En el pueblo todo transcurre con plena normalidad. La gente desaparece sin dejar rastro, las fuerzas del orden aumentan, parte de la población bloquea una carretera, otra parte secuestra el Centro de Convenciones, un par de mozalbetes pierden la virginidad, otros acampan a la orilla del lago, algún extranjero muere, el presidente municipal nada en su alberca y en una construcción perdida en el bosque se convierte en la entrada a la dimensión desconocida. Con tales indicios y un humor negro feroz, Gustavo Marcovich escribe un óleo costumbrista cuya ecuación es el absurdo, el caos y el sinsentido de varias vidas condenadas a una situación límite, historias que nadie ve, que nadie oye, pero que allí están con la certeza de que nosotros no somos de ese mundo y, por lo tanto, nada malo nos puede suceder.