Los primeros cronistas a quienes podemos considerar ya vinculados en nuestra literatura son naturalmente los mismos conquistadores, que referían los hechos como testigos presenciales; y el primero de ellos, por de contado, el propio capitán del ejército invasor, Hernán Cortés, quien, en sus Cartas de relación dirigidas al emperador de España nos ha dejado un parangón de los Comentarios de la Galias, menos pulcro que el romano, mucho más cargado de sentido popular y sincera emoción, y tan tendencioso como el otro. Cortés se enamoró de su presa desde el primer momento. Creyó poder someterla jugando con las rivalidades entre los diversos reyes y régulos sometidos de mala gana al Imperio Mexicano; y sólo cambió de ánimo y se entregó decididamente a la violencia, como por despecho y desengaño, cuando al llegar a Tenochtitlán comprendió que sus artimañas diplomáticas resultaban ya del todo inútiles ante el tremebundo desperezo del sentimiento nacional entre los aztecas, sentimiento que desbordó con mucho la voluntad apocada o conciliatoria del emperador Moctezuma (especie de rey Latino en esta Eneida). De modo que el pueblo azteca emprendió por sí mismo la verdadera lucha contra el conquistador, dejando de lado a Moctezuma y capitaneado por su heredero Cuauhtémoc, como un día el pueblo español combatirá, casi por su cuenta y riesgo, contra la invasión napoleónica , sin hacer caso de su monarca.
Ficha de diccionario de Resumen de la literatura mexicana (siglos XVI-XIX), de Alfonso Reyes (Obras completas de Alfonso Reyes; XXV. México: Fondo de Cultura Económica [Letras Mexicanas], 1991).