Encarnación excepcional de toda forma de pasión reflexiva, la protagonista de La cabaña constituye la suma de elementos humanos y afectivos que definen una sugerente sensibilidad femenina. Es más, probable que Claudia sea la instancia última de todas las aproximaciones que desde Beatriz (La noche) hasta Elena (La casa en la playa) —los nombres conllevan una clara simbología—han animado a García Ponce en la búsqueda del verdadero rostro espiritual y afectivo de la mujer, tema este en el que el escritor mexicano se ha convertido en un auténtico maestro. La psicología de sus personajes casi siempre ubicados en un medio social y cultural preminente se revela como un doloroso proceso en el que, en pós de su afirmación y su identidad, sacrifican toda clase de prejuicios y convenciones sociales en aras de una dignidad más auténtica haciendo del propio pudor una forma de libertad. La desnudez de Claudia y sus nupcias con la naturaleza, constituyen en esta excelente novela un obligado comentario a la soledad que, sublimada en la cabaña, caracteriza a su marido y a todos los hombres de su vida. Una escritura pulcra y elegante hace aún más gratificante el minucioso rito de amor de una de las más convincentes y adultas heroinas de la moderna narrativa en lengua castellana.