La obra de arte literaria goza de una cooperación especial con el lector, es prismática. Y lo es gracias a su excedente de sentido. El símbolo como portador de este excedente marca el guiño al lector para que entre en el registro oculto en el que manifiesta su intencionalidad. Entonces se vuelve imperioso hablar de la naturaleza estratificada del texto literario, de las cualidades metafísicas que sumen al lector en un estado de contemplación.
Aquí, la literatura es abordada desde múltiples perspectivas. El lenguaje cambia, inaugura rumbos, deconstruye, el tiempo narrativo se concretiza en la experiencia subjetiva del lector y regresa al devenir de la temporalidad. La obra de arte literaria marca el entretiempo y, más allá de todo valor artístico, es reconsiderada como objeto cultural.