua kiluia nechkalpanokiue
pero a mí me vendrán a visitar,
ijkon nikuelita kiluia kampa tinechtalia.
así me gusta donde me pones, donde me acomodas. Por eso itech samigeliluit
Por eso, cuando es la fiesta de San Miguel,
miak gente youi uan kimatoka itsontekoj, nen teyaoni uan yeua kipipitsoua,
mucha gente va y le toca su cabeza, y a él le dan el beso [en el Amokuali],
amo momaka cuenta ke Ángel Miguel ajko mokaua iixko
no se dan cuenta que el Ángel Miguel se queda arriba,
uan yon teyaoni tiktakachiuaj teyaokni tikrespetarojtokejya.
y a quien le estamos besando y respetando es el otro, el Demonio.[6]
Durante la fiesta patronal, los sanmigueleños entran a la iglesia y se acercan a la estatua en el altar para saludar “el patrón”, pero como el Demonio está posicionado debajo de los pies del Arcángel, cuando los devotos se acercan a besar el santo y rendirle respeto, terminan por besar sin querer el Amokuali, quien tiene el rostro a la altura de la boca de los fieles. El hecho de que esta idea –el culto a una divinidad a través de la veneración de otra– haya quedado plasmada en el cuento ( sanil), puede indicar que a quien hoy se conoce por “Diablo”, haya sido en realidad una antigua divinidad local, suprimida por la evangelización cristiana que nombró “diablos” y “diabólicas” a todas las deidades autóctonas. Lo anterior es aún más factible cuando nos enteramos del comentario que hizo una señora con relación al Amokuali: “ Yon no se diostsin (“Él también es un diosito”), decía una anciana que iba a encenderle una vela”.[7]
El Demonio fue oportunamente sometido por San Miguel para que no invada el cosmos, “no mande en los hijos de Dios”, ya que si él gobernara, la oscuridad y la inestabilidad predominarían, al contrario de la luminosidad y el orden, condiciones garantizadas por San Miguel y que permiten a los campesinos desarrollar su principal actividad de subsistencia, la agricultura. Por ello, se estima mucho al santo patrón: “gracias a él vivimos, si no fuera por él no existiríamos”, lo que indica que de cierta manera el Arcángel es más importante que Dios, quien participó de la creación del mundo, pero que al final delegó las tareas de su funcionamiento y manutención a otras divinidades, y actualmente no interfiere mucho en los acontecimientos mundanos. Aún sometido, el Amokuali no es completamente aniquilado (como vaticina la Biblia para el fin del mundo), más bien se encuentra sujetado por los poderes celestes, limitado en sus acciones, posicionado en la escala inferior de la jerarquía cósmica donde “quien manda es Dios”, ya que fue él quien instauró la “ley del mundo”, en que prevalece el principio lumínico, de arriba, de la derecha, caliente, de Cristo y de los santos, en oposición a las entidades subterráneas y frías, de la categoría amo kuali, del Demonio y sus “peones”. Es por ello que los maseualmej “trabajan para Dios”, esto es, dedican a él y a los santos ofrendas y devociones en forma de danzas, fiestas y oraciones, frutos del trabajo y del esfuerzo de la gente. No obstante, a cada nuevo “combate”, se abre una oportunidad para que los que están sometidos puedan irrumpir, y la batalla cósmica entre San Miguel y el Diablo es revivida, actualizada, ya que la paz y la seguridad que se respira por ahora no están garantizadas permanentemente por el santo. Más bien hay que tener cuidado porque “el mal anda a nuestros pies”,[8] el Amokuali espera una oportunidad de “salir” (así como las “imágenes” de los santos “salen” de la iglesia a pasear en procesión por el pueblo en las fiestas patronales). Es por ello que no hay que decirle cuando es su fiesta, para que no “salga” por el mundo haciendo de las suyas. Pero, ¿qué fecha podría ser el día del Diablo?, ¿cuándo corremos más el riesgo de ser “invadidos” por las fuerzas “demoníacas”? Un testigo de un joven de Xiloxochico, otra junta auxiliar de Cuetzalan del Progreso, nos puede orientar a encontrar la respuesta.
[…] uan komo tiktajtania tomin ye nokikauaki
y si le pides dinero [al Diablo] él también lo viene a dejar
mero iluit de San Juan, 24 de junio,
en la mera fiesta de San Juan, 24 de junio,
ijuak yon miak takamej kitemouaj tomin porke kinekij,
ese día muchos hombres buscan dinero porque quieren [encontrar],
uan este kijtouaj, uan kijtouajsaj ke sekin saj tein kiajsiskej,
y dicen que algunos nada más lo encontrarán, kiajsiske yon tomin,
lo encontrarán ese dinero,
porke amo nochin kiajsij,
porque no todos lo encuentran,
ixyetokej saj akoni yon kimakaskej,
sólo los que son elegidos les puede dar,
pos yejua saj yon tein kijtouaj de in Amokuali.
pues nada más eso es lo que dicen del Amokuali.
Nos enteramos que en la misma fecha que es posible recibir dinero del Diablo (y así consecuentemente establecer un pacto con él), también sucede la “[…] fiesta de San Juan Bautista, [que] coincide con el principio de las grandes lluvias de verano: ‘Él abre las puertas [de la lluvia]’”.[9] Paralelamente, encontramos muchas coincidencias entre la historia del Amokuali que rivalizó con Dios, previamente presentada en el cuento, y la del personaje llamado “Juan el Diablo”, en otro relato íntimamente asociado a un bien conocido protagonista de la mitología mesoamericana contemporánea: Juan Oso.[10] Ambos, Juan y el Amokuali, quisieron igualarse a Dios, atentaron contra el poder del “creador”, fueron frenados por el Arcángel Miguel, y encerrados en un lugar distante para que ya no volvieran a incomodar. Además ambos se preocupan por conocer el día de su fiesta
El diablo dijo: “Ahora sí Miguel, me viniste a dejar para siempre. Pero no hagas mal, ven a avisarme cuando llegue el día de mi fiesta, me vienes a visitar el día de San Juan”. Miguel le contestó: “No tengas cuidado, vendré a avisarte”. Entonces Miguel se regresó al templo de Dios. Fue a dejar el diablo para siempre y cuando lo iba a visitar, le iba a cambiar la cadena. Entonces el diablo preguntaba qué día iba a ser su fiesta. Miguel respondía: “Tu fiesta, no ha llegado, viene todavía”. Así su padre Miguel lo convencía que su fiesta ya había pasado o venía todavía.[11]
A esta altura, ya tenemos elementos suficientes para saber que el Amokuali, San Juan Bautista y Juan Oso, son versiones distintas de una sola entidad. La insistencia en esconder el día de la fiesta del Diablo nos hace indagar ¿por qué es tan importante que el Diablo no sepa que su fiesta es el 24 de junio, día de San Juan? El mismo relato nos da la pista más adelante cuando nos dice donde “Juan el Diablo” fue encerrado: “en un lugar llamado Siete de Mar”, esto es, en el “Siete de mares, alusión a la expresión medieval que se refiere al conjunto de todos los mares”.[12] Algunos curanderos posicionan el “ Chikome Mar” (“Siete Mares”), el estanque de aguas del mundo, en los pisos más profundos del inframundo,[13] es decir, en las partes más recónditas del universo, donde el acceso es extremamente difícil. Encerrado en ese lugar remoto, y teniendo en cuenta que en el cosmos maseual cada entidad tiene una tarea específica –y nadie puede quedar afuera puesto que hay que mover el engranaje cósmico–, al Diablo le fue asignado cuidar el reino del mar. Como “señor del agua” (en su advocación de San Juan), su trabajo es esencial para el buen desarrollo de las milpas de los maseuales, aunque, por otro lado, su ocupación conlleva un gran peligro: el de hacer inundar el mundo en caso de que llueva en exceso (los mitos maseuales sobre el diluvio señalan el temor campesino cuanto a ese tipo de catástrofe). A propósito, junio es el mes de las fuertes tormentas en la Sierra (una de las regiones más lluviosas del país), cuando puede haber días continuos de lluvia, lo que no es nada provechoso para el agricultor, dado que el exceso de agua puede echar a perder sus cultivos. Por lo tanto, es fundamental que la capacidad del Amokuali de “abrir las puertas de la lluvia” sea controlada, y para ello tiene que estar bajo el dominio de otra potencia, el Arcángel Miguel, quien sabe cómo detenerlo con su “lanza ardiente” que “corta” la lluvia. Así, el santo recibe el culto central del pueblo, ya que la realización de su tarea es fundamental para la continuidad de la vida. Por otro lado, su rival no puede ser totalmente olvidado por el riesgo de que se seque el mundo, pero tiene que estar oculto, sin recibir devoción de forma explícita, y por lo tanto sin saber el día de su fiesta. Por último, el hecho de que haya al menos tres personajes con rasgos e historias parecidas (Juan Oso, San Juan Bautista y el Diablo), nos hace suponer que existió una antigua deidad nahua que reunía todos los atributos en una sola entidad, la cual tuvo que ser desdoblada y “sincretizada” con una figura cristiana (San Juan) a partir de la represión religiosa colonial, para así poder seguir cumpliendo sus funciones de “regar la tierra”, ya que el campesino no podía abjurar de una divinidad que cumpliera esa tarea sin poner en riesgo su propia sobrevivencia.
El Amokuali que aparece en los cuentos (sanilmej), y rivaliza con Dios, encarna el principio opuesto complementario en el par dual primordial, fundamental en la concepción mesoamericana para generar el movimiento necesario para echar a andar el mundo y mantenerlo en marcha. Por lo tanto, el papel del Diablo es ser el opositor que genera tensión en el sistema cósmico. Esta versión del personaje, presentada como un rostro burlesco, juguetón, indisciplinado y rebelde, contrasta enormemente con la actuación del Amokuali en la vida cotidiana, circunstancia en que afecta negativamente la vida de los nahuas y que, al contrario de la personalidad hasta cierto punto “simpática” presentada hasta ahora, no posee ningún rasgo que nos haga generarle empatía; al contrario, provoca temor y aversión, al punto que llega a ser un tabú preguntar a los maseualmej sobre él (algunos se rehúsan hablar del tema), y cada vez que lo mencionan es con mucha discreción y en voz baja. De hecho, la mejor manera de entender esa versión terrorífica del Diablo es a través de los numerosos relatos sobre los individuos que decidieron entablar una relación con el terrible personaje. Pero primeramente haremos una pequeña digresión y nos remitiremos al pacto con el Diablo en Europa, para luego retomar las narrativas nahuas y contrastarlas con las versiones originales del pacto que probablemente influyeron en las actuales.
Haciendo negocios con el Diablo
El pacto con el Diablo, una creencia que nació en la Europa medieval temprana, aunque ganó más fuerza durante el Renacimiento y la Reforma, y fue por mucho tiempo considerada uno de los elementos formales de la brujería.[14] El término “bruja”[15] (y también “brujo”, si bien “mago” era una designación más común) era usado para designar a la persona que había contraído un pacto con el Diablo a cambio de favores o poderes extraordinarios. Se pensaba que los brujos tenían por Dios al Demonio, a quien le rendían culto y consecuentemente cometían una forma de herejía, motivo por el cual fueran perseguidos por el tribunal de la Inquisición. La llamada “brujomanía” tuvo su mayor auge entre 1560 y 1660, periodo de la colonización de América, de modo que inevitablemente las historias sobre el pacto fueron traídas a nuestro continente con los europeos. Para entender como los nahuas de Cuetzalan actualmente conciben esa forma de relación con el Demonio, analizaremos primeramente dos relatos prototípicos del pacto en el periodo medieval, y luego contrastaremos sus elementos con las narrativas sobre el Amokuali recopiladas en la Sierra, para así poder señalar los principales cambios que la relación asumió en la perspectiva indígena.
La conformación de la creencia en el pacto en Europa
Durante la baja Edad Media, la teología cristiana fue influenciada por las descripciones que los “Padres del desierto” habían hecho de los demonios. Basándose en esas primeras referencias –que delineaban criaturas tenebrosas, aunque todavía un tanto abstractas–, los clérigos concibieron al Diablo como un ser tangible, grotesco y poderoso. Esta nueva versión aterradora del personaje –conformada durante el Medioevo y reafirmada durante el Renacimiento–, fue usada para controlar a los feligreses, amenazándoles de que sus almas podrían ser apropiadas por el “Rey del infierno” caso se atrevieran a cometer una larga lista de pecados, lo que en última instancia significaba atentar contra el orden social encabezado por la Iglesia.
El folclore y la cultura popular contrapusieron la concepción diabólica creada en los monasterios medievales incidiendo el Demonio en varias personalidades, las cuales oscilaban entre un ser perverso, por un lado, e impotente, por el otro, si bien en la mayoría de las veces estaba teñido de un carácter burlesco. El contraste entre la imagen demoníaca oficial y la popular se hizo aún más evidente durante el auge de la caza de brujas, entre los siglos xv y xvii. En este periodo, los tribunales eclesiásticos insistían que el Diablo era una amenaza real e incluían en los juicios ciertos documentos que eran presentados como pruebas de la existencia formal de un pacto entre el acusado y el Diablo; el contrapartida, el personaje era frecuentemente representado como un bufón en otros contextos sociales.[16] La tensión crecía, y mientras los monjes repetían que únicamente Cristo era capaz de derrotar al Príncipe de las Tinieblas, brotaban las historias sobre hombres que astutamente habían logrado vencer al Enemigo de Dios. Estos relatos rápidamente se propagaron por toda Europa y terminaron por sentar las bases de lo quedó conocido como “el pacto con el Diablo”, raro ejemplo de un tema que nació en el pensamiento popular, pero que ascendió a las preocupaciones de las élites religiosas, alcanzando un lugar privilegiado en la pauta de las discusiones teológicas.[17]
Según Russell,[18] uno de los primeros registros del pacto con el Diablo es la historia de San Basilio, que data del siglo V, aunque la versión presentada a seguir está basada en el registro dejado por el arzobispo francés Hincmar, de Reims, del año 860.
Un hombre que deseaba obtener los favores de una hermosa joven, fue a ver a un mago para pedirle ayuda; como pago acordó renunciar por escrito a Cristo. El mago, feliz de poder satisfacer a su Oscuro Maestro consiguiéndole un nuevo recluta, le escribe una carta a Satán y ordena al lascivo galán que salga de noche y lance el mensaje al aire. Así lo hace el hombre y convoca entonces a los poderes del mal. Los oscuros espíritus descienden sobre él y lo conducen hasta Lucifer. “¿Crees en mí?”, pregunta el Amo de la Oscuridad desde su trono. “Sí, creo”. “¿Renuncias a Cristo?” “Renuncio a Él”, responde el réprobo. […] Satán se queja: “Ustedes los cristianos siempre acuden a mí cuando necesitan ayuda, pero después tratan de arrepentirse, contando con la misericordia de Cristo. Quiero que me garantices por escrito tu fidelidad”. El hombre estuvo de acuerdo, y el Diablo, satisfecho con el negocio, hizo que la joven se enamorara y le pidiera permiso a su padre para casarse. El padre, que deseaba que fuera monja, rehúsa. La joven combate las tentaciones del Diablo, pero finalmente es incapaz de seguir resistiendo. Justo antes de que rinda su virtud, el pacto se hace público y, con la ayuda de San Basilio, el hombre se arrepiente y la joven se salva de un destino peor que la muerte.[19]
Algunos de los elementos formales, recurrentes en los subsecuentes relatos sobre el pacto que abundarían en Europa, ya están presentes en esta antigua narrativa: la renuncia a Cristo como prerrogativa para servir a su enemigo; la servidumbre al Demonio como pago por el favor concedido; la invocación del terrible personaje en un ambiente oscuro; la garantía por escrito del contracto, etc. Además, es notable como algunas circunstancias, propias del contexto cultural medieval, fueron incluidas en la conformación de la creencia en el pacto. Como es sabido, en aquella época, la Iglesia católica trataba de imponer su visión del mundo al pueblo, pregonando la existencia de un único y verdadero Dios, a quien todos debían lealtad, pero cuya voluntad y órdenes eran interpretados únicamente por las autoridades religiosas. A la vez, se reprimía cualquier tipo de religiosidad que no siguiera los cánones cristianos o que aludiera, aunque de forma remota, a las antiguas divinidades paganas, las cuáles fueron usadas para conformar la fisionomía diabólica, como es el caso del dios griego Pan, cuyos cuernos y cola compusieran una de la imágenes más diseminadas del Diablo: la del macho cabrío. En este contexto de exacerbada opresión religiosa, “servir al Maligno” constituía la absurda, pero única alternativa a los que no estuvieran de acuerdo con los rígidos preceptos impuestos por la Iglesia. En cierto sentido, las historias del pacto, como la de San Basilio, ponen en evidencia esa falta de posibilidades existenciales para el hombre medieval, confinado entre solamente dos opciones: servir a Dios y resignarse ante la rígida estructura social, o servir al Diablo y ser condenado como “enemigo del dios cristiano” y, consecuentemente, de toda la sociedad.
Pese a que las narrativas sobre el pacto con el Diablo tuvieron origen popular y fueran usadas como forma de contestación a la rigurosa normatividad social, el contenido moral del desenlace del relato previamente presentado –la condena del sexo fuera del matrimonio– señala que la historia pudo haber sido modificada en su sentido original, probablemente con el fin de ser utilizada como un sermón religioso. Teniendo en cuenta que los campesinos en general no sabían escribir, las versiones del relato que nos llegaron fueron reescritas por las clases letradas (en el caso por Hincmar), representadas en su mayor parte por los monjes, ya que la educación formal estaba restringida a los monasterios medievales. Además, era común que los clérigos utilizaran los cuentos populares como recursos didácticos para inculcar en el pueblo los dogmas y los valores cristianos, siendo el motivo del pacto uno de sus favoritos para ese fin. De cualquier manera, desde la primigenia fábula de San Basilio ya se idealizaba una posible relación con el Diablo, cuyas reglas serán determinadas por los parámetros propios de las relaciones sociales, descritas a continuación.
En la sociedad estamental medieval, era común que algunos caballeros se “desnaturaran”, esto es, dejaban de obedecer a un señor feudal y pasaban a rendir vasallaje a otro, aunque hubieran hecho un juramento de por vida a su primer señor. Esta incongruencia ética dentro de una sociedad que pregonaba una fidelidad exclusiva a un único “señor” (Dios), pero que paralelamente no era capaz de imponer las mismas reglas de exclusividad a los miembros con mayor privilegio en la pirámide social (los nobles), es denunciada/satirizada por la consciencia pública en el trecho en que el Diablo dice al joven: “¿crees en mí?”. Esta pregunta, análoga a la que el padre hace al fiel en las ceremonias eclesiásticas (“¿crees en Jesucristo Todopoderoso?”), puede ser leída como una parodia de la liturgia católica, además de una crítica a la postura incongruente de los caballeros, considerados “siervos de Dios”, pero que no vacilaban ante la oportunidad de obtener mejores favores del “otro señor”. Así, a los ojos del pueblo, abandonar a un noble y pasar a obedecer a otro, en función de mejores beneficios, era equivalente a renunciar a Cristo y convertirse, por oposición, en siervo del Demonio, el otro “amo” de las almas humanas.
Si bien sus raíces se encuentran en la tradición oral, el pacto no se quedó solamente en el universo del discurso y pasó a ser considerado un evento real. La idea de que era factible establecer un acuerdo formal con el Diablo ganó impulso a partir del siglo VII, cuando uno de los consejeros de Carlomagno tradujo una leyenda griega del siglo VI sobre el sacerdote Teófilo de Cilicia[20]. A lo largo de un milenio, este cuento fue traducido en prácticamente todos los idiomas europeos, y más tarde daría origen a la leyenda de Fausto[21]. Además de narrado repetidas veces, fue representado en el teatro y plasmado en obras de arte, como en el relieve de la abadía francesa de Santa María Souillac, “Teófilo, el penitente”, del siglo XII. La leyenda también tuvo una versión poética escrita en castellano por Gonzalo de Berceo.[22]
Teófilo, un clérigo de Asia Menor, recibió la oferta de un obispado tras la muerte del obispo anterior. No la aceptó, pero muy luego tuvo que arrepentirse: el nuevo obispo lo privó de sus funciones y dignidades. Enfurecido, Teófilo tramó un complot para recuperar su influencia y vengarse. Consultó a un mago judío, quien lo llevó por la noche a un lugar secreto donde encontraron al Diablo rodeado de adoradores, que portaban antorchas y velas. El Diablo le preguntó qué quería y Teófilo aceptó convertirse en su sirviente a cambio de la recuperación de los beneficios perdidos. Juró fidelidad a Lucifer, renunció a su lealtad de Dios y prometió llevar una vida lasciva, burlesca y soberbia. Con este objeto, firmó un pacto formal y se lo entregó al Diablo, besándolo en señal de sometimiento. El Diablo le otorgó riqueza y poder, pero finalmente llegó a reclamar su deuda. Aterrorizado, Teófilo se arrepintió y pidió ayuda a la Virgen. María descendió al infierno, le arrebató el contrato a Satán y lo devolvió a Teófilo, que lo destruyó.[23]
Aunque es posible encontrar varias historias medievales similares a ésta, la leyenda de Teófilo es prototípica porque sentó las bases formales del pacto con el Diablo en Europa. Quedó así consagrado que renegar de Cristo y poner al Demonio en su lugar –la más abominable de las herejías, llamada “apostasía”– era el requisito central para la definición del pacto en los tribunales. Por la alta popularidad que alcanzó, ese antiguo relato tuvo un fuerte impacto, tanto en la consciencia pública como en la eclesiástica, de modo que rebasó el campo del imaginario e influyó en el curso hechos históricos. La creencia en la veracidad de establecer un acuerdo formal con el Príncipe de las Tinieblas tuvo como consecuencia más drástica la condenación de miles de personas y el asesinato de un gran número de ellas.[24]
El Malleus Maleficarum (“Martillo de las brujas”) –una especie de manual de caza a las brujas utilizado por los inquisidores, publicado en 1486 y que de forma record llevaba catorce ediciones en 1520–, destacó cuatro puntos fundamentales para caracterizar la brujería: la abnegación de la fe cristiana, la entrega del cuerpo y alma al Demonio, el sacrificio de niños no bautizados y las prácticas orgiásticas con el Diablo[25]. En el cuento de Teófilo podemos reconocer el génesis de algunos de esos elementos. En primer lugar, el fragmento en que el clérigo es llevado “a un lugar secreto”, donde el Diablo estaba “rodeado de adoradores que portaban antorchas y velas” marca el paradigma del aquelarre, llamado “ sabbah brujeril” (en clara alusión negativa a los judíos), una reunión organizada por la noche en un lugar secreto, ya en cuevas o en dependencias abandonadas, en que los miembros del grupo, portando antorchas y entonando nombres de demonios, esperaban a que hiciera su aparición un espíritu maligno para luego apagar las luces y someterse sexualmente a su amo Satanás.[26]
Identificamos también en el relato una referencia a los ritos de formalización de la relación de vasallaje entre los señores feudales. En el llamado “acto de homenaje”, el vasallo, arrodillado con las manos juntas en posición de humillación y sumisión, besaba a su señor y le consagraba fidelidad absoluta. En el cuento, Teófilo acepta convertirse en sirviente y besa al Demonio en señal de sometimiento, clara alusión al rito medieval que sirvió de inspiración para engendrar la creencia de que las brujas besaban el trasero del Diablo en señal de sumisión y lealtad, consumando así el pacto. Esta imagen estuvo tan diseminada que en un dado momento el llamado “osculum infame”, o “beso obsceno”, era una referencia corriente en los procesos de brujería.[27]
Además de contribuir a instaurar las bases para la teoría de la brujería, el relato de Teófilo posee varias correspondencias con el tipo de organización social en la Edad Media, que a su vez están relacionadas con la etimología de la palabra “pacto”, derivada de dos términos latinos: pactare, “pagar tributo”; y pactum, participio pasado del verbo pacisci, “firmar la paz”. Estas acepciones parecen cobrar sentido en las dos formas principales de relaciones sociales instituidas en la sociedad medieval, organizada en pactos entre sujetos con posiciones diferenciadas en la jerarquía social. Uno de ellos era entre los siervos y el señor feudal. Los primeros, en la base de la pirámide social, tenían la obligación de repasar la mayor parte de la producción agrícola al señor de su feudo como forma de tributo por el uso de la tierra. En cambio, el señor se comprometía a garantizar las condiciones adecuadas para su subsistencia y protegerlos en el caso de guerra. Así, el vínculo que les unía se acerca a la primera acepción de “pacto”, por el pago de los tributos y de las obligaciones debidas entre las partes. Es evidente que ese pacto estaba cargado de una fuerte asimetría entre los contratantes, ya que el siervo no gozaba de libertad plena y no podía abandonar el feudo en que producía, factor que limitaba drásticamente su poder de negociación. Esta prohibición estaba regulada por la institución medieval de la encomienda, la cual forzaba al campesino a registrar por escrito su fidelidad al señor, circunstancia plasmada en ambos relatos presentados. Por lo tanto, el relato permite ver que existe una coincidencia entre el pacto entre los siervos y el señor feudal, y el pacto hecho con el Demonio, ambos extremamente desiguales e injustos.
El segundo tipo de relación social instituida se daba entre los nobles. El de menor rango en la jerarquía, llamado “vasallo”, juraba lealtad a su señor, quien a su vez se comprometía con otro noble aún más poderoso y así sucesivamente, conformando una escalera social que tenía su cúspide en la figura del Rey, luego en la del Papa y finalmente en la de Dios –con quien en última instancia todos estaban pactados. Por lo tanto, este tipo de relación, inserta en una cadena de pactantes jerárquicamente construida, se acerca más a la segunda acepción etimológica del término (pascini ), ya que los nobles eran los responsables de mantener la seguridad del reino, responsabilidad correspondiente a “firmar la paz” y, de no ser por esas alianzas, la precaria convivencia pacífica entre los reinos estaría aún más amenazada. En este sentido es notorio observar que mientras la sociedad medieval establece una alianza con Dios, y cada uno ocupa una posición diferenciada en vida de acuerdo a los estamentos sociales, esa separación deja de existir después de la muerte, cuando todos pasan a ser iguales ante los ojos de Cristo. Por otro lado, en el pacto con el Diablo, la jerarquía deja de existir en vida, aunque después de la muerte todos los pactantes pasan a ser sirvientes del Demonio.
Por lo tanto, la estructuración de las circunstancias y las reglas del pacto con el Diablo en Europa fueran basadas en las relaciones sociales medievales que involucraban servidumbre y fidelidad entre los hombres y hacia Dios. Así, el pacto presente en los relatos medievales trata los temas enfrentados por la sociedad, siendo las reglas de la relación con el terrible personaje isomorfas a las existentes en las relaciones sociales instituidas. Las dos narrativas presentadas, consideradas los prototipos del pacto, aglutinan los aspectos fundamentales de la concepción que llegó a Mesoamérica con los españoles, y servirán como modelo para contrastar la idea y la forma actual del pacto desde la perspectiva indígena.
El viejo pacto medieval actualizado por los maseualmej
Si consideramos las dos imágenes demoniacas que aparecen en los relatos medievales, la aterradora y la cómica, y fuéramos a posicionar, con relación a las dos, la actual versión concebida por los nahuas, ciertamente ella estaría más cercana a la primera. Definitivamente la percepción indígena del Demonio no remite al bufón, ni al trickster, y menos aún al Diablo impotente que no fue capaz de forzar a sus pactantes a cumplir el pacto, en las historias de San Basilio y Teófilo. Para losmaseualmej, las consecuencias de entablar una relación con el Amokuali son casi siempre trágicas, pero hay los que se arriesgan.
Uenoj yon kijtouaj, hasta se youi cuevas,
Bueno, eso dicen, hasta va uno a la cueva,
uan se youi ompa uan kitemakaj billetes ,
y va uno allí y te dan billetes,
kikauaki media noche, pero amo ley de Dios, los vienen a dejar a media noche, pero ya no es ley de Dios,
ok yeuaya okse, amokualia kikauaki.
ya es el otro, el Amokuali.
Se persona neuin yetok kipia tomin, billetes uan kiketsak algo de kali,
Una persona que está por allá [a la vuelta] tiene dinero, billetes y paró algo de casas, entos ompa kit ualeua yon billetes,
entonces de ahí es de donde vienen esos billetes [de la cueva],
kikauiliki billetes pero media noche, eje…
le vienen a dejar billetes, pero a media noche, eje…
uan este yon ompa kit ualeua uan yon kit maj ompa se moapuntaroti,
y eso dicen, que de allí viene y dicen que allí hay que anotarse,
ompa se moapuntarotia ken timonotsa,
ahí hay que apuntar cómo te llamas,
asi eske cuando ajsis tonal, yejua yon ijsiujkatsin mitskuikiuej.
así es que cuando llegue el día, rapidito vienen por ti.[28]
Podemos identificar en este fragmento varios elementos que coinciden con los relatos medievales: las cuevas, el ambiente nocturno, la necesidad de “anotarse”, etc. Sin embargo, cado uno de ellos asume significados particulares, y en su conjunto conforman un sistema de relaciones, articulado según parámetros que conciben una noción del pacto con el Diablo distinta a la versión original europea.
Los maseualmej, así como muchos grupos de tradición mesoamericana, saben que las riquezas (entre ellas el dinero)[29] provienen del interior de la tierra, y los que habitan las profundidades terrestres son, por consiguiente, propietarios de esos tesoros, siendo el Diablo el más rico de ellos. El que desea obtener esos bienes tiene que ir a pedirlos a su dueño, y lo más natural es que vaya a su “casa” (la cueva) a negociarlos, así como se hace en cualquier circunstancia social en que hay la necesidad de pedir un favor a un pariente o a un compadre: se acude a su domicilio a solicitar el préstamo. De noche, ya en la “puerta” de la “residencia” del Demonio, la entrada de la caverna (oztok, cavidad muy común en el paisaje escarpado de la Sierra), el candidato a pactar con él primeramente llama al que ahí reside (kinotsa, “lo llama”), pronuncia varias veces su nombre en una de sus advocaciones: Amokuali, Diablo, o Demonio. El verbo náhuat usado en este caso es -notsa, “llamar”, el cual se acerca a la idea de “convocar”, puesto que al proferir el nombre de alguien está implícita la intención de que esta persona responda y se haga presente. Por ello, la gente evita pronunciar el nombre del Enemigo de Dios, y para referirse a él dicen discretamente in okse, “el otro”, por el temor de que escuche y comparezca. Tal como nos dijo un señor:kemej ijkon tiknotsa kit semian ualas, komojkon amo se kitokaytijtok, pues amo onkak keyej ualas (“así como lo llames es seguro que venga, pero si no le estás llamando [por su nombre], pues no tiene porque venir”).
La importancia del “nombre” en la sociedad nahua queda explícita en la formalización del pacto con el Diablo, tanto cuando se convoca al Amokuali, repitiendo en voz alta su nombre, así como cuando el pactante “deja” en la casa del Diablo su propio nombre (“ahí hay que anotarse, apuntar cómo te llamas”). Para los maseuales, el nombre de una persona es un patrimonio con alto valor, por varios motivos evidentes en las prácticas sociales. Primeramente porque es posible que el nombre propio esté asociado con el santo que rige el día del nacimiento de la persona. Antiguamente era común, aunque no la regla general, nombrar al infante de acuerdo al calendario ritual litúrgico católico, de modo que quien nacía el cuatro de octubre, se llamaría Francisco; si el día del nacimiento hubiera sido el 29 de septiembre, el niño sería nombrado Miguel, de modo que así se pretendía dotar al recién nacido de una identidad que le acercara a las cualidades del santo homónimo. De ahí que la pregunta “¿cuál es el día de tu santo?, sea sinónimo de “¿cuál es tu nombre?”. También se acostumbraba, aunque sea menos frecuente actualmente, que el padrino o la madrina ( tokay) de bautizo diera el nombre (tokait) de pila al recién nacido[30]. De ahí que la palabra “tocayo”, incorporaba al español, proceda de tokay, “el que tiene el mismo nombre”, es decir, el padrino y su ahijado. Teniendo en cuenta que el día ( tonal) del nacimiento influye en el carácter de la persona (siendo martes y viernes días de mal augurio pues “en esos días nacen los brujos”), y de que el nombre que recibe un individuo también tendrá influencia en su “suerte” y su destino, “nombrar a alguien” (tokatia o tokaitia) es dotarlo de consciencia, de carácter, de subjetividad y, finalmente, influir en el tipo de vida que tendrá.[31]
En el pacto medieval, el “contratante” anotaba su nombre con el fin de formalizar el acuerdo verbal que había hecho con el Demonio, ya que firmar el contrato por escrito suponía aumentar las garantías de que el pactante no se arrepentiría del acuerdo. Entre los nahuas, “anotarse” significa que la persona “entrega su nombre al Diablo”, y esto tiene connotaciones más que metafóricas. Si el nombre es un patrimonio, regalado por el padrino, que determina “quién es la persona”, su misma esencia o identidad, entonces si el Amokuali está en posesión del nombre del pactante, tendrá poder para “llamarlo” y así manipularlo a su voluntad, exigiendo que se haga presente en el momento que él quiera para cumplir con sus deseos. Siguiendo esta misma lógica, pero con propósitos benéficos, el curandero (tapajtianij) realiza una práctica terapéutica conocida portenotsa (“llamada”), cuando el enfermo “tiene susto” ( nemoujtil), esto es, cuando su “espíritu” está perdido como consecuencia de algún impacto emocional, accidente, o maleficio (brujería). Para poder realizar esa curación, le pide a su paciente que anote su nombre en un papelito y le entregue. Así, cuando sea noche, estando en la soledad y el silencio de su casa, el terapeuta nahua “llamará” al enfermo, pronunciará su nombre varias veces para que el “alma” extraviada regrese a su cuerpo al escuchar que le están “llamando”. Por lo tanto, al anotarse en la “casa” del Diablo, el pactante le otorga poder para “llamarlo”, controlarlo, lo equivalente a entregarle su destino (tonal), el rumbo de su vida.
El brujo o la bruja medieval, como hemos apuntado, era la persona que por medio de un pacto con el Diablo había adquirido poderes para provocar el daño en los demás; además de que poseía capacidades extraordinarias como volar o convertirse en animales. Esos atributos no eran extraños a la mentalidad mesoamericana en el momento de la conquista, ya que el especialista ritual local, llamado nahualli, también poseía dichos poderes, el de la metamorfosis y el del daño. Por ello, no fue difícil que la brujería y el nahualismo convergieran, de modo que para los maseualmej de la Sierra, “brujo” y “naual” son sinónimos, como deja entrever el uso de ambas palabras de manera intermitente en el testigo abajo, aportado por el mismo señor de Yohualichan, ya referido en el relato anterior. Sin embargo, hay particularidades en este nuevo sujeto, el brujo-naual, nacido de la confrontación de dos tradiciones culturales, que van más allá de la simple mezcla (sincretismo) de las concepciones previas. Veamos algunos de sus atributos y acciones, ya que conocerlo es fundamental para entender quién es al Amokuali.
Este… yejua in Amokuali,
Eacute;ste… es el Amokuali,
yejua yon kijtouaj tein Amokuali, yeua ya ne…
y es eso lo que dicen del Amokuali, ya es éste…
yon este tein brujos, tein…
eso de los brujos, los que…
teinochiliaj kit tein Amokuali maj se mikia.
los que llaman para uno el Amokuali para que uno ya se muera.
Kijtoua ne naual maj se mikia… ejee… maj se mikia.
Dice el naual que ya se muera uno, que uno ya se muera.
Yejua yon tein tekitij brujos,
De eso trabajan los brujos,
em>tein teka mauiltiaj,
los que se aprovechan de uno,
yejua ya yoni tenochiliaj ya;
esos son los que le llaman para uno;
mitstitanij ok seko,
te mandan al otro lado,
miktan mits… mitstitanij, mitstitanij miktan, te mandan al “lugar de los muertos”, te… mandan al “lugar de los muertos”,
amo kineki mitsitstos ok,
ya no te quieren estar viendo,
tej tikuejmoloua amo kineki xiknojnotstinemi ok.
tú les molestas y ya no quieren que andes platicando.
Entos mitsuijuikaltia ya, mitsuijuikaltia
Entonces ya te empiezan a mentar, a maldecirte, te maldicen
maj mitskua Amokuali,
para que ya te coma el Amokuali,
maj mitskuaya Diablo.
para que te coma el Diablo.
De acuerdo con la narración, sabemos que los naualmej (“brujos”) “se aprovechan de uno” (tein teka mauiltiaj) y son “los que llaman para uno el Amokuali” (teinochiliaj kit tein Amokuali), “para que uno ya se muera” (maj se mikia), y vaya al “otro lado” ( ok seko), al “lugar de los muertos” (Miktan), para que sea comido por el Diablo (maj mitskuaya Diablo).
En primer lugar, a los brujos se les acusa de no trabajar como la gente “derecha”, esto es, de día, sino que prefieren hacerlo de noche, contraponiendo la costumbre campesina de ganar el sustento bajo el sol. Además, se sabe que son flojos,[32] debido a que tienen el mal hábito de robar los animales de los vecinos para alimentarse (o incluso dar de comer al Diablo), en vez de sembrar y producir su propio alimento y así no aprovecharse del trabajo ajeno. En el “universo” maseual (Semanauak), todos los seres del cosmos tienen una función, “un trabajo” (San Miguel controla al Demonio, el Tepeuaj cuida el cerro, los achiuanimej, hacen la lluvia), mientras los brujos, pese a su aparente inutilidad, también se encargan de una importante tarea, la de defender el pueblo de brujerías externas,[33] de modo que por ello (y también por el miedo de volverse enemigo de algún brujo, “ladrón de guajolotes”, que vive a la vuelta), sus hurtos son relativamente tolerados. Por lo anterior, se dice que los brujos “trabajan al revés”, de forma contraria a las actividades de subsistencia habituales en la comunidad.
En la cosmovisión de los maseualmej, la persona está conformada de tres componentes anímicos: el yolot, el ekauil y el tonal.[34] El yolot (“corazón”) es la entidad anímica que se aloja en el órgano que le da nombre; se instaura en el cuerpo antes del nacimiento y es el único que abandona la envoltura corpórea solamente con la muerte del individuo, ya que los otros dos componentes pueden separarse del cuerpo en ciertas circunstancias durante la vida. El tonal se refiere al animal compañero que se conecta al individuo durante el parto y le acompaña por toda su existencia, de modo que se algo sucede a esta contraparte animal, también la persona sufrirá las consecuencias. Además, esta coesencia ejerce una influencia directa sobre la personalidad del individuo. Así, se considera que las personas violentas, que roban o matan, poseen un tonal teñido de rasgos agresivos, característicos de los grandes animales salvajes y depredadores (okuilimej); mientras las más pacíficas están ligadas a animales menos amenazadores. El tonal puede extraviarse a causa de brujería y, en este caso, el curandero (tapajtianij) deberá proyectar su propio tonal en los distintos estratos del cosmos, hasta localizar el animal compañero de su paciente y traerlo de vuelta. En caso de no encontrarlo o no poder rescatarlo, el alter ego animal podrá ser devorado por otros tonalmej (plural de tonal) más poderosos. Por último, el ekauil, “la sombra”, es un componente vital distribuido por todo el cuerpo, a través de la sangre, aunque se concentre en la cabeza. También es pasible de perderse en circunstancias como el sueño, el coito, un trauma emocional fuerte, un espanto, un accidente, etc., y en este caso será necesario “llamarla” de vuelta al cuerpo.
Algunas enfermedades obligatoriamente exigen la intervención de un curandero, dado que ningún médico convencional podrá curarlas, especialmente las referentes a la pérdida de los dos componentes anímicos, el “frío” (ekauil) y el “caliente” (tonal). En una de ellas, llamada “susto” (nemoujtil), el individuo sufre la pérdida o el robo del ekauil, de modo que su “sombra” “cae” sobre la tierra y pasa a ser susceptible de ser comida por los devoradores anímicos (los seres de la categoría amo kuali que enunciamos en el comienzo y que también son llamados okuilimej, “animales”). Si la sombra no es recuperada, esto puede provocar que la persona también “caiga” sobre la tierra, esto es, muera. Para traer de vuelta el ekauil, es necesario primero descubrir el lugar donde quedó perdido. Para ello, el especialista (tapajtianij) pide ayuda a los seres que habitan el territorio, como por ejemplo a los “rayos” (kioujteyomej), a las “sirenas” (siuamichimej), a los guardianes de los lugares (tajpianij), para encontrar el “espíritu” extraviado. En esas circunstancias, se dice que el curandero logra “hacerles trabajar” (tekitiltiaj) a esas entidades,[35] ya que ellas se movilizan a su favor.
A su vez, el naual, “hace trabajar” al Diablo, “llamándolo” para causar daño a su enemigo, robándole el ekauil o capturando su tonal, los cuales si no son prontamente recuperados, provocaran que la víctima padezca en el Miktan, el “lugar de los muertos”, el mundo subterráneo donde quien “manda” es el Demonio. En ese espacio ubicado en las profundidades de la tierra, el tonal o el ekauil serán devorados por el Amokuali, un animal (okuilij) insaciable que siempre está deseoso de tragar los componente anímicos humanos. Al lograr que la víctima de brujería se enferme y muera, el naual habrá logrado alimentar al Diablo, otra de sus funciones. Por eso se dice que “de eso trabajan los brujos” ( yejua yon tein tekitij brujos), pues su tarea es dar de comer al “otro”.
Ahora bien, es sabido que no todas las personas pueden contraer un pacto con el Diablo, únicamente los que poseen un “don” congénito. Este aspecto diferencia el actual naual del antiguo brujo europeo, quien no había nacido con una aptitud especial, sino que básicamente resignaba al camino de Dios y realizaba un ritual de lealtad con el Demonio. De acuerdo al testigo de un joven de Yohualichan, sabemos cuáles son las pruebas que el contratante debe pasar antes de recibir los favores del Amokuali.
Estaba diciendo que si uno quiere estar con el Amokuali, hay que tener corazón fuerte para entrar donde ellos dicen. Es un cueva, dicen, no sé si es cierto, es un cueva. Está peligroso ahí para entrar. Si, dicen… si él llega, dicen, hay un chingo de cosas, hay víboras, hay cosas que aquí nosotros nunca hemos visto porque allá en el cueva hay un chingo de, cómo le digo, ¡hay un chingo de espantos! Si tienes “corazón fuerte”, entonces entras, si no tienes, si tu “corazón” es débil o tienes miedo, mejor no entres, no te vayas porque ahí te quedas. Ahí se puede ir, pero nosotros nunca nos hemos metido en ese cueva, no sé dónde es. No sé cómo se llama, allí abajo [está], dicen. Hay un cueva que si quieres un pollito, si quieres tototoles [guajolotes], ahí nomás váyase a pedir, ellos te van a dar; o si quieres una mujer, ahí te dan (risas). ¡Sí, de veras, es cierto! Si quieres una mujer te dan, pero ya estás apuntado con el Demonio, ya es su cosa del Demonio, ya es su poder del Demonio.
El enunciado nos informa que una prerrogativa básica para pactar con el Amokuali es tener el “corazón” (yolot) fuerte, de modo que la palabra náhuat yolchikauak (yol, “corazón”; chikauak; “fuerte”) designa a la persona “valiente”, que no se asusta fácilmente, que anda sola por las veredas, que no teme enfrentarse a las amenazas –de “este mundo” y del “otro”– presentes en el monte ( kuoujtaj), espacio con alto nivel de peligro debido a que se aleja de la comunidad y del centro del pueblo (xolalpan). Teniendo el cuenta que el yolot es el componente anímico insertado por Dios en el embrión, entonces la única manera de ser “valiente” es nacer con ese don. Por lo tanto, el individuo capaz de establecer un pacto con el Demonio nació con un talento especial que le confiere la capacidad de tener un componente anímico resistente,[36] lo que le garantiza que será inmune a la aparición de los “espantos”, las pruebas exigidas por el Diablo para medir su fuerza. Caso se “asuste”, su ekauil se separará de su cuerpo, provocando también la separación irreversible de su yolot. En este caso, el pretendiente a pactante literalmente moriría de susto, y sin poder salir de la cueva, sería devorado por el Diablo; pero si logra soportar las “apariciones demoníacas” sin inmutarse, obtendrá los favores del Amokuali.
Al nacer, “todos somos hijos de Dios”, porque según la explicación de los maseualmej, es “Dios quien nos permite vivir” y “es él quien sabe cuando nos vamos a morir”, por lo tanto él controla el destino de los hombres y tiene derecho sobre nuestras almas cuando nos morimos, por eso Dios “es nuestro Padre”. Pero algunos individuos de “índole dudosa”, los naualmej, deciden “tomar el camino inverso”, ir por el lado “izquierdo”, “chueco”, “torcido” y en vez de mantenerse “derechos”, y en “el camino de Dios”, prefieren tomar un “atajo” y prosperar rápidamente, por lo que van a pedir favores al Demonio. Así, pasan a “trabajar al revés”, y la consecuencia de “cambiar de dirección” es que hay un cambio de reglas y el contratante deja de seguir la “ley de Dios” ( pero amo ley de Dios) y pasa a tener que actuar según la normatividad impuesta por “el otro”.
Las personas que son víctimas del naual, y por lo tanto están enfermas de brujería (naualot), tendrán pesadillas, observarán en sus sueños que están encerradas en ciertos tipos de lugares llamados ouijkan (“difíciles”, en el sentido de peligrosos, ya que ahí las probabilidades de accidente son altas): como la cueva, el pantano, la barranca, lugares comunes en la accidentada geografía de la Sierra y tradicionalmente considerados entradas al mundo subterráneo del Talokan. Si un paciente describe ese tipo de sueño al curandero, éste tendrá que enviar su tonal al inframundo, donde trabará una lucha contra el tonal del brujo, para librar al componente anímico de su cliente. Esta tarea no es nada fácil y conlleva demasiados riesgos, como perder la batalla y tener su propia entidad anímica retenida, lo que acarrearía su muerte. Para adentrarnos en el Miktan y saber dónde el brujo envía a sus víctimas, retomaremos el testimonio del señor de Yohualichan.
Yejua in tein tenochiliaj uan kemej teteiluiaj maj teuika.
Esos [los brujos] son los que lo llaman para uno, y cómo recomiendan a uno.
Yejua yon tenochiliaj,
Él [el Amokuali] es quien le llaman para uno,
yon kuekuernojyej,
ése que tiene cuernos,
yejua yon teinochiliaj,
ése es a quien le llaman para uno,
tein Amokuali, tein teka mauiltiaj, yeua yon teinochiliaj.
es el Amokuali quien juega con uno, llaman para uno.
Hasta itech se itakochitalis se kiitaya tein tetratarouajya.
Hasta en el sueño lo ve uno, como le trata a uno.
In kisa itech sueño tikitas mitspankakauaj uejkapan, itech se kueva,
Esto sale en el sueño, verás que te arrojan en lo alto, en una cueva,
tikitas itech se barranca,
verás que te arrojan en una barranca,
mitspankalakiaj achiauit,
te sumergen en un pantano,
kampa tektok at,
te meten donde está estancado mucha agua,
mitskalakia atauj, barranca,
en el ataúd, [te meten] en la barranca,
yejua yoni tenotsaj,
allí es donde lo llaman a uno,
kampa amo tej kali,
donde no hay casas,
amo akaj nemi,
donde nadie vive,
kampa nemij okuilimej,
donde viven los animales,
ne kampa nemij okuilimej tetitanij yejuan tenochliaj ya.
llaman a los animales para uno, allí donde viven los animales, le mandan uno.
Amo kinotsaj Dios, amo, ta kinotsaj okse,
No llaman a Dios, no, sino le llaman al otro,
kinotsaj yeua amokualia,
le llaman a lo que no es bueno,
uan yejua yon este… uan maj amo se nemiok.
y ése es este… para que uno ya no viva. Yoni kitekitiliaj, < Eso es lo que trabajan [los brujos],
sekin teinochiliaj, uan toni amo keman kuali. algunos le llaman para uno, y que es donde nunca es bueno
Como es sabido, los evangelizadores del período colonial asociaron elMictlan prehispánico con el infierno, el destino cristiano post mortem donde las almas de los condenados “queman” por toda la eternidad. Esa idea, de que el infierno es “caliente”, no fue completamente integrada en la cosmovisión nahua. De acuerdo con el relato, nos damos cuenta que el Miktan actual, aunque sea comúnmente traducido por “infierno” por los mismos maseualmej, asume otras connotaciones. Confundido a veces con el Talokan, tiene las siguientes características en el relato del señor de Yohualichan: es un lugar “donde está estancado mucha agua” (kampa tektok at), “donde no hay casas” (kampa amo tek kali), donde nadie vive (amo akaj nemi) y “donde viven los animales” ( kampa nemij okuilimej). Además, también nos fue descrito como “un lugar feo, que no hay acceso, como un precipicio” (similar a los ouijkan, “lugares difíciles”), siendo “la parte más profunda y mala del Talokan”, uno de los estratos cósmicos que se caracteriza por ser un especie del inverso de la vida en la tierra. Si por un lado en la superficie terrestre, Taltikpak, viven los humanos ( cristianoj), en esa contraparte de “abajo” y “de adentro” están los “animales silvestres” (okuilimej), que ahí pasan a ser los “animales domésticos” (tonalmej) de los dueños del Talokan.
El hecho de que las imágenes de un lugar inhóspito y lúgubre aparezcan en el sueño de alguien, significa que su tonal ha sido capturado por el Amokuali y, sin poder escapar, está a punto de ser devorado por los tonalmej en el Talokan. Así, la víctima del brujo es mandada a un “infierno” acuático y su tonal termina acorralado por las fieras (okuilimej), siendo la más hambrienta de ellas el mismo Amokuali. A propósito, durante nuestras primeras incursiones en la Sierra, al preguntar a alguien qué sabía con respecto al Diablo, era común escuchar la respuesta: “¿y yo que voy a saber de este animal?” La palabra “animal” usada en ese contexto fue okuilij (plural okuilimej), la cual asume distintos significados de acuerdo a cómo es enunciada. En términos generales, designa tanto a los grandes mamíferos predadores, como el “tigre” y el “león”, que literalmente pueden comer a los seres humanos, como a los seres de la categoría amo kuali, que tienen por idiosincrasia “comer” los componentes anímicos humanos. Por lo tanto, el Diablo es un “animal” (okuilij) que come a loscristianoj (seres humanos) que caen en su reino acuático en el Talokan. Esta imagen nos permite decir que otra de las funciones asumidas por el Demonio en la concepción indígena es la de “dueño” de los animales.
Caer en la “tentación” del Demonio
Algunos vicios humanos, como la envidia (nexikolot) y el odio (-tauelita,) desencadenan ciertas enfermedades, como la nexikolkokolis, “enfermedad por la envidia”. La persona que es víctima de esos sentimientos mezquinos empieza a sentirse “sin fuerzas, cansada” además, “las cosas en su vida dejan de funcionar”, todo lo que hace e intenta (“la lucha”), termina fracasando. Es por ello que los maseualmej son muy discretos con relación a cualquier acción que saben que puede despertar la envidia de los demás. Me confesó un señor de Tzinacapan que una vez decidió aumentar el tamaño de su casa. Primeramente, pasó meses escondiendo el dinero que ganaba con su trabajo para que su propia esposa no se enterara de sus ahorros, ya que esa enfermedad, la nexikolkokolis, puede nacer incluso en el interior del núcleo familiar. Luego, compró los ladrillos y los tapó con una lona para que nadie los viera, y lo mismo fue haciendo con los demás materiales de construcción, hasta que contrató a dos mozos para construir una nueva habitación. Esperó unos meses más, y otra vez construyó otra parte de la casa, así despacio, para no llamar la atención. Finalmente llegó el día que la nueva casa estaba lista, pasó un vecino y le dijo: “¡qué bonita la casa!”, y el señor respondió: “la fuimos levantando de a poquito en muchos años, con mucho esfuerzo, pero es pequeña y muy sencilla”. Por lo tanto, es preferible pasar desapercibido, evitar presumir cualquier tipo de bien material, y así mantener el Diablo a raya, ya que si algún envidioso ( nexicol, “algo torcido, encorvado, que no es recto”) se da cuenta de que alguien prosperó, puede contratar al naual para que le haga una brujería y provoque que el envidiado caiga “en la tentación del Demonio” y, en última instancia, termine en el “camposanto”, muerto bajo tierra, tal como nos comentó el joven de Yohualichan.
Todos los brujos usan el Satanás, es el mismo Amokuali como dicen acá y…si una persona, dice, te odia, si una persona te odia, lo van a ver al brujo para que él te haga este… brujería, y luego dice que él te va a mandar al camposanto […] Aquí nosotros de hecho estamos protegidos porque hay malas envidias de nosotros, sí. Si cualquier persona no nos quiere… bueno, nosotros estamos haciendo nuestra luchita, lucha, como para estar bien, y alguna persona no nos quiere, como que nos odia más bien y luego ya empieza a buscar cómo nosotros caemos en la tentación del Demonio.
Por el contexto que se dio el comentario arriba, sabemos que la palabra “tentación” fue usada de una forma particular. Por un lado, las “tentaciones” en el cristianismo se refieren a las incitaciones que el Diablo provoca en los fieles para que cometan pecados, desvíense del camino de Dios y pasen a seguir las órdenes de su Enemigo. De acuerdo con esta lógica, quien debería sufrir la “tentación” es el brujo, ya que él se dejó llevar por los favores del Demonio. Sin embargo, en el caso presentado por el joven de Yohualichan, “la tentación” no la sufre el naual y tampoco la persona que desencadenó la envidia. Más bien, quien está expuesto a la tentación del Demonio no es el que cometió el pecado de renegar a Dios, como solía ser el caso en los pactos medievales, sino la víctima de la envidia, pasible de tener una enfermedad o algún accidente fatal a causa de la influencia maléfica del Amokuali. Por lo tanto, la “tentación” en este caso asume un sentido concreto: el de caer en la barranca.
El grupo familiar maseual comparte el mismo “fogón” (o la misma estufa eléctrica en la actualidad), lo que significa que forman una unidad, y lo que ocurra a uno de ellos, afectará a todos los demás. Si el padre decide ser el mayordomo de una de las fiestas patronales, automáticamente su esposa y sus hijos también estarán aceptando “trabajar” para que el “compromiso” contraído se cumpla; incluso los hijos que viven lejos contribuirán de alguna manera, enviando un aporte financiero o llegando a casa a apoyar en el día de la fiesta. Así, todos los miembros de la familia llevarán a cabo las tareas que requieren la mayordomía; a la vez, recibirán en su conjunto los beneficios de “trabajar” para el Santo, los cuales consisten básicamente en la protección celestial. En el caso trágico de que el padre se enfermara y no pudiera realizar los preparativos, su esposa e hijos tendrían que hacerse cargo de la “deuda” contraída, y forzosamente darían continuidad a la realización de la fiesta. Esto porque las obligaciones, tanto hacia los miembros de la comunidad como hacia las divinidades, son transferibles de sujeto a sujeto dentro de un mismo núcleo familiar. Notemos como esa regla se comporta en el contexto del pacto con el Diablo, de acuerdo al testimonio del señor de Yohualichan.
Kemej nikijtoua nej,
Como digo yo,
komo amo ueli yon tokniuj uelis itech kisas inietos,
si no puede esa persona puede caer sobre sus nietos,
kemej eskia mismo tejuan tenochiliaj.
como si fuera uno mismo, les llaman para uno.
Entos se persona de ke amo iechoj amo itech ájsi,
Entonces de que una persona, de que no es su hecho,
tejuaya totech ájsi, itech ájsi se inieto.
recae en nosotros, recae en el nieto de uno.
Óso se ihijo yej itech kisa.
O en algún hijo recae el mal.
Keyej porke se kinotstok okse uan yej kicompliroua
Porque, porque uno le está llamando al otro y él sí cumple,
porke yej itatajtanil ta kinotstok… porque es su petición, si lo está llamando…
yejuasaj yon.
nada más eso.
Se resalta el hecho de que el “pago al Diablo” no tiene que ser necesariamente realizado por la persona que contrajo el pacto (“si no puede esa persona puede caer sobre sus nietos”), sino por cualquier miembro de la familia. Si el papá realizó el “negocio”, pero por algún motivo deja de cumplir el compromiso con “el otro”, el Amokuali cobrará su deuda enfermando o provocando un accidente en uno de los hijos o nietos del brujo, y de esta manera se apropiará de sus componentes anímicos. De ahí que también observamos que el “cobro” no se da en los mismos términos del pacto medieval, en el cual el Demonio entregaba sus favores al pactante en vida, pero le cobraba sólo después de la muerte, cuando tendría derecho a ser el dueño de su alma y así aumentar su séquito de seguidores, pretendiendo superar el número de fieles de Dios. En el caso maseual, no existe la posibilidad de que el individuo se arrepienta, como solía suceder en los relatos medievales que el pactante pedía ayuda de la Virgen o de algún santo para anular el contrato. En la versión indígena, una vez establecido el pacto, sus consecuencias serán sufridas por él o por uno de sus familiares, ya que “[el Amokuali] sí cumple”. Sin embargo, en vez de entregar el alma al Demonio después de la muerte, lo que exige el Diablo en este caso es que se pague en vida y “con vida”, tal como lo confirma el joven de Yohualichan.
Pues bueno, no sé quien me estaba diciendo que si los brujos…, bueno, si una persona trabaja eso no tiene este, vida larga, rápido se muere, porque lo está llamando, lo está adorando el Satanás, el Amokuali.
De acuerdo a la ética maseual, toda deuda contraída debe ser pagada en la misma “moneda”. Los campesinos constantemente se apropian de los frutos de la Tierra para alimentarse, y consecuentemente tienen la obligación de restituir a esa divinidad lo que le fue tomado, de modo que realizan ofrendas alimenticias para compensarla. Esta costumbre instaura la lógica de todos los futuros intercambios: la energía vital tomada tendrá que ser restituida con energía vital, el bien limitado de que todos dependen para sobrevivir, presente en los alimentos y en los seres vivos.
El brujo, al recibir las “riquezas” que pertenecen al Diablo (pollos, “totoles”, “billetes” y todo más que se puede encontrar en la cueva, de acuerdo con los testimonios), está recibiendo, en última instancia, una gran cantidad de energía vital, lo que le permitirá no tener que trabajar como todos los maseualmej, día a día cultivando la tierra y ganando su “comida” con el sudor de su esfuerzo. Sin embargo, su tarea será pagar al Diablo lo mismo que recibió de él. Veamos como se da esa restitución, de acuerdo al testimonio del joven de Xiloxochico.
Pues este… namechtapouiti nika toni kitouaj de nejin Amokuali,
Pues este… les voy a contar aquí qué dicen del Amokuali,
kitouaj ika in [yej] uelis mitschiuilis teisa kualtakayot, tein tiktatanis.
dicen que [él] te puede hacer algún favor, lo que tú le pidas.
pues komo tiktajtania tomin,
si le pides dinero,
sekin kijtouaj uelis tiktamakas cada metsti,
unos dicen que le puedes dar de comer cada mes,
ke uitsa takuaki mochan uan sayoj tej uelis iuan tietos.
que viene a comer en tu casa y sólo tú puedes estar con él.
Namonojnotsaskej uan nasentakuaskej youak,
Platicarán y comerán de noche
Komo tikneki tomin uelis mitsmakas uan este…
Si quieres dinero te puede dar y éste…
nokinekis xiktaxtaui ika se…
también querrá que le pagues con un…
ika okuiltsin tein, mitstatanis tein tej tikiskaltia óso komo amo, no se este…
con un animalito, o lo que te pida, lo que tu creas [que le puede dar], o si no éste…
[ika] motasoikniuj, se mokixpil, mosiuapil, se mokniuj o mopan.
[con] tu amigo, un hijo tuyo, tu hija, un hermano tuyo o tu papá.
Las bases del intercambio quedan claras, si le pediste dinero al Diablo, esto es, si el Diablo te dio de comer, tienes que retribuir el favor. Por lo tanto, el Amokuali será visita frecuente en la casa del naual, donde es el invitado de honor para comer los “manjares” que le son servidos. En el caso de que el brujo deje de alimentar al Diablo, él mismo será la “comida” del Amokuali, por eso se dice que “los que trabajan de eso no tienen vida larga”, porque al Diablo se paga con “vida”, que puede ser la de los pollos, de las víctimas de brujería que “caen en la barranca”, de los parientes del brujo o aún, como última opción, de la “carne” y “sangre” del mismo naual que tiene su tiempo de vida acotado para restituir la deuda contraída.
Así como las instituciones sociales medievales sirvieron de base para la conformación del pacto con el Diablo en Europa, las reglas de las relaciones sociales nahuas también fueron la fuente de inspiración para componer el pacto con el Amokuali. A fin de contraer este tipo de acuerdo, el pactante debe contar con ciertas habilidades personales que le diferencian de los demás; su “yolot” debe ser potente para encontrarse con el “dueño de la noche” y enfrentar los “espantos”, las pruebas demoniacas en el interior de la cueva. Por otro lado, la bruja o el mago europeo básicamente tenían que abjurar de Dios para convertirse en “sirvientes del oscuro amo”. Por lo tanto, ser socio del Diablo, según los maseualmej, no es una cuestión de voluntad, sino de capacidad.
Si en Europa la mujer era más susceptible de establecer un pacto con el Demonio, por ser considerada más “débil” para resistir a las “tentaciones” (especialmente los “pecados de la carne”), entre los maseuales prácticamente no hemos sabido de mujeres pactadas con “el otro”. Los hombres son más propensos a establecer ese tipo de relación ya que es más probable que sean “valientes”, que nazcan con el “corazón fuerte”, y que sutonal esté ligado a un animal feroz, como un gran felino, el tekuani de la selva que caza otros animales y eventualmente al ser humano.
Si bien entre los maseualmej hay relatos de quienes por suerte o astutamente lograron escapar de ser comidos por el Diablo, no hay historias de personas que han podido anular el pacto con él. Cualquier acuerdo, en el caso nahua, debe ser formalizado con el consentimiento de ambas partes. Por lo tanto, aparentemente queda excluida la posibilidad de entablar un pacto implícito con el Demonio, en los términos que las autoridades religiosas acusaban a las brujas en el Medievo y principalmente a partir del Renacimiento. “Entregar el nombre” al Diablo parece ser lo que formaliza la relación, puesto que así el Amokuali “llamará” el brujo y tendrá poder sobre él. Una vez sellado el pacto, vencidas las “pruebas” y “apuntado” en la cueva, el pactante deja de vivir de acuerdo a la “ley de Dios”, y pasa a actuar de acuerdo a las reglas de Satanás. Sus hábitos y gustos cambian, pasa a trabajar de noche, roba animales en vez de sembrar, y prefiere comer carne en el lugar del grano de maíz. De esta forma, los favores que los hombres le piden al Diablo no son lo más importante (éstos pueden variar, aunque básicamente se resumen en riqueza y poder), sino las reglas de la relación y las prácticas que generan.
El propósito del Diablo medieval es adquirir almas, no tanto porque le interese poseerlas propiamente dicho, sino porque de esta manera rivaliza con Dios hasta eventualmente vencerlo, esto es, hasta tener un número mayor de seguidores. Por otro lado, el Amokuali también asume el papel de opositor del poder celestial, pero como aparece al lado del creador en el comienzo de los tiempos, cuando la jerarquía entre las divinidades todavía no se establecía, entonces nos damos cuenta que su papel es encarnar el principio opuesto, indispensable para “dar inicio al mundo”, según la concepción mesoamericana. Vencido, no por Dios, sino por el Arcángel Miguel, su contraparte complementaria, el Amokuali pasa a ocupar los estratos más bajos del jerárquico cosmos maseual, en el sitio donde se ubica la reserva de agua del mundo, el encuentro de todos los “mares” en las profundidades del Talokan, el inframundo. Como “dueño del agua”, queda estipulado, según el poder “superior” de las divinidades lumínicas y “calientes”, que el Demonio tiene derecho únicamente sobre ese reino acuático y todo lo demás pertenece a Dios. Así, “todo lo que caiga en el agua” alimenta al Amokuali, quien finalmente sólo “come” a los que mueran ahogados, lo que significa que quedó con una pequeña fracción de toda la energía vital existente. Por ello, su hambre es enorme, y su mayor “sueño” es “salir” a pasear en el día de su fiesta, el día de San Juan, cuando empiezan las fuertes y continuas tormentas en la Sierra que amenazan inundar el mundo. Si esto ocurriera, el diluvio, todos moriríamos ahogados, y terminaríamos como “comida” de ese “animal” (okuilij).
La “animalidad”, para los nahuas, es la alteridad de la “humanidad”. A la vez, es parte constitutiva de la conformación de la persona, quien posee una coesencia, el tonal, que le aporta vitalidad y fuerza. Hay varias categorías de animales, según la taxonomía maseual, y en términos generales están clasificados entre los domésticos (tonalmej), los que ayudan el hombre en sus actividades cotidianas, y los salvajes ( okuilimej), que pueden llegar a ser maléficos, ya que no “cooperan”, sino atacan. En esta última categoría se incluyen también las “bestias fantásticas”, los “animales” del “otro mundo”, del Talokan, cuya principal disposición es cazar a los componentes anímicos de los seres humanos. Por ello son “amo kuali”, perjudiciales desde la perspectiva humana puesto que causan accidentes y enfermedades; pero también podrían ser “no comestibles”, ya que en vez de “ser comidos”, “comen”, esto es, “tragan a la gente”. El Amokuali, por ser el “dueño de los animales”, es el más temido y feroz de todas esas criaturas que habitan el “infierno acuático”, el Miktan, la parte más “fea” y “profunda” del Talokan. Ahí, el Diablo recibe a sus “ánimas” (animatzitzin), es decir, las “almas” de los que murieron ahogados y también de las personas que en vida tuvieron una mala conducta, asesinos y ladrones, individuos cuyo como animal compañero fue tonal violento. Asimismo, queda implícito que los brujos también “pertenecen” al Diablo, ya que al realizar con él un pacto, comprometieron no solamente su vida, sino su post mortem, cuando trabajarán como “peones” del Amokuali, pero no por toda la eternidad, como pregona el cristianismo, sino solamente hasta quitar su deuda con él, aunque dependiendo del número de “billetes” que recibieron, la cantidad de “moneda vital” a ser restituida, ese tiempo de trabajo puede volverse casi eterno.
El Amokuali “vive en la casa más grande del Talokan”, digna de su riqueza. Ahí se dedica a hervir los cuerpos de los “condenados” en una cacerola gigante, para que los componentes corpóreos váyanse desprendiéndose y así pueda absorber la vitalidad humana. Alterna su rutina entre cuidar la olla de “carne” y visitar el Taltikpak, en búsqueda de “pollos”, esto es, de los banquetes que le ofrenda el brujo con la intención de regatear su tiempo de vida en la “superficie de la tierra”; mientras él mantenga el Diablo saciado, con ricos pollitos, guajolotes, o mismo con las víctimas que cayeron en la “tentación de la barranca”, el voraz “animal” no le llevará al Miktan.
Por las noches, el Diablo y el brujo comen “carne” juntos, comparten el alimento. Teniendo en cuenta que en algunos cuentos maseuales, la mujer del cazador “comparte la carne de la caza con su amante”, una metáfora para designar que “tienen relaciones sexuales”, podríamos preguntarnos a dónde quedaron las varias historias medievales sobre las brujas que participaban en orgías con el Demonio y se entregaban a él “de cuerpo y alma”. ¿Por qué no son mencionadas en la mitología maseual o en los testigos, si casi todos los elementos del pacto medieval fueron apropiados y reestructurados en la concepción indígena? ¿Será que en el hecho de que el brujo y el Diablo “coman carne juntos” se estaría sutilmente insinuando una relación carnal entre ellos más allá de la metáfora? Tratándose del Amokuali, y su capacidad para camuflarse en distintos “lugares”, como por ejemplo debajo de las sandalias de San Miguel para recibir el osculum de los devotos, podríamos sospechar que en sus acciones, aparentemente desinteresadas, se esconden otras facetas de este “animal”.
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