En Sebastián de la noche, Fernando Yacamán amolda el contexto aguascalentense como centro para desplazar a sus personajes por playas y noches, ríos y rituales, planicies y aprendizajes. A la inmediatez de los cuerpos deseantes les añade una vida hecha de otros acontecimientos, si no inexplicables sí enigmáticos. Y lo hace con una prosa surcada de lado a lado por el diálogo directo, para hacer surgir voces que de la cotidianidad obtienen sus dosis de metafísica y que cuentan, a su vez, historias de otra gente. Los hechos acontecen y se evalúan en el orbe de San Sebastián. Así, se revela el eje de su intención: presenta un mundo pleno para las explicitudes de la relación erótica entre hombres, pero también hace ver la validez sentimental que envuelve “lo prohibido” y su sensación trascendente, en una espiral de sucesivos encuentros que persiguen la misma búsqueda de toda la humanidad: el amor. Esas vidas relatadas ocurren en cada momento frente al altar de San Sebastián, que es un propiciador, y un testigo, y una certeza sucesiva, y el lugar para las metáforas. En ese homouniverso, como en todos los universos, al final queda el saldo de lo inconmensurable: la evidencia de las transmutaciones y la conciencia de la muerte.
Benjamín Valdivia