En abril de 1945, a punto de terminar la Segunda Guerra Mundial, México envió un contingente aéreo a pelear hombro a hombro con las fuerzas Aliadas: el Escuadrón 201. A la desgastante guerra de seis años le quedaban solamente tres meses: el grupo de pilotos mexicanos voló a través de la última rendija que se cerraba rápidamente para poder quedar del lado de los ganadores. Los pilotos no combatieron a la Alemania nazi ni al fascismo italiano, sino en la batalla por la liberación de las Filipinas. Su llegada al lejano Oriente fue como una dosis de vitaminas para los Aliados en el brutal frente del Pacífico, al mando del legendario General MacArthur.
No faltaba el simbolismo a la misión: durante la época colonial, las Filipinas habían sido administradas desde la Nueva España (hoy México), y existían y siguen existiendo múltiples lazos culturales y humanos entre ambos pueblos. Lo mejor de la Fuerza Aérea Mexicana llegó al lejano Oriente para ser parte del final de la batalla naval más grande de la historia. En buena medida, fue la visión del embajador de Estados Unidos en México, George Messersmith, quien supo identificar la oportunidad histórica, lo que hizo posible la incorporación del contingente mexicano.
La gran aventura del Escuadrón 201 fue una anotación tardía, una pequeña coda mexicana a una conflagración mundial que ya llegaba a su fin. En casa, las aventuras de los treinta pilotos que condujeron aquellos Republic P-47 Thunderbolt emocionaron a toda la sociedad, y gracias a las noticias que llegaban de lejos, adquirieron un carácter heroico, legendario. Fueron recibidos triunfalmente en la Ciudad de México y se erigió un colosal monumento en el bosque de Chapultepec. Pero pasado el furor fueron olvidados. En los libros de texto de su propio país apenas ocupan hoy un par de renglones y acaso una diminuta fotografía. Las nuevas generaciones ni siquiera han oído hablar de su epopeya.
Con todo, su triunfo no radicó en las casi 30 mil tropas enemigas que pusieron fuera de combate en Luzón y Formosa, ni en los homenajes ni en los besos que recibieron de las jóvenes filipinas y permanecen plasmadas en icónicas fotografías en blanco y negro. Su mayor victoria fue algo menos llamativo pero más duradero: el Escuadrón 201 permitió que México quedara no dentro del grupo de los países neutrales, sino entre los que habían perdido a sus hijos en el campo de batalla. Con ello, ganó el respeto de las potencias vencedoras y un boleto a la modernidad; voz y voto en las negociaciones del mundo de la posguerra, pero sobre todo un cambio en la relación con los Estados Unidos. Por primera vez en su historia ambos países se habían unido para combatir a un enemigo común. Cuando los jóvenes entraron a la Unión Americana por Laredo en 1942, fueron vistos con desprecio y desconfianza. Cuando volvieron a Los Ángeles en 1945, los recibieron con flores y abrazos.
Ésta es la historia por primera vez contada de aquellos 30 pilotos que ganaron un lugar para ir a pelear sobre las nubes y, aun modestamente, contribuir a la caída del Eje Berlín-Roma-Tokyo. Apoyado en fuentes inéditas, reportes desclasificados, los recuerdos de los pilotos y otros testimonios de la época, este libro revive personajes importantes, presenta los pormenores de las misiones, acontecimientos relevantes, hechos heroicos y tragedias, y analiza el legado del Escuadrón 201 como nunca antes.