Pasos, sombras, inquietudes que se revelan como trazos de una casa, zancadas que vuelven del vértice de la noche, el algoritmo de la muerte que simula respirar, pero se eclipsa de insectos, de luz y de mortaja; alguien ladra sus espejos en estos versos, en estos poemas que costuran llagas, que dejan su impronta de arterias crepusculares, de derrames de aquellos que en soledades irisan los aquelarres con granizos que ríen sobre el vómito del día, Aarón Rueda, rueda con su mano los fragmentos de este libro y los une para que el vocerío que aquí crepita, ensanche una calle, comience el laberinto, llueva, haga llover en blanco, en sierpe, en insomnio; nada es al tanteo, la metáfora es una nube llena de escorpiones, de escarpias que irán hiriendo el imaginario del lector.
Condescender no es el vértice de este libro, hay que estar atentos, con los ojos lúdicos, lucidos, sobre el riel de la estrofa, la víbora de la poesía está escondida entre un ciprés y las cicatrices de la luna, alunicemos sobre este Vértice de amapolas, aunque el polvo nos atraviese y la trashumancia de lo infinito nos voltee su carta y una sed de perpetuarse y de extinguirse en la palabra nos habite.
Jesús Bartolo