A fines del año de 1618, los plateros de la ciudad de México celebraron “los favorables decretos que nuestro muy santo Padre Paulo v concedió a la limpieza de la Reyna de los Ángeles”. Antes, el 12 de agosto de ese mismo año, el arzobispo, don Juan Pérez de la Serna, en persona, anunció al cabildo la prohibición que, a solicitud del rey, había hecho el papa de que nadie disputara en público contra la Inmaculada Concepción. Así, pues, los plateros contaron con la aprobación del arzobispo de México. Como parte de los festejos, elaboraron (y dedicaron a la catedral) una imagen de la Virgen en plata pura y virgen, de vara y medio de alto; y, el viernes 9 de diciembre de 1618, salieron los plateros a caballo acompañados por la nobleza de la ciudad a publicar una justa poética. Ya desde la convocatoria hubo algunos problemas. Se hicieron dos carteles diferentes: uno pedía la glosa de una redondilla elaborada por uno de los plateros (Lucas de Valdés Daza) y en el otro también se pedía glosar una redondilla, pero del bachiller Luis González. Para evitar la controversia, los carteles se pegaron juntos y hubo tres secretarios: los dos autores y el licenciado Jerónimo García, “Combidó el cartel unido a onze certámenes, con sesenta premios, todo de oro y plata” (loc cit).
Las ceremonias fueron muy fastuosas. Se levantaron lujosos altares en diversas partes de la capital. Hubo procesión de San Francisco a la Universidad y mascarada. Los días 19, 20 y 22 de diciembre hubo también corridas de toros. Como era usual en este tipo de celebraciones, además de la fiesta, del adorno de la calle (en este caso, la de San Francisco, donde se asentaba el gremio de los plateros) y de la justa poética, se llevaba a cabo un octavario: una semana de misas, cuyas homilías tenían que ver con el tema del certamen. En el octavario celebrado en la catedral, predicaron los oradores más célebres de las diversas órdenes religiosas.
Como se sabe, la Inmaculada Concepción fue declarada dogma en 1854 por Pío ix, con la publicación de la bula Ineffabilis Deus, el 8 de diciembre de ese año. Pero la disputa teológica data del siglo xiii. El bando “concepcionista” (comandado por Duns Escoto) supone que María fue exceptuada, sólo ella, del pecado original. El bando “anti-concepcionista” (representado por santo Tomás de Aquino) sostiene que, como todo mortal, María fue concebida en pecado original. Como en toda sede católica, en Nueva España se vivía esa misma discusión. Los dominicos representaban el ala “anti-concepcionista” y los franciscanos, inicialmente, luego con los jesuitas, el ala “concepcionista”. La controversia se asentaba tanto en las altas esferas de la intelectualidad eclesiástica (con tratados y refutaciones), como en el vivir cotidiano y normal de los files: misas, sermones, procesiones, villancicos, coplas –serias y satíricas– en pro y en contra.
Es muy probable que la prohibición decretada por Paulo v encendiera aún más los ánimos y la controversia. El certamen de los plateros se vio, pues, envuelto en este polémico ambiente. Alguno de los predicadores dominicos, que como los de su orden no era partidario de la doctrina de la Inmaculada Concepción, se expresó en forma un tanto irrespetuosa de san Joaquín y de santa Ana (padres de la Virgen María): “La renuencia de los dominicos de México –escribe Irving A. Leonard– para aceptar esta materia de fe precipitó un escándalo que sacudió la capital virreinal. Los miembros de aquella orden protestaron ruidosamente contra los jueces adversos a sus contribuciones para la competencia, haciendo circular una serie de sonetos satíricos y de canciones que resultaron mucho más emocionantes, si no más estéticamente inspirados, que los poema ganadores de premios”. Sonetos y canciones se usaron como proyectiles; muchos de ellos pasaban de mano en mano y se volvían a glosar. Las composiciones debieron circular profusamente, sobre todo entre estudiantes y eclesiásticos. Hacia febrero del año siguiente (1619) muchos de los que sabían de estos sonetos, “por limpiar sus conciencias”, se presentaron ante la Inquisición. En sus comparecencias relatan que alguien (un bachiller, un estudiante, el presbítero de alguna iglesia, todos con nombre, apellido y dirección) les entregó las composiciones y les pidió una respuesta. Ninguno sabe quién es el autor de las burlas a los predicadores; algunos reconocen haber escrito una respuesta; otros dicen que no escribieron nada porque todo les pareció muy sospechoso. Cada uno entregó a la Inquisición los traslados que estaban en sus manos. Así es como estos textos lograron llegar hasta nosotros y como el celo de la Inquisición “ofrece a la posteridad una lectura más entretenida que los productos comunes de los certámenes coloniales”.
Casi nada se sabe con certeza de lo que sucedió con lo que fue propiamente la justa poética. Hasta ahora no se ha encontrado constancia de los textos participantes, excepción hecha de la composición de Francisco Bramón (recogida en Los sirgueros de la Virgen, 1620, ff. 126v-127v) y una que otra más, sin nombre de autor, incluida como parte del expediente inquisitorial (s. f.).
1 Archivo General de la Nación, ramo Inquisición, col. 485, exp. I, s. f. Los “favorables decretos” se refieres a la explícita prohibición del papa Paulo V, en 1617, de enseñar la sentencia antiinmaculista (la prohibición incluía también las simples conversaciones): nadie podía decir pública o privadamente que la Virgen había sido concebida con el pecado original. Ya antes, en 1616, este mismo papa había prohibido toda discusión sobre el tema en el púlpito.
2 Algunas veces los sermones se publicaban junto con las poesías ganadoras, como fue el caso del Festivo aparato, de 1672, dedicado a san Francisco de Borja (cf. infra).
3 La época barroca en el México colonial, trad. A. Ezcurdia, México, Fondo de Cultura Económica, 1959, p. 195.
4 Ibid., p. 196.