José García Ocejo es un artista de difícil clasificación en el amplio horizonte de nuestra plástica. No se le puede unir a los académicos, a las rutas únicas del muralismo, a los surrealistas. Ni siquiera puede agrupársele con otros pintores que durante los cincuenta tapizaban las galerías Prisse, Havre, Proteo, Juan Martín; pero ya en esos momentos de ruptura, contra un corsé que imponía temáticas y compromisos sociales, Ocejo conformaba su personalidad optimista que esconde la tragedia humana y la convierte en una buena broma. La simiente de esta personalidad surgió cuando el auge de la clase media era el gran triunfo revolucionario y trajo consigo públicos numerosos a exposiciones individuales y colectivas. Creció el estudiantado en la Universidad, se crearon suplementos culturales, programas de radio y televisión y, en consecuencia, se fomentó el centralismo del Distrito Federal que había empezado a intensificarse con Ávila Camacho. Esos cambios beneficiaron a varios creadores famosos, distinguidos con encargos del extranjero, y abrieron puertas a los jóvenes.