Demetrio Sordo es un agrónomo que pasa sus días en la grisura de su empleo como administrador y técnico agrícola en un rancho de Oaxaca, en 1945. Un día, aburrido, decide que el sexo dará sentido a su vida y va al primer burdel que encuentra. Ahí termina muy allegado a una morena, Mireya, con quien se entiende a la perfección. Poco después, la madre de Demetrio, Telma, le pide que viaje hasta Coahuila, donde ella vive, para asistir a una boda en la población de Sacramento, hogar de su prima Zulema. La idea obvia es que el joven se entienda con alguna señorita ilustre de la comunidad para que haya boda. Y así sucede: Demetrio queda prendado de Renata y casi de inmediato comienza su compromiso.
Se establece así el principal conflicto de la novela: Demetrio quiere mantener ambas relaciones hasta que sea inevitable romper con Mireya. Pero ésta ya ha pensado en que sea el agrónomo su salvador, quien la ayude a salir del burdel y se case con ella para fundar juntos una familia. Cuando él regresa a Oaxaca, ella busca quedar embarazada y termina por huir del burdel pensando que su galán la acogerá. Éste sólo acierta a trazar un plan de huida. Retira todo su dinero del banco, los ahorros de tres años para comprar una casa, y se sube con la chica en un tren con destino a la frontera, pero no llegan juntos: él se baja primero y huye. Aparece en Sacramento, y su tía Zulema le recomienda que vaya a buscar a un viejo amigo que le dará trabajo. Así consigue Demetrio una posición estable y ahorrar cierto dinero.
Continúa su compromiso con Renata, pero muy pronto queda harto de los tres ranchos alejados que tiene que supervisar y que no le aportan sino soledad y, sobre todo ahora que se ha deshecho de Mireya pero no se ha casado con Renata y no hay burdeles en la proximidad, nada de sexo. Deja entonces el lugar, se va a casa de la madre, en Parras, y juntos abren unos billares de gran éxito. Un día está a punto de perder a Renata porque ya no puede más y le besa lascivamente la mano. La determinación de Demetrio empieza a flaquear ante las inacabables dificultades para consumar la unión con su amada.
Este procedimiento anecdótico que oscila entre la perversión y la santidad, da cuenta del edificio verbal que ha construido Daniel Sada: narrador obsesionado por encontrar una voz propia, y lejano, por supuesto, de la mera gimnasia experimenta. Además de una trama divertida, que no decrece en su nivel de intriga, Sada logra que la atención del lector recaiga en la materia de su tejido, en las complicadas (aunque nada incomprensibles) vueltas del lenguaje, como si éste tuviera a su vez su propia historia que contar, paralela a la de los hechos y elaborada con tesituras, tonos, cimas y valles. A la par de la historia, el decurso fraseológico revela una tercera novela, la que de verdad importa, que sólo se intuye en un principio pero que suma al final: es la creación de una realidad vasta, edificada como una conjunción fascinante de actos y palabras.
Casi nunca es la última novela y espléndida novela de un gran autor mexicano, tan valorado por escritores como Álvaro Mutis, Carlos Fuentes y Juan Villoro, entre otros, hasta llegar a Roberto Bolaño: «De mi generación admiro a Daniel Sada, cuyo proyecto de escritura me parece el más arriesgado.»