Novela sobre venganza, ascensos y caídas del poder, situada en un país y con personajes muy similar a los de México. “El molino de sangre de Mendoza puso todo en uno de esos cruces de vive o muere normales en la política. La política siempre tiene prisa, hace ver todo urgente, turbio o claro, pero inaplazable. Sebastián parecía a punto de ser devorado por los cargos de sus tratos con el narco y por el pecado de escándalo que hacía ver a su padre como un rey viejo, lúbrico, preso de pasiones que manchaban a su hijo porque permitían adivinar en él esas mismas pasiones. Para jugar bien el torneo del poder no hacía falta ser honesto, pero había que parecerlo.
Las armas de Concheiro no eran comunes. Tenía los vicios morales que suelen ir con la virtud política: principios lazos, ambiciones altas, disposición a usar lo que sea para lograr lo que se busca. Tenía además talento, letras y olfato histórico, sentido del tiempo que vivía. Era un ilustrado, no un gañán.
Para fines de la lucha política, sin embargo, era la parte de gañán la que había que temer en Concheiro. No eran temibles su saber ni su juicio, sino sus ganas de poder, las ganas de ganarle a los demás.”