La misteriosa desaparición de Ismael, fotógrafo de lugares secretos y zonas vedadas, introduce a Andrés, el solitario héroe de esta novela, a un universo de insólitas relaciones y correspondencias. Los mapas, notas y fotografías dejadas por Ismael conducirán a Andrés a una alucinada travesía por una ciudad poblada de signos ominosos. Un muero que deambula por las calles desde hace años, un bibliotecario enfermo de olvido y Milena, una mujer con un lugar enigmático en un muslo, son algunos de los secretos que habrá de encontrar Andrés en sus vagabundeos. En el centro de esta búsqueda laberíntica —rito de paso en el que terror y deseo confunden y multiplican sus figuras— se oculta un lago que se niega a desaparecer del sustrato imaginario de la ciudad de México. Cartografía de obsesiones, relato antiutópico, alegoría de la ciudad y sus fantasmas, Tiempo lunar se propone, al mismo tiempo, como un juego dialógico, un ejercicio metaestalístico, una paradoja-homenaje a géneros entrañables como la novela policial, la ciencia-ficción y el relato fantástico.
Una noche en que Andrés sueña con una extraña mujer, lo despierta el teléfono y la voz de un amigo le pide alcanzarlo en el parque para ver un insólito fenómeno lunar. Al acudir encuentra sólo el automóvil de su amigo y una fotografía de la novia, una inquietante mujer con un bello lunar en la pierna. ¿Qué ocurrió? Todo es un enigma y cualquier detalle puede ser una pista. Andrés se propone resolver el misterio, pero la amistad y el amor son aventuras peligrosas en ese mundo futuro donde cualquiera puede desaparecer.
