Existen poemas desgarradores desde su parte esencial de vida, en donde la pulsión está más cerca de la muerte, como si vivir no fuera una terrible carga de existencia, como si cantar fuera fácil y más de una infancia inexistente: enfans, lo que no se puede decir, lo que no se puede cantar. Kafka empieza su noble carta desde las cloacas del dolor recitándole al padre esa terrible imagen de la ausencia, que no es otra cosa sino el miedo, esa angustia presente del pasado. Eros Alesi es un discurso delirante, fragmentario, porque ya no puede ser de otra forma; sólo así puede suceder, el alma ha sido dañada: la palabra-catarsis, la palabra poema. Alesi es un poeta raro, así lo llamaría Darío, lo pondríamos junto a nuestro libros de Rimbaud, de Lautremont, del mismo Dino Campana, poetas sin tiempo con un pasado inexistente y un futuro sin habitar; su obra es más breve que su vida, como si fuera una condición morir joven. Aquí empiezo y termino bajo juramento de no decir más, de lo que ya un joven hizo: la poesía hecha dolor, o el dolor de la poesía, de esa irresistible angustia de pensar que ya no puede haber más poesía, sino dolor, pero ese dolor es el último resquicio de un poeta que no lo quiso ser y termino siendo un himno de lo que se avecinaba: la caída del pensamiento.