A lo largo de este libro, cuyas páginas cierran con el poema “Los restos”, que Sicilia dedica a su hijo Juan Francisco asesinado a finales de marzo de 2011, el poeta convoca una vez más a Dios, como lo ha hecho desde sus primeros versos –aquellos que en Permanencia en los puertos (1982) anunciaron la extraña presencia de un joven poeta católico en medio de una poesía mexicana dominada por los herederos de las vanguardias. Pero en Vestigios el Dios de Sicilia se revela en la condición de Deus Absconditus, como el creador que se retira del mundo, como el padre que deja a sus hijos a su propia suerte, huérfanos y libres a la vez: “te escondiste en la nada y nos susurras / como el pulso en el fondo de una arteria”. De los ojos del Dios ausente emergen esta vez, simultáneamente, amor y vacío, “una nada salida del naufragio”, y el poeta asido a su fe se halla ante una divinidad ociosa en un mundo sin Cielo y sin Infierno, en un tiempo sin memoria donde la presencia de Dios se revela fragmentada, ocasionalmente bajo imágenes marianas que nacen como los únicos bálsamos posibles en una tierra extraviada, donde todo tiende a ser idéntico, homogéneo y desalmado.
El punto final de este libro adquiere un significado trágico, profundamente doloroso, porque con este signo de puntuación el poeta Javier Sicilia da por terminada su obra poética y a modo de despedida a su hijo y a la poesía misma escribe: “Ya no hay nada que decir / el mundo ya no es digno de la Palabra”. En Vestigios el lector encontrará los últimos versos de un poeta que, después de perder a su amado hijo en la espiral de violencia que vive México, se retira del verso y emprende el camino de la resistencia civil frente a la barbarie y a la guerra.