¿Qué hacer con los años que te quedan cuando has llegado muy joven a la cima? ¿Qué podría emocionarte, si todo te ha sido dado y nunca has tomado en serio ninguna responsabilidad? Los personajes de esta novela disfrutan sus privilegios y, al ahogarse en la cultura popular, creen tener la respuesta. Para ellos los excesos de drogas, de alcohol, de comida, de sexo sin protección con personas infectadas de VIH son cosa de todos los días. “Estamos donde ustedes quieren estar, en el único sitio del mundo que vale la pena, y no significa nada”, afirma uno de los personajes principales. La muerte está ahí, claro, y la inmortalidad sigue siendo un sueño inalcanzable. Nuestros jóvenes protagonistas saben que todo se lo lleva el tiempo; por eso se concentran en sólo dos cosas: el aquí y el ahora. Mejor tener muchos sueños que tener uno solo; mejor desear algo diferente a cada momento, en una sucesión que muchos llamarían vitalidad y otros cuantos llamarían hastío. Si en Rabia, su anterior novela, elegida por Reforma como una de las mejores novelas publicadas en 2008 y Daniel Sada la calificó como “todo un acontecimiento”, Jaime Mesa nos contó el tránsito de Foster a su vida virtual, a la soledad de las máscaras que el ciberespacio proporciona, en Los predilectos sigue analizando las relaciones contemporáneas con una mirada experimental y certera de nuestros sueños y nuestros temores, sin perder la cercanía con los grandes temas universales.