Quién sabe si el día en que por fin se abra la caja que contiene los rezagos del corazón y sus múltiples sedimentos, veamos esa réplica exacta de las llameantes imágenes de castigo final que nos tienen prometido.
Certidumbre sí hay: falta de solidaridad, amores perdidos por vanidad y trazaduras en el vacío.
Antes, cuando sin más, en medio del tiempo demolido, el disimulo que aprendió de lo precoz su endeble arquitectura se hace a lo andante, a lo cuatrero, surge aquella relampagueante pregunta de sal: quién eres, cómo estás. Y de ese minucioso registro de tumbos y calamidades nace el poema como un ritual que inciensa bailando ante el abismo, el espíritu que anuncia la catástrofe.
Mañana entonces el decir, sin el apoyo trampero de los confesionarios se hará pan silvestre, y pan de convivio y salutación. Quizá entonces los días cambien; quizá entonces el agobiado amor del hombre, encuentre alivio y sitio en la responsabilidad y la ternura.
Mario E. Licón