Orlando Malacara carece de aspiraciones en la vida, excepto por un hecho: desea que dos mujeres acepten vivir a su lado el resto de sus días. Y también le gustaría ser un asesino. El primer deseo parece imposible de cumplir porque ambas mujeres lo consideran un hombre destinado a la soledad, un ser que no ofrece seguridad en casi ningún aspecto. En cuanto al asesinato, Malacara no odia a nadie en concreto, pero no tendría inconveniente en que la sociedad desapareciera- Mientras eso sucede, su mente atribulada, desordenada, no cesa de disparar en todas direcciones. Por si fuera poco, Malacara es un ser poco simpático, siempre dispuesto a despotricar contra seres tan antipáticos como él (no en vano desconfía de los médicos).
Ésta es una novela abierta en todos los sentidos. Cada capítulo abre una puerta al vacío: es una provocación y también una tumba. El lector sabrá como habitar esta casa de cuartos oscuros y, a veces, luminosos, podrá recorrer las obsesiones de Malacara sin ceñirse a un orden temporal ni esperar conclusiones de ninguna clase o intentará rescatar los fragmentos de una absurda biografía. Pese a la buena cantidad de juicios lapidarios que recorren esta obra, las lecciones morales están ausentes: lo que tenemos aquí es llanamente la historia de una locura.
En el largo camino que debe recorrer para encontrarse de nuevo con la soledad, Orlando Malacara intentará sin lograrlo construirse una vida. Su incomodidad no es sólo consecuencia fatalista sino de hecho que es, a todas luces, perverso: vive en el Distrito Federal, ciudad de la guerra perpetua donde nadie es capaz de vivir o morir en paz. Una ciudad a la que Guillermo Fadanelli sigue sometiendo a un ácido e implacable escrutinio: «Un autor capaz de referir, al mismo tiempo, el vacío y la esporádica plenitud de la vida. Tal vez por eso posee una sabiduría moral insólita en nuestras letras» (Rafael Lemus, Confabulario).
Lo primero que podría decir acerca de Orlando Malacara -el personaje que da orden y caos a esta novela- es que su pasatiempo favorito es ocultarse. Ni siquiera podría afirmar que es un pasatiempo, sino algo más importante o trascendente: una necesidad. En el hecho de esconderse y espiar encuentra placer, y cuando aparece a la luz pública lo hace con el único fin de simular ser una persona normal y no despertar sospechas. Lleva su pudor a grados enfermizos y su afición principal es merodear desde la ventana de su casa, ubicada en los linderos del barrio de Tacubaya: curiosa forma de observar el movimiento del mundo.