La taza de chocolate es un sorbo de historia servida en el cuenco de la literatura. El historiador y narrador Héctor Palacios vierte la nota roja de antaño en breves relatos para demostrar que la vida disipada del clero, los crímenes pasionales y las «leyendas urbanas» han sido habituales en todas las épocas. El molinillo de la ficción es usado por Palacios para batir las conciencias que pregonan la perfección del pasado. El autor confiesa que el descubrimiento de estas historias despertaron en él «esa sensación comúnmente conocida como morbo», porque estos hechos del siglo xvii quedaron registrados en los archivos históricos en los que trabajaba, y creyó necesario —por su insospechada vigencia— volver a pregonarlos sin las formas rígidas que impone la historiografía. Cada relato es como una tableta de chocolate que deja un aroma distinto, aunque casi siempre el tufo agrio lo despide el clero, ya sea como ingrediente principal de la trama o como actor pasajero que censura con su doble moral.