Nada que ganar es la historia colectiva de un desamparo que se concreta en la narración de las historias cruzadas de unos adolescentes sin más proyecto de futuro que el de seguir vivos. Desengañados de los falsos sueños y los héroes de la infancia, faltos de asideros morales, irredentos, salvajes, destructivos e individualistas son el negativo de un sistema enfermo pero que no se reconoce en sus retoños y que no ha sido, hasta el momento, capaz de hacer nada por evitar o paliar este malestar generacional que viven muchos jóvenes esclavizados a trabajos precarios, mal pagados y peor considerados, a los que sólo un horizonte incierto y la vieja máxima punk del No Futurem se les muestra como único proyecto vital viable.
Nuestro protagonista, alrededor del cual se teje esta red de afinidades y desencuentros, es Ax, un alter ego del autor, despachador empleado en una estación de servicio sin más perspectiva que emborracharse y tratar de ligar, y sin más proyecto de futuro que el sobreponerse a las convenciones que le asedian. Toda la novela perfila esa huída, ese rechazo visceral del mundo de los adultos, un mundo que se le hace soporífero, triste y previsible. Ante esa realidad decadente y podrida, Ax vacila entre dejarse arrastrar por el exceso: de drogas, de sexo, de crueldad y de violencia; consciente de cómo su vida y las de sus amigos de juerga se deslizan peligrosamente hacia el vacío, o bien refugiarse en el trabajo, en la familia, en el amor de una chica y en una vida que intuye, con pavor, segura, pero también convencional y anodina.
Será sobre este dilema vital sobre el que Arturo Accio nos construya una historia donde, a pesar de la crudeza, uno no puede menos que emocionarse, identificarse inmediatamente con su protagonista y seguirlo hasta el final compartiendo con él polvos, subidones, golpes y borracheras que, a pesar de todo, están resueltas con la misma ternura, contradictoria y rebelde, con que está escrita esta novela, una ternura que nos habla de un alma en construcción y muchas vías muertas por las que uno debe decidir hasta dónde quiere adentrarse.
Antonio Orihuela