En 1653 llegó a Nueva España un nuevo arzobispo, en sustitución de Juan de Manozca y Zamora: con Marcelo López de Azcona, quien duró en el cargo apenas un poco más de cuatro meses. Gran acontecimiento para una sociedad ávida de trascendencia. Guijo describe con lujo de detalle el recibimiento:
Domingo 3 de agosto, a las cuatro de la tarde, recibieron en público al señor arzobispo de esta ciudad, y para ello le puso la Iglesia suntuoso arco en la puerta que mira a la plazuela de Marqués; y colgaron carmesíes en la boca de dicha calle y esquina de la Compañía de Jesús; salió de la iglesia de San Diego a caballo, acompañado de la clerecía, deán y cabildo […] en esta forma, y con repique general, llegó al arco de la calle de San Francisco donde se apeó […] y prosiguió la procesión hasta la puerta de la catedral, y en ellas se explicó la fábula de [Apolo y teatro del sol], que eran las figuras del arco…
Prescindiendo de su función social, política o cultural, estas celebraciones interesan porque son el motor detonante de buena parte de la lírica de la época. Poesía sí, literalmente de circunstancia, que, sin embargo, no podemos seguir ignorando: primero porque era, junto con los villancicos, lo que más se imprimía: segundo, porque proporciona un rico muestrario de lo que los letrados de entonces entendían por quehacer poético. El conjunto da cuenta de una lírica encriptada en su circunstancia; la mayor parte de las veces elaborada con oficio, aunque en ocasiones hay impericia, lo que vuelve al conjunto repetitivo y doctrinario. Con todo, en esa lírica hay también ambición y una aplicada disciplina, que evidencian una república literaria en actividad constante, atenta a novedades y bien abastecida de las noticias eruditas indispensables en este tipo de composiciones. Estos arcos, túmulos y certámenes ilustran una tradición generalizada en la vida social y cultural de Nueva España, cuya línea maestra es, en general, la práctica continua de ejercicios retóricos ingeniosos, pues ante la tiranía de un tópico único y fijo, el prurito de novedad debía satisfacerse con la renovación de los artificios formales y de los moldes heredados, en los cuales se vaciaban los más bizarros y caprichosos contenidos.
En este arco, la fábula central es la trabazón alegórica entre Apolo y el nuevo arzobispo. Según se explica en el prólogo, Apolo cumplió las funciones de “pastor, de monarca de la luz, de gobernador de las esferas, de príncipe de las Musas, de diestro cazador, suave músico y médico experto; funciones todas que le hizieron el más vivo modelo de un prelado de la Iglesia”; así “bien claro está el officio de un prelado eclesiástico, cuya atención toda debe estar en gobernar sus súbditos de tal modo, que dexando el peligroso camino de la culpa, sigan el cierto y seguro de la virtud, y para esto, o como pastor amoroso los govierna apacible como corderos, o como lucido sol los ilustra con su doctrina; o como experto médico sana las dolencias de sus almas; o como caçador certero hiere con las flechas de sus castigos” (loc. cit.).
1 Recibió el palio el 25 de julio de 1653 y murió el 10 de noviembre del mismo año.
2 Gregorio M. de Guijo, Diario (1648-1664), ed. y pról. M. Romero de Terreros, México, Porrúa, 1952, t. i, pp. 222-223.
3 Esphera de Apolo y teatro del sol, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1653, s.p.