Tomó un color amarillento. La penumbra que produce la escasa luz en el maloliente cuarto apenas deja ver un viejo catre de madera con su petate colocado sobre el tejido de mecate. Ahí yace Néstor. La pequeña casa de adobe sin repello y techo de tejas de barro está al final de la calle sin nombre, donde termina el pueblo. Desde su construcción, regularmente ha estado deshabitada y los escasos vecinos del barrio de San Bernardino no han advertido que desde el pasado domingo hay alguien en esa casa.
En ese lugar se escondió el domingo 23, después de escapar de su agresor: el capitán segundo de infantería Galdino Pérez Canepa, comandante de la partida militar recién llegada al pueblo. Después del incidente en el baile de la cancha, cuando el capitán le hizo los disparos con su escuadra calibre 45, transcurrieron algunos minutos para que los soldados a su mando se reunieran y partieran a perseguirlo. Ese tiempo perdido fue aprovechado por Néstor para escapar.
Son dos los impactos de bala que recibió en su desesperada huida. Una se le alojó en el glúteo izquierdo y la otra atravesó la pierna justo a la altura de la rodilla, destrozándosela.
Ambas heridas están gangrenadas porque nadie las atendió a tiempo en esa casa abandonada que su padre Artemio Espino Gallegos construyó años atrás.