2014 / 09 nov 2017
Don Cacahuate es un trickster o burlador exclusivo de la tradición oral mexicana, que aparece en una serie de chistes o cuentos muy breves narrados en español. Los relatos sobre este personaje son generalmente de carácter cómico y a menudo se refieren a juegos de palabras que aluden a la relación entre los mexicanos y los estadounidenses, o a fenómenos de migración para la búsqueda de trabajo. El personaje parece siempre estar en movimiento, es un eterno migrante que cruza con ardides o con trabajos las fronteras culturales. Se muda de ciudad o de país, aparece por aquí y por allá, siempre haciendo algo inesperado que nos mueve a la risa, a la reflexión, al repudio de ciertas costumbres o a la identificación de ciertos modos de actuar. Don Cacahuate oscila entre el tonto de capirote y el burlador hábil, o, como dicen los que contaban sus historias, es un señor “un poco pendejito y muy mentiroso”.
Un día, don Cacahuate decidió mudarse para Denver en Colorado. Él y doña Cebolla cargaron el camión con sus pocas posesiones. Estaban muy felices. Doña Cebolla estaba embarazada y esperaba al niño muy presto. Don Cacahuate había oído que había mucho empleo en Colorado. Todo lo que ellos deseaban era una vida mejor.
Caminaron por muchos días. No anticiparon que iba a estar tan lejos. Después de lo que pareció una eternidad, los signos del camino a Denver empezaron a verse al lado de la carretera. Doscientas millas para Denver; cien millas para Denver; cincuenta millas para Denver; dos millas para Denver.
Al final vieron uno de los signos más grandes que ellos habían visto. Decía: “Denver left” [...]. Don Cacahuate pisó los frenos del camión. Se salió del camión y lloraba en voz alta. Cuando doña Cebolla le preguntó que si qué ocurría, don Cacahuate le dijo que Denver se había ido, pero, seguramente, nadie sabía para dónde porque eso era todo lo que el signo decía. Se subieron en su camión y regresaron para el mismo pueblecito donde habían vivido más antes.[1]
Documentación, distribución geográfica y cronológica
Para poder entender por qué este personaje aparece y desaparece de la tradición oral, por qué vive en las fronteras culturales y qué funciones sociales o simbólicas cumple, es necesario trazar una historia mínima de don Cacahuate a partir de su documentación.
Los pocos testimonios que nos hablan de los pasos de este personaje más bien efímero y huidizo pueden ser ubicados con relativa facilidad. Stanley L. Robe registró tres relatos de don Cacahuate en Los Altos de Jalisco en 1947 y cuatro relatos en Amapa, Nayarit, en 1959. Apenas hay noticias de su existencia en México en fechas más recientes. En 1999, don Cacahuate apareció en un libro de recopilación de relatos de Guadalupe García Torres titulado Don Cacahuate quería ver la luna. Narrativa fantástica popular del Chapala michoacano. Y su siguiente aparición la encontramos ya en medios electrónicos: don Cacahuate asoma en un video de Youtube puesto en red por una página de comunicación y antropología, que presenta a un informante identificado como don Trini, originario de la Misión Chichimeca en San Luis de la Paz, Guanajuato, narrando uno de los cuentos tradicionales de nuestro personaje.
Don Cacahuate aparece con más frecuencia, sin embargo, en las zonas fronterizas y en los territorios norteamericanos que alguna vez pertenecieron a México. Richard Garnica Ornelas grabó en 1962, en California, cuentos de mexicanos que habían oído de don Cacahuate en Estados Unidos o en boca de otros inmigrantes, mientras que Juan Bautista Rael publicó un puñado de historias de don Cacahuate en su colección de Cuentos españoles de Colorado y Nuevo México en 1957. Charles L. Briggs, en el trabajo de campo que llevó a cabo en Córdova, Nuevo México, durante los años 70 para la elaboración de su libro Competence in Performance, también se topó con un buen número de relatos de don Cacahuate, aunque no transcribió sino un par de ellos como ejemplos.
También existe un trabajo de Gilberto Benito Córdova titulado Abiquiú and Don Cacahuate: a Folk History of a New Mexican Village, quien además de recopilar algunas versiones orales de cuentos de don Cacahuate, lanza una serie de hipótesis sobre su “nacimiento” en el pueblo de Santa Rosa de Lima, Nuevo México, a mediados del siglo xviii y su traslado al vecino pueblo navajo de Santo Tomás en años posteriores.[2]
Además de estas noticias que provienen de trabajo de campo, tenemos otras que, aunque provienen de literatura escrita, nos remiten también a la existencia del personaje en ámbitos orales. Cronológicamente, la primera de ellas es un interesante fragmento de la novela de Mariano Azuela titulada El camarada Pantoja, publicada en 1937. En ese pasaje, Catarino Pantoja pretende ante su amada, la Chata, haber cortado la lengua a un cristero antes de fusilarlo; pero ella, que sabe que Pantoja se está adjudicando acciones de otros, lo increpa diciendo: “¡Pobre de don Cacahuate!” En seguida, como si sólo estuviera buscando un pretexto para insertarlo, nos dice Azuela:
Y este es un episodio de la vida de don Cacahuate.
Vagaba don Cacahuate por las orillas solitarias del pueblo cuando de manos a boca, al cruzar un arroyuelo, dio con un cadáver yacente en un charco de sangre. Desazonado volvió la cara en distintas direcciones, cuando en esas aparece bruscamente una pareja de gendarmes como para iluminarle deslumbradoramente el pensamiento. Don Cacahuate se agacha al punto, saca su cuchillo y, sin más lo hunde una vez, dos, tres, cuantas veces es preciso hasta que llegue la policía.
¡Perfectamente! Ahora camina don Cacahuate abriendo la procesión en medio de dos gendarmes. Detrás va la camilla con el difunto entre una multitud de curiosos.
—¿Qué te pasó, don Cacahuate?
Muy orondo, don Cacahuate levanta la mano y con el pulgar sobre su hombro señala hacia atrás.
—¡Pos casi nada, cuate! ¡No más arrienda!...
El sombrero a media cabeza, una sonrisa insolente en los labios, mascando la colilla de un puro, don Cacahuate, en apoteosis, franquea el quicio de la Comisaría.
—¿Y éste? –gruñe el Comisario, enfurruñado.
—El asesino –explica uno de los gendarmes mientras que don Cacahuate hincha fuertemente el ombligo.
—¿Este ranfla? Largo de aquí, roña. Hace media hora que tenemos aquí al matador.
Un par de patadas en el trasero y fuera. Don Cacahuate, rascándose melancólicamente sus adoloridas posaderas, susurra:
—Una que se me hizo buena, me la hacen tablas...[3]
Mucho más recientemente, varios autores de la zona de Nuevo México han incluido cuentos de don Cacahuate en antologías de narrativa folclórica con tratamiento literario. Entre ellos se puede citar a Ángel Vigil que incluye cinco cuentos de don Cacahuate en The Corn Woman;[4] a Paulette Atencio que presenta varios cuentos en versión bilingüe en Cuentos From Long Ago;[5] a John O. West que incluye a nuestro personaje en Mexican-American Folklore;[6] y a Riley Aiken con los breves textos que incluye en Mexican Folktales from the Border.[7]
Desglosar aquí estos testimonios orales y escritos puede servirnos como un indicador de la difusión geográfica y cronológica de nuestro personaje. Aunque estamos conscientes de que la investigación sobre literatura oral tradicional trabaja siempre con fragmentos y con indicios de fenómenos mucho más complejos y diversos, a partir de estos testimonios podemos darnos cuenta de que el personaje que estamos rastreando aparece con mayor frecuencia en zonas fronterizas o en sitios en los que conviven las culturas hispana y estadounidense y, por consecuencia, zonas de contacto lingüístico entre el español y el inglés. Tal es el caso de los territorios de Nuevo México y California. En México, el personaje de don Cacahuate aparece en un área cultural bastante bien delimitada: aquella conformada por los estados de Jalisco, Nayarit, Michoacán y Guanajuato. Nótese que estos estados –además de compartir ciertos rasgos que afloraron, por ejemplo, durante la guerra cristera– están entre los primeros en los que inició la migración masiva de población rural hacia los Estados Unidos debido a la conexión de las vías ferroviarias con El Paso, Texas, y han sido siempre zonas de fuertes movimientos poblacionales hacia el país del norte.
La distribución cronológica de los relatos es también bastante clara: las recopilaciones que registraron su presencia en la tradición oral de México provienen más bien de mediados del siglo xx, y la supervivencia actual del personaje apenas está atestiguada por un par de relatos. La búsqueda que yo mismo he hecho durante mi trabajo de campo ha arrojado una contundente ausencia del personaje en otras regiones. Puede ser sólo una coincidencia de fechas de trabajo, pero las recopilaciones de Stanley Robe en las que el personaje aparece concuerdan sospechosamente con el periodo durante el que funcionó el programa de contratación conocido como “bracero”, que de 1942 a 1964 llevó a casi cinco millones de mexicanos a trabajar en el campo estadounidense. Por otra parte, tanto los trabajos de recopilación como las reelaboraciones literarias nos indican también que el personaje ha tenido una vida mucho más larga en la región de Nuevo México, donde aparece casi ininterrumpidamente desde los años cincuenta del siglo xx, hasta la actualidad.
El personaje cómico y sus historias
Los cuentos de don Cacahuate presentan una serie de elementos bien identificables. En primer lugar, se trata de episodios narrativos breves que pueden hilvanarse en series o ciclos, sin importar el orden en el que se cuentan, pues constituyen unidades autónomas con un principio, un desarrollo y un desenlace, que se cohesionan por la presencia de un mismo personaje. Todos ellos tienen un carácter cómico, aunque a menudo esa comicidad sea un tanto ácida, grotesca o hiriente.
Además de esas características referentes a la estructura, estas breves narraciones siguen también ciertas líneas temáticas y ciertas estrategias para generar la comicidad o para provocar la risa. La primera de estas líneas tiene que ver con el origen del personaje, caracterizado siempre como alguien que se mueve hacia el encuentro con una cultura distinta a la suya. El tema inicial de muchos de estos chistes es el del personaje que emigra, que cruza una frontera cultural para buscar condiciones de vida más favorables. Una buena cantidad de los cuentos de don Cacahuate empiezan con el personaje mudándose de sitio de residencia. Otros tantos comienzan con frases como: “Y don Cacahuate se jue a... iba por un camino. Se jue en busca de trabajo...”. Se trata, pues, de un personaje que suele partir de una situación inicial de bienes limitados, en el mismo viaje de otros tantos personajes del cuento tradicional.
Otra línea temática recurrente es la del malentendido lingüístico, ya sea como un mecanismo de inversión para generar comicidad, o como parte de la expresión de un choque cultural que enlaza con los temas anteriores. Como ejemplo del simple malentendido lingüístico, tenemos la siguiente narración:
En otra ocasión estaba don Cacahuate muy decepcionado de la vida y estaban almorzando y terminando de almorzar le dice:—¡Hombre, vieja! Yo ya, ya no quiero vivir más. Tráeme la pistola.Dijo:—Pero, viejo, ¿de dónde la agarro? ¿De dónde la agarro?—En las cachas, ¿qué no ves que te das un balazo?Narrado por Pedro González en Acatic, Jalisco, el 21 de septiembre de 1947.[8]
Con don Cacahuate, sin embargo, esa confusión lingüística, tan usual como mecanismo de comicidad, suele estar enfocada a los problemas que existen cuando el personaje se enfrenta al código del inglés, distinto del de su lengua materna. De esta confusión entre dos personajes que no se entienden por no compartir código, se produce una buena cantidad de los chistes de don Cacahuate, repletos de juegos de palabras y de falsas interpretaciones. Un ejemplo:
Don Cacahuate oyó decir que en el norte se ganaba mucho dinero. Le dijo a la señora que iba en busca de ganar dinero, pero como dizque se, se presentaba la dificultad de ir a pie, batallando, le dice a la señora:—Yo me llevo en mi caballo.Y llegó a la frontera. Pasó la frontera. A los ciertos metros, le dice... Vido venir un señor americano. Dice:—Este señor, voy a agraciarle yo, dice, —y voy a decirle que se suba en ancas.:Cuando le encontró le hizo la seña. Y el americano venía borracho y le dijo que sí. Se subió en ancas. Y más delantito le dice el americano::—Ooh, mecsicano, ¿no spic english?:Le dice:—Espera. Si le toco la ingle nos va a tumbar el caballo.Se quedó callado el señor americano y dijo... Duraron otro ratito caminando y le dijo:—Ooh mecsicano, ¿no spic english?—Dice:—Si le pico las ingles nos va a tumbar.Se quedó callado de vuelta otra vez. A las tres veces le volvió a decir el americano:—Ooh mecsicano, ¿no spic english?—Bueno, te voy a hacer tu gusto. Voy a picarle las ingles.El caballo reparó y los tumbó a los dos. El caballo corrió y ahí se quedaron los dos, a pie.Narrado por Cipriano Ramírez en Amapa, Nayarit, el 25 de enero de 1959.[9]
Las confusiones lingüísticas que constituyen el tema central de los ciclos de don Cacahuate no sólo juegan con semejanzas fonéticas, falsas traducciones e interpretaciones literales, sino que a veces se basan en dobles sentidos que remiten a factores contextuales. Para entender el cuento número 436 de la colección de Juan B. Rael, por ejemplo, es necesario saber que en el español de Nuevo México la palabra bolillo se refiere tanto al pan blanco de mesa como a gringo. Así, cuando su mujer le pide a don Cacahuate: “Don Cacahuate, hágame un bolillo”, este responde: “Y cómo quiere que le haga un bolillo, si yo soy mexicano”.
Los nombres de los personajes constituyen una tercera línea temática en los chistes de don Cacahuate. En ocasiones como mecanismo cómico en sí mismo y a veces como parte de esa veta constituida por el contacto entre dos culturas con código lingüístico distinto, los nombres funcionan siempre como un trasfondo sonoro de comicidad y en ocasiones se convierten en el meollo del asunto. Al diminutivo del mismo don Cacahuate, al que los narradores se refieren en ocasiones como don Caca, se va sumando a una serie de nombres graciosos que lo acompañan, como el de su esposa que a veces es doña Cacahuate y otras doña Cebolla. En el caso de los hijos, el asunto se vuelve de impotancia central: cuentan que don Cacahuate y su señora, buscando aprobación social, deciden ponerle por nombre a su hijo la palabra en inglés que escuchan más a menudo, y así el niño termina por llamarse Sonovabish algunas veces y Sonomagon en otras. Charles L. Briggs refiere a este respecto un caso extremo que registró en Córdova, Nuevo México, en donde se contaba que habían sido diez los hijos de don Cacahuate y doña Cebolla.[10] En este contexto bilingüe utilizaban un préstamo derivado de la palabra peanuts y se referían a los chicos como “los diez pinates”, para después hacer la broma de que, cuando don Cacahuate y su señora mueren, los diez pinates fueron vendidos por diez centavos, es decir: “ten pinates for ten cents”.
Lo que encontramos, pues, en los chistes de don Cacahuate es una colección de relatos humorísticos que hacen referencia a situaciones de choque cultural y lingüístico en torno a un personaje trickster que funciona como eje para hablar de varios pares de opuestos como rural / urbano, español / inglés, astuto / tonto, integrado / inadaptado. Estas situaciones muestran una correspondencia exacta con la distribución geográfica de los relatos, documentados en áreas marcadas por los fenómenos de migración y por el contacto entre dos culturas.
Implicaciones simbólicas y funciones sociohistóricas
A partir de los indicios expuestos en los apartados anteriores, podemos plantear ahora una serie de cuestiones sobre la función social de los relatos y tratar de explicar, desde ahí, el auge y la desaparición de don Cacahuate. Nos dice Charles L. Briggs que los “chistes proporcionan comentarios lúdicos sobre tópicos de gran relevancia cultural; constituyen un medio particularmente adecuado para la exposición de valores culturales contradictorios”.[11] El chiste, como el lugar del discurso y el ritual cotidiano en el que se permite la inversión simbólica, hace posible el tratamiento de temas tabú y de puntos conflictivos: de la misma forma en que la risa alivia la tensión del cuerpo, el chiste alivia la tensión social. Al parecer, es justamente eso lo que hacen los chistes de don Cacahuate: enfocar una serie de pares de opuestos en los que se ubica la tensión social en determinado momento histórico, apuntar asuntos de preocupación comunitaria para reflexionar sobre ellos. Pero, ¿por qué justamente este tipo de chistes y este personaje de carácter ambiguo para este tipo de situaciones?
Las palabras de Enrique Lamadrid sobre los tricksters y los pícaros pueden servirnos como punto de partida para entender la especificidad de nuestro personaje:
Por definición, los tricksters y los pícaros funcionan como mediadores míticos y sociales de las contradicciones que subyacen a sus culturas. Son héroes culturales porque son los únicos capaces de echar luz o poner énfasis en esos problemas. Sus técnicas básicas son la inversión simbólica y el humor. Por lo que respecta a su personalidad, el rasgo más característico es una singular falta de pena o vergüenza. Como sinvergüenzas, están habilitados para “llamarle pan al pan y vino al vino” si es necesario hacerlo. Son mediadores de las contradicciones ecológicas y económicas del mundo. Como no tienen intereses particulares ni nada que perder, también pueden confrontar las contradicciones sociales. Así, exponen con risa y sarcasmo las discrepancias entra la imagen ideal que la sociedad tiene de sí misma y la realidad de sus acciones.[12]
Don Cacahuate cumple con todas las características del trickster que transgrede los límites sociales lingüísticos, de clase, de etnicidad, etc. —para afrontar ciertos conflictos. No es tan importante si sale bien o mal parado de ellos, pues su función consiste en confrontarlos y en provocar el comentario humorístico. Llama la atención, sin embargo, que nuestro personaje convive en la tradición oral con otros tricksters de gran abolengo, como pueden ser Pedro de Urdemalas o Juan Tonto. Si recorremos las recopilaciones que han documentado relatos de don Cacahuate podemos ver que incluso los mismos informantes que los contaron narran también cuentos de Pedro de Urdemalas o de personajes similares, que existen desde hace varios siglos y que siguen apareciendo constantemente en la tradición hispánica actual. Es más, en ocasiones podemos encontrar a don Cacahuate en relatos en los que podría igualmente aparecer cualquier otro burlador, como el siguiente.
Y don Cacahuate se jue a... iba por un camino. Se jue en busca de trabajo.
Iba muy pobre, sin dinero. Entonces en el camino s'incontró con otro señor, un compañero y que iba a lo mismo, nomás que el otro compañero llevaba un, una cuanta feria y luego ya se juntaron y llegaron a un puerto donde, donde había muncho, muncho... pues munchos hombres allí y estaban apostando a ver quién duraba más en el agua.
Entonces dijo don Cacahuate al señor. Dice:
—Préstame la feria que tienes. Aquí vamos a apostar y hacer más dinero.
Y luego se lo da. Y luego ya se afrentó con el señor, con su contrincante y amarró la apuesta. Y le dijo que...
Entonces amarraron la apuesta y con los centavos, cogió unos centavos y jue a, al centro y compró muncha provisión, munchas latas de, de comida.
Entonces se presentó en la orilla del mar. Entonces se presentó su contrincante con él y le dijo que por qué era tanta provisión. Entonces le dijo que él usaba durar varios días en el agua. Entonces se dio por vencido el, el contrincante de él.
Narrado por Cipriano Ramírez en Amapa, Nayarit, el 25 de enero de 1959.[13]
¿Por qué esta “distribución complementaria” de personajes en la tradición? Basta atender a los contextos de producción de nuestros relatos para responder a esta interrogante: es necesario que exista un trickster para cada ocasión. Mientras que los burladores como Pedro de Urdemalas se mantienen en la tradición a través de los siglos aliviando preocupaciones permanentes de la sociedad, otros personajes como don Cacahuate aparecen y desaparecen dependiendo de las necesidades específicas de algunos grupos. La migración de mexicanos hacia los Estados Unidos o el contacto de las culturas hispánicas de los territorios de frontera con las culturas estadounidenses generaron una serie de tensiones específicas como el choque lingüístico, la confrontación de costumbres, la movilidad de un ámbito rural a un ámbito urbano, el encuentro con tecnologías más o menos sofisticadas, etc. Todos esos puntos de tensión ameritaron que en algún momento –muy probablemente a principios del siglo xx– se creara un trickster como don Cacahuate, un personaje destinado a la permanente transgresión de límites muy específicos, un especialista en cruzar fronteras para enfrentarse al que es diferente por su lengua o por sus costumbres.
Poco a poco don Cacahuate se fue integrando a la tradición y pasó a formar parte del repertorio de burladores y pícaros, y nada impidió que su figura apareciera eventualmente en relatos que antes ocupaban otras figuras cómicas. Sin embargo, su difusión parece no haber sobrepasado los límites de ciertas comunidades específicas y su permanencia en la tradición no llegó más allá de los años en los que era necesario asimilar rápidamente los conflictos implícitos en los fenómenos migratorios y de mestizaje cultural.
En ocasiones se han hecho hipótesis sobre el surgimiento del personaje de don Cacahuate a partir de soportes materiales. Se ha supuesto, por ejemplo, que el personaje pudo haber tenido su origen en un panfleto gubernamental publicado después de la Revolución en el que se promovía la siembra del cacahuate y se explicaban los beneficios de su cultivo. Si de hallar antecedentes impresos se tratara, podríamos decir también, por ejemplo, que por el año de 1910 la fábrica de cigarros de El Buen Tono publicó el siguiente panfleto publicitario para sus cigarros “Canela Pura” en el que un tal “Cacahuate” era el personaje principal:
Pienso, sin embargo, que este tipo de suposiciones, además de ser incomprobables, resultan poco trascendentes en comparación con el análisis de las implicaciones culturales del personaje. Habría que tomar en cuenta, además, que en el español de América existen expresiones como “valer algo un cacahuate” o “importar cacahuate”, que dejan claro que el personaje bien pudo haber surgido de un juego de palabras, sin necesidad de que existiera un soporte impreso.
Hay, pues, personajes como don Cacahuate que aparecen y desaparecen en la narrativa tradicional dependiendo de necesidades sociales muy específicas, y que constituyen invenciones exitosas pero efímeras. Aunque su existencia sea un indicio de preocupaciones sociales, el rastro que dejan tras de sí es el del humor y la risa, y tal vez por eso podemos pensar en ellos como un tipo de héroes culturales. Aunque las apariciones actuales de don Cacahuate constituyan más bien un residuo de las palabras antiguas, es necesario mantener los oídos atentos por si nuestro burlador vuelve a hacer de las suyas en algún sitio, pues las tensiones culturales que lo vieron nacer se reavivan de vez en vez, y, además, en la tradición oral y en sus estudios “nada está escrito”.
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