En las primeras páginas de este libro, García Ponce recuerda la definición que Jünger da del escritor: un forajido que se aparta de la sociedad para vivir en los bosques del lenguaje. Esa definición también le conviene a él. Las obras que trata en este volumen son parte de su bosque. No sin justicia Juan García Ponce ha elegido para dar título dos palabras que dan cuenta de la materia de la cual se ocupa—imágenes y visiones de un grupo de artistas que lo obsesionan—y que, simultáneamente, sugieren un espacio de celebración en el que este autor quiere situarse ¿Qué es lo que celebran estos ensayos? Libros y pinturas o, más exactamente, la forma en que a través de esas obras se reactualiza el poder del arte en su doble vertiente: como crítica de la realidad y como afirmación de la vida. Durante más de treinta años García Ponce ha cultivado con igual pasión la creación y el ensayo. Sin mayor dificultad cualquier lector atento puede advertir la presencia del ensayista en su obra narrativa en el uso recurrente de ciertas claves que multiplican los sentidos de la obra y arrojan luz sobre esa voluntad suya de ver en la obra de arte una posibilidad de encarnación. La huella del creador en el ensayista es más secreta y a la vez más compensiva: me refiero a la complicidad. Complicidad ante todo de un artista con otro; de alguien que ha probado los riesgos del arte y que no quiere neutralizarlo. De ahí que antes de enjuiciar tal o cual obra o de ubicarla en sus coordenadas culturales, García Ponce prefiera poner en claro sus exigencias.
En la primera parte de este libro García Ponce reunió sus ensayos más recientes sobre Ernst Jünger, Malcolm Lowry, Elías Canetti, Marta Traba, Moreno—Durán, Cesare Pavese, Sergio Pitol, Marcel Proust, y un ensayo sobre literatura y pornografía. En la segunda, vuelve sobre algunos pintores que, como Vicente Rojo, Manuel Felguérez, Roger von Gunten, Federico Amat o Juan Soriano, habían encontrado en él un interlocutor fundamental. Cierran estas Imágenes y visiones dos ensayos de largo aliento: una lectura de Balthus, abiertamente heterodoxa pero no por ello menos iluminadora, y una revisión definitiva de la obra narratva de Georges Batallie.
Daniel Goldin