Con furia, pro sin rencor, con malicia y morbidez, allí donde la mayoría de nosotros nos negamos a ver, Josefina Estrada mira con avidez y gula un recomienzo, una llamada, algo inflexible, cierta perversa belleza, cierta luz, la luminosidad de lo desconocido y el riesgo mismo, la vida a in de cuentas en los más peligrosos de sus límites. Heredera de Gernández de Lizardi, Riva Placio y Posada, también se siente en ella algo de Poe y Lautremont y Baudelaire, y mucho de los testimonios invaluables de Rigoberta Menchú, y Domitila, y las cuatro mujeres yaquis que entrevistó Jane Holden Kelly. Su mirada es de antropóloga y periodista, pero también de una mujer, de una escritora qu sabe expresar su solidaridad y dar confianza, y estimular la fuerza y la esperanza en las causas últimas. Para morir iguales se trata en fin, no de un libro para ser leído y olvidado, sino de un libro con muchas historias consternadoras, y personajes inolvidables, conmovedores y horribles humillados y ofendidos, enternecedores y despreciables, que nos va a acompañar durante un largo tramo. Y Josefina nos recuerda, implacable, que las palabras no pueden acabarse ni adormecerse, que nos corresponde vivirlas cada vez desde un personaje diferente, es decir, dejarlas en suspenso, contarse en ellos y por ellos, sabiendo, sospechando qué estrecha e inexplicable distancia nos ha salvado de peores catástrofes.
Gustavo Sáinz