Gonzalo Celorio es un calígrafo, un
cuidadoso dibujante verbal siempre al pie de la letra. Para la asistencia pública tiene —como su nombre lo indica— un
carácter propositivo y juega con la doble significación de “asistencia”:
reunión, concurrencia, por un lado, y apoyo, dotación de servicios al público,
por otro. Se trata de un corpus que unifica —con una mirada que sabe sostener
su palabra— imperativos y ámbitos diversos: textos escritos para
presentaciones, ensayos, reseñas, observaciones orgullosa y decididamente
emotivas, crónicas-ficción, todos los cuales recuperan y fundan una ciudad y un
modo de sentirla. La mirada de Celorio recoge los perímetros de su barrio, los
interiores de una casa que ni queriendo puede deshabitarse, la Catedral
Metropolitana, la música que suena después de media noche en los antros urbanos
(“antropológico” aquí cobra el doble sentido que le corresponde), la obra de
algunos escritores latinoamericanos, entre ellos Alejo Carpentier (por mencionar
otra catedral) y la herencia invulnerable de Cortázar.
Note cómo el libro que tiene en sus
manos posee un peso que irá en aumento conforma usted lo lea: ese fenómeno se
produce porque Gonzalo Celorio no sólo nombra la realidad: le da renombre,
enriquece sus significaciones, le otorga —mediante sus obsesiones personales—
un peso específico a nuestra vida cultural y cotidiana.